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Entrevista

Michael J. Sandel: "Las redes sociales son un reto para la verdad"

"El peligro es que Wall Street pueda emplear el dinero para dominar la política", advierte el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales

La tarea académica y los escritos de Michael J. Sandel (Mineápolis, 1953) se orientan a sacudir auditorios y lectores empujándolos de lleno a la reflexión sobre cuestiones públicas que rara vez encuentran lugar en el entorno ruidoso de la sociedad actual. Sandel incita a hablar de lo que de verdad importa y perfila dos peligros: el de las redes sociales y el de la infiltración del dinero en la política, que amenazan con arruinar las democracias. Ejerce de partera intelectual como ya lo hiciera Sócrates en una emulación intelectual de su madre. Sandel tiene, sin embargo, un físico que invita más a la cercanía que la de aquel habitual de las calles de Atenas de finales del siglo V, quien pasaba por ser hombre desaseado y algo respulsivo. Aunque puede que, tratándose de una biografía tan oscura, este apunte sobre su apariencia personal sea sólo una invención de los sofistas.

Si usted fuera el Sócrates contemporáneo ¿quiénes serían los sofistas?

Para Sócrates los sofistas eran personas, así los definía, que intentaban convencer sin enseñar nada, sin preocuparse por la verdad. Supongo que los sofistas de la actualidad serían las redes sociales: cada vez tienen más influencia en la vida política y, a menudo, sin prestar atención en absoluto a la verdad. Las redes sociales representan el reto a la filosofía y al discurso público que busca la verdad.

¿La verdad cada vez importa menos?

Parece que es así porque gran parte de la comunicación pretende vendernos algo, en unos casos bienes de consumo y en otros ideas políticas. Tenemos que encontrar la manera de resistirnos a la influencia de formas de comunicación en las que manda la publicidad. La comunicación marcada por los anunciantes nos anima a pensar en nosotros mismos como consumidores en vez de como ciudadanos.

En su desarrollo personal hubo un momento en que la filosofía se impuso a la economía. ¿No convendría que esa victoria se extendiera al resto del mundo, dominado por una ciencia sin alma como es la economía?

Totalmente de acuerdo. Uno de los temas de mis escritos, sobre todo en mis libros «Lo que no se compra con dinero», está centrado en mostrar cómo los valores de mercado han desplazado y corrompido los valores morales y cívicos en la sociedad contemporánea. Lo que yo postulo es que necesitamos un discurso público donde se aborden cuestiones morales y cívicas, en lugar de un discurso público estrecho, economicista y centrado en lo tecnocrático. Uno de mis objetivos cuando escribo o cuando enseño es animar a los ciudadanos a participar en debates sobre las grandes cuestiones relativas a valores como justicia o el bien común. No son cuestiones económicas sino grandes asuntos éticos.

La crisis nos dejó la impresión de que los verdaderos antisistema se sientan en Wall Street y casi consiguen dinamitar el capitalismo desde dentro a costa de forzar sus límites.

El peligro consiste en que Wall Street y la industria financiera pueden emplear el dinero para dominar la política. Éste es un problema destacado en Estados Unidos, donde hay mucho dinero que desempeña una función dentro de la política. El peligro es que si ejerce ese cometido fundamental puede acabar corrompiendo la democracia, puesto que el ciudadano de a pie carece de oportunidades para influir también en la toma de decisiones democráticas.

¿Se atreve a dar tres pautas para la vida buena?

Primero, cultivar la vida en familia, de manera que aprendamos que no somos seres individuales sino que tenemos una responsabilidad conjunta los unos con otros. Esa responsabilidad empieza por la familia, pero en última instancia se extiende también a la sociedad en la que vivimos. Segundo, ser capaz de tener una voz propia y una opinión con sentido sobre el gobierno de nuestras sociedades y así hacer aportaciones a las deliberaciones sobre el bien común. Y, tercero, conseguir encontrar una carrera profesional que nos permita desarrollar nuestros talentos y, al mismo tiempo, contribuir de manera significativa al bien común.

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