Olas de más de cinco metros de altura en el puerto de València, una magnitud que no se conocía desde hace casi un cuarto de siglo; casitas de los años treinta arrasadas por el mar en la playa de les Deveses de Dénia; paseos marítimos levantados por los aires y playas engullidas por el intenso oleaje en más de medio centenar de municipios valencianos...

Este parte de daños que dejó el temporal marítimo de enero de 2017, un evento extremo de los que ocurren cada 30 años, podría pasar a repetirse «cada cinco años», según pronostica el premio Jaume I de Medio Ambiente 2018, el catedrático de Ingeniería de Costas de la Universidad de Cantabria, Íñigo Losada.

Los trabajos de este doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, miembro del panel internacional de expertos sobre el cambio climático (IPCC), sobre los riesgos que suponen para las zonas litorales el calentamiento global del planeta han contribuido al desarrollo de políticas de protección de la costa en todo el mundo.

Para Losada, temporales marítimos como el que azotó a la costa valenciana en 2017 «van a ser cada vez más frecuentes e intensos» debido al cambio climático. En este sentido, subraya que estos eventos extremos, que ahora ocurren cada tres décadas, pasarán a repetirse cada cinco años.

«Toda el área mediterránea es especialmente sensible al cambio climático», advierte el Jaume I. Y dentro de esa zona, continúa, «el litoral valenciano es más vulnerable que otros al aumento del nivel del mar y a la mayor frecuencia de los eventos meteorológicos extremos». Esto se debe, matiza Losada, a que «cuando uno coge un virus y está muy fuerte no pasa nada, pero sí es un problema si ya estás enfermo», destaca.

En este sentido, los males que debilitan a la costa valenciana ante el cambio climático, el investigador destaca tres: «la ocupación masiva del litoral, la falta de aportación de sedimentos de los ríos y la construcción de puertos». Estos factores, insiste, «provocan que la costa valenciana tenga mucha menos capacidad de afrontar el cambio climático y se tendrán que tomar medidas para ver cómo adaptarse».

Esta es una de las principales conclusiones del encuentro que compartieron en la mañana de ayer con los medios de comunicación los seis premiados en esta 30 edición de los Jaume I a la ciencia y el emprendimiento. Todos ellos, mañana miércoles, recibirán en la Llotja de València de manos del rey Felipe VI este galardón dotado con 100.000 euros.

A Losada le acompañaban los tres Jaume I valencianos de este 30 aniversario: los dos investigadores de la Universitat de València (UV) y de la Politècnica (UPV), «pioneros» en genómica nutricional y en el desarrollo de nanopartículas con aplicaciones médicas que han merecido los premios de la categorías de Investigación Médica y Nuevas Tecnologías, la catedrática de Medicina Preventiva de la UV, Dolores Corella, y el catedrático de Química de la UPV y director del Instituto Interuniversitario de Reconocimiento Molecular (IDM) de la Politècnica y la UV, Ramón Martínez Máñez; y el empresario Enrique Silla, fundador de la empresa Jeanologia y premio al emprendedor por desarrollar tecnología textil láser de vanguardia para envejecer prendas vaqueras de forma sostenible.

También han participado en el coloquio los otros dos Jaume I María Vallet (Investigación Básica), directora del Grupo de Investigación de Biomateriales Inteligentes de la Complutense de Madrid y pionera en biomateriales cerámicos para regenerar tejido óseo; y Xavier Freixas (Economía), catedrático de Economía Financiera en la Pompeu Fabra de Barcelona por sus investigaciones en sistemas bancarios.

Vallet ha incidido en la revolución en ciernes de la nanomedicina, cuyo primer trabajo se publicó en el año 2000 «y hoy ya cuenta con alrededor de 200 patentes en el mercado». Esta investigadora explicó que está trabajando en el desarrollo de nuevos nanomateriales para regenerar tejidos óseos para combatir la osteoporosis o para liberar fármacos en el núcleo de los tumores, con lo que se reducen los efectos no deseados de la quimioterapia contra el cáncer.

Vallet, que cifra en «10 o15 años» el tiempo que transcurre entre el inicio de la investigación en un nanofármaco hasta que se aplica en pacientes, considera «imprescindible que lo que se hace en el laboratorio llegue a la cama del enfermo», por lo que aboga por una mayor colaboración entre las empresas y los centros de investigación.

En la misma línea, Silla insta «a derribar el muro» que hay entre las empresas y los investigadores. Su receta es «implicar al investigador en la empresa y al emprendedor en la investigación, que debe dejar de ser un agujero negro en el que se quedan atrapadas las ideas».