Sus ojos tristes encogían el alma. A sus 8 años no tenía brillo en la mirada. Se le fue de repente. Igual que la movilidad de su cuerpo, igual que la capacidad del habla. Igual que la vida que había conocido hasta ese momento. Hace un año, Brayan no se podía mover. Quería, pero no podía. Y era muy consciente de ello. Tiene una mente brillante y esa parte (la cognitiva) estaba casi intacta.
Hace un año, Brayan ni tan siquiera sujetaba el cuello. Había estado ingresado en el hospital todo el verano (de julio a septiembre). Un virus le cambió la vida. A él y a su familia. Un caso raro, inusual, que nadie se explica y le inflamaba el cerebro (Cerebelitis aguda fulminante fue el dignóstico). Mientras lo exploraban en el hospital entró en coma, le operaron de urgencia, cruzaron los dedos y le dieron un diagnóstico. Y tras el despertar... llegó la nada. La parálisis de la burocracia.
Y así, con la cabeza ladeada, sentado en el carro o tumbado en la cama, en estado vegetal... esperaba una llamada del hospital que le remitiera a las pertinentes sesiones de rehabilitación y logopedia que le tenía que pautar el sistema público y que no llegaban.
Levante-EMV encontró a la familia de Brayan mientras buscaban un espacio para hacer «algo» y recaudar fondos con los que poder pagarle a Brayan unas sesiones privadas, mientras el sistema público despertaba de su letargo. Y es que el pequeño, tras llegar del hospital y ya en su casa... pronunció un «hola» lento, muy lento, bajito... muy bajito... que su madre Jessica tiene marcado a fuego. Eso significaba que la posibilidad de recuperación era real. Lo único que se interponía era el dinero. Porque Brayan no es hijo de ricos. Porque ni su padre ni su madre tienen trabajo fijo. Y además, está Isaac, el hermano mayor de Brayan. Su fuerza, su guía, su amigo, su hermano. La piel de Jessica se eriza cuando recuerda ese «hola». Y eso que ha pasado un año. Y eso que esta entrevista se realiza mientras Brayan juega al fútbol en un parque, tras salir del colegio como cualquier otro niño de su edad; mientras camina sin ayuda de muletas ni bastones; mientras corre a ratos, ríe a ratos, se enfada a ratos... con su mochila a la espalda y unos ojos que ya vuelven a brillar. Otro Brayan. O el mismo de siempre, según se mire.
Evolución milagrosa
La evolución de Brayan es tan increíble que parece un milagro. Pero no hay magia detrás de esta recuperación. No hay truco alguno. No hay pociones milagrosas ni conjuros al alba. Hay trabajo. Mucho trabajo. Diario, constante. Para «aprender» todo de nuevo. O para 'reaprenderlo'. Y es que Brayan llegó a la clínica Aprender a Crecer de Torrent sin saber andar, ni sentarse, ni masticar, ni coger un bolígrafo, ni atarse las zapatillas... Se comunicaba con algunos gestos, con pictogramas... con un abecedario plastificado para señalar una a una las letras de lo que quería decir...
La familia de Brayan contó su historia en unas páginas que leyeron otros ojos. Los de Juan Carlos, un empresario valenciano que se ha hecho cargo de sufragar gran parte de la terapia de Brayan junto a un amigo suyo, otro empresario, que se llama Jorge. Y ahí está también, en cada paso que ha dado este pequeño campeón, la aportación de aquellas personas, amigas o desconocidas de la familia, que han participado en los actos benéficos organizados para darle a Brayan un futuro mejor. Una posibilidad. Esperanza. Y el pequeño se aferró con fuerza. Y trabajó duro. Y aún trabaja. Y su sonrisa llena corazones.
El sistema público valenciano le pautó una hora a la semana de logopedia y una hora y media a la semana de rehabilitación. El máximo que conceden en daño cerebral infantil. Brayan ha ido a terapia privada todos los días. De lunes a viernes. Cuatro horas al día. Una de logopedia y tres de rehabilitación cada día. Y así fue desde octubre de 2017 hasta junio de 2018, cuando redujeron las sesiones a dos días a la semana (las mismas cuatro horas diarias). Ese es el horario que mantiene ahora tras regresar al colegio, sin perder el curso, y volver a compartir pupitre y aventuras con sus amigos.
Aunque nadie puede saber a ciencia cierta cómo estaría Brayan ahora si sólo hubiera podido acceder a las sesiones pautadas por el sistema público, los expertos no lo dudan: «es casi seguro que este niño aún no andaría». Pues ahora corre. Aunque le falte coordinación y equilibrio. Anda, corre y juega. Y solo ha pasado un año.
Brayan no perdió el curso el año pasado por dos motivos: el primero fue que en la clínica Aprender a Crecer trabajaron con sus mismos libros y las mismas materias que sus compañeros mientras trabajaba la vocalización, la grafomotricidad y su capacidad congnitica al cien por cien. El segundo motivo fue un colegio involucrado (el CEIP Federico Maicas de Torrent) que no dudó ni en desplazar a su vivienda a un profesor para que le diera clases y realizara los exámenes -Jessica recalca que «ha hecho los mismos exámenes que sus comapañeros y no ha bajado de un 8 en ninguno»- ni en adaptar el centro a sus necesidades, para preparar su regreso a las aulas. «En septiembre me llamó el jefe de estudios y me dijo que habían trasladado el aula a la planta baja para evitar escaleras para Brayan y que no me preocupara porque aunque hemos pedido el educador que le corresponde y aún no ha llegado... siempre le acompaña un profesor o un compañero al baño, le ayudan en gimnasia, están pendientes de él en el patio...», explica Jessica. Y suspira. Ay el patio. Le da pavor. «Ufff... mi mayor temor es el patio porque está muy contento, muy motivado y no tiene miedo a nada. Él solo quiere correr, jugar. Y nosotros vamos detrás todo el día.. Cuidado Brayan... No quiero sobreprotegerlo ni que se sienta observado o diferente. Quiero que se sienta igual que el resto. Que sea libre y que sepa que puede hacer cualquier cosa... Si vivimos con miedo... ni vivimos nosotros ni vive él», afirma la madre.
Brayan se ríe. La enfermedad le ha hecho fuerte. Su madre cree que su forma de ser y su personalidad han tenido mucho que ver en su increíble recuperación. Ahora, sus ojos alegran el alma.