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Cuando el peligro está en la comida

La anafilaxia es la reacción alérgica más grave ante un alimento o fármaco y puede ser mortal

Criar a un niño con una alergia alimenticia es vivir con la sensación de peligro continua aunque no te separes del «bolígrafo» de adrenalina autoinyectable. Es imposible controlar las 24 horas del día los 365 días del año qué comen los niños y, aun controlándolo, los alimentos procesados pueden esconder trazas indeseables de algún alérgeno que pueden provocar un choque anafiláctico, el grado más extremo de reacción alérgica y que puede llegar a ser fatal si no hay una atención sanitaria rápida.

O los padres ponen mil ojos o los niños toman conciencia pronto de que no pueden comer todo lo que les ofrecen, y siempre tienen que mantener una prudencia especial. Este es el objetivo de los talleres que la Asociación Valenciana de Enfermería de Alergia (AVEA) pusieron en marcha hace cuatro años: enseñar a los niños con una alergia alimentaria que pueda derivar en una anafilaxia a preocuparse por qué pueden o no comer con garantías y a mirar, incluso con lupa, las etiquetas de los alimentos procesados.

Eso sí, jugando. «En 'Aprendemos jugando, anafilaxia alimentaria' el abordaje lúdico es fundamental. Utilizamos el juego como una herramienta educativa», explica Chus Vidorreta, enfermera de alergias del Hospital General de València, donde se realizan los talleres ideados por la asociación AVEA.

En los talleres los niños juegan con el lenguaje para conocer algo más de la «bruja anafilaxia» o de la adrenalina, necesaria para atajar un choque anafiláctico que se presenta habitualmente con ronchas, taquicardia, diarrea o vómitos y dificultad respiratoria.

«También se les enseña a leer las etiquetas. Antes la lista de formas en las que los alérgenos estaban escondidos era enorme, ahora es un gran avance el que se expliciten algunos como el huevo o la leche pero algunos siguen yendo enmascarados», explica Vidorreta. En estos cuatro años, la asociación de enfermería de alergias ha ido «perfeccionando» estos talleres y ahora incluso se llega a enseñar a los niños a utilizar esos dispositivos autoinyectables de adrenalina que les pueden salvar la vida ante una reacción grave a algo que han comido.

«Los talleres suelen incluir a niños a partir de siete y ocho años. Hemos probado a hacerlos con niños más pequeños pero ahí ya pueden entender cómo funciona el dispositivo y poder manejarlo», explica la enfermera.

En el horizonte, que los niños pueden hacerse también responsables de su problema y, al igual que los niños diabéticos, sean plenamente conscientes de lo que les pasa, «porque no son niños enfermos, son niños sanos hasta que se encuentran con un alérgeno y deberían poder llevar esa vida normal tanto en su casa como en el colegio, donde deberían ir con tranquilidad y normalidad tanto al comedor como a las excursiones», reclama Vidorreta.

Tras pasar por este taller, los niños «salen con muchas cosas aprendidas aunque ya son niños muy concienciados», explica la enfermera que asegura que los más «sorprendidos» de lo que aprenden los niños son los padres.

«Realmente aprenden y ya saben que cuando están con sus amigos en el parque y alguien está merendando no pueden así como así probar o compartir la merienda, porque, el que más y el que menos ya ha pasado por una experiencia de anafilaxia y tienen presente el miedo que pasan, el tener que ir a un hospital y no quieren repetir», explica Vidorreta.

Premio nacional

La experiencia con los niños, que ahora solo se realiza en el Hospital General de València, tiene vocación de continuidad y de poder crecer a otras localizaciones de la Comunitat Valenciana, sobre todo después de que la iniciativa haya sido premiada junto a otros diez proyectos en la tercera edición de los premios «Humanizando la Sanidad» del grupo farmacéutico Teva.

La entrega del premio se celebró el pasado lunes por la tarde en Madrid. La intención de la asociación es aprovechar el premio para consolidar la iniciativa para la que, por ahora, tienen ayuda económica «puntual».

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