«Han pasado 60 años y todavía por la noche me despierto sobresaltado como si aún estuviera en Mauthausen, no hay un sólo día en el que no piense en el campo». Así empezaba a contar Paco Aura (Alcoi, 1918) a los alumnos del instituto de Puçol en mayo de 2005 el infierno de 4 años y 9 días que vivió en esta fábrica de la muerte. Su testimonio en carne viva del Holocausto, que ha contado a miles de adolescentes recorriendo decenas de institutos de la C. Valenciana en las últimas décadas, se ha apagado a un mes de cumplir los100 años.

En esa telaraña mortal de más de 50 campos y subcampos de la Alta Austria fueron asesinados por agotamiento mediante el trabajo más de 120.000 presos en siete años, entre ellos 7.000 republicanos españoles deportados desde Francia de los que 424 eran valencianos. De los 630 valencianos que fueron deportados al complejo de Mauthausen-Gusen únicamente sobrevivieron 206. Aura era el último de ellos que quedaba con vida.

«Que nunca vuelva a repetirse»

Mientras la salud le acompañó, de la mano de la Amical de Mauthausen, ha contado a las jóvenes generaciones el horror que vivió en Mauthausen con el único fin que ha guiado su vida desde que el 5 de mayo de 1945 las tropas americanas liberaron el campo: «Que nunca más vuelva a repetirse».

La Guerra Civil le empujó al exilio. Con 18 años cruzó los Pirineos, y como muchos de los jóvenes republicanos que querían abandonar los campos de refugiados se enroló en las compañías militarizadas que construían la Linea Maginot. Allí le sorprendió la II Guerra Mundial cuando cayó atrapado por la ofensiva relámpago de Hitler. La deportación sería el principio del fin para los 10.000 republicanos que hicieron presos los nazis al desentenderse Franco de su destino.

Las palizas, humillaciones y el hambre que sufrió en Mauthausen, le marcaron más que el número de preso 4208 que le tatuaron en el antebrazo. No se consideraba un héroe por sobrevivir en un campo «donde la simple mirada desafiante a un guardia, el olvido de tu número de prisionero o simplemente el caer enfermo era sinónimo de muerte segura», decía a los adolescentes. «Sobrevivimos porque tuvimos suerte», añadía.

Vivió lo peor de Mauthausen: la cantera de granito en la que los famélicos presos tenían que acarrear entre bastonazos piedras de 20 kilos por una empinada rampa de 186 escalones irregulares en agotadoras jornadas de hasta 12 horas.

Aura siempre fue incapaz de entender la crueldad con la que los jóvenes SS se ensañaban con ellos: «Cuando llegábamos arriba y no estaban los camiones que se llevaban las piedras, nos hacían trasladarlas de un lugar a otro simplemente para divertirse». También tenían que sacar de la cantera a los que morían agotados o asesinados por no aguantar el esfuerzo. «Un muerto no pesaba más que una piedra, cuando lo llevabas al horno no podías pensar que al día siguiente podrías ser tú», decía su compañero Paco Batiste (Vinaròs, 1919-2007), otro de los supervivientes valencianos con quien convivió cuatro años en Mauthausen y con el que recorría los institutos.

Lección de vida para los jóvenes

Pese a su descenso a los infiernos, Aura no guardaba odio a sus torturadores. «No hay odio, pero tampoco olvido, porque muchas noches me asaltan las pesadillas y sólo cuando enciendo la luz me siento otra vez libre», contaba hace 13 años en Puçol. El testimonio de Aura y Batiste era una lección de vida para los jóvenes: «Llevamos 60 años manteniendo esta memoria por los miles de compañeros que se quedaron allí y para evitar que la historia nos alcance otra vez. El racismo y la xenofobia solo lo podéis evitar vosotros, nosotros somos el pasado y vosotros el futuro, tenemos confianza en vosotros».