Los Moros y Cristianos se han ganado a la ciudad de València. Es verdad que no se puede pedir un desfile con el boato, ni con la perfección técnica ni con la variedad de contenidos de las grandes cunas del festejo. Entre otras cosas, porque la ciudad tiene un sistema de prioridades y a los protagonistas, en gran medida falleros, no se les puede exigir el mismo nivel de «profesionalidad». Pero el festejo queda vistoso y ha conseguido reunir a miles de personas dentro y fuera. Además, ayer, la meteorología le concedió una tregua salvadora: llovió al principio un poco y mucho cuando todos estaban en casa. Mejor, casi imposible. Mucha gente en las aceras y, en todo caso, más asientos de los previstos sin usar. Ante la amenaza de lluvia, el respetable no quiso arriesgar a comprarse la entrada.

Además, el festejo domesticó su horario, quedándose en tres horas. El presidente de la Federación Valenciana de Moros y Cristianos, y capitán cristiano este año, Vicente Roig, no ocultaba su satisfacción. «Ha sido un éxito. No se puede pedir otra cosa. Era un reto porque el año pasado duró muchísimo. Lo hemos adecuado, hemos esquivado la lluvia...». Ya no es un acto a consolidar. Esa es una pantalla superada. «Lo he podido disfrutar desde arriba de la carroza y la verdad es que era espectacular. Llevamos quince años, pero en los últimos cinco años hemos dado el salto definitivo, con unas medidas equilibradas. No puede ser una entrada al uso porque no tenemos los boatos. Tenemos que dar un espectáculo, y creo que lo hemos dado». Cuentan además con el apoyo incondicional del ayuntamiento. El concejal Pere Fuset también mostraba su satisfacción «porque se ha equilibrado la duración y es un espectáculo con mayúsculas».

Y las falleras «arrastran»

Siguiendo ya casi una norma, la presencia de la fallera mayor de València, en este caso del año anterior, y su corte, es un añadido que ayuda a crecer el festejo. Más cámaras que ninguna otra comparsa acompañaban a Raquel Alario y sus falleras. Y se llevaron más aplausos que nadie, porque son reconocibles aún entre capas de maquillaje. Una historia que recuerda mucho a la de la «dansà» a la Virgen.