Llega la ola de frío. Unas sábanas cubren los huecos donde debería haber cristales y las mantas son las encargadas de cubrir los cinco cuerpos que habitan esta vivienda para intentar calentarse. Cinco cuerpos que se abrazan si tienen frío. Y es que en un quinto sin ascensor del barrio de Orriols vive Raquel Marco, junto a sus tres hijos de 10, 8 y 5 años y su pareja, Antonio Lázaro. Ella es víctima de violencia machista. De su expareja ni recibe nada ni lo quiere cerca. Su orden de alejamiento dura hasta 2021.

Soportan el frío como pueden. Guantes, ropa de abrigo, mantas y abrazos. Sin ventanas no hay calor que mantener. Y ahora llega lo peor. Bajas temperaturas que se meten en los huesos y una orden de desahucio que acecha a la familia. La vivienda es de un banco que le ha denegado a esta familia un alquiler social.

El lanzamiento será el 11 de febrero y Raquel se lleva las manos a la cabeza. A Antonio se le humedecen los ojos. «No he conocido mujer más luchadora que ella», dice. Han pedido ayuda por activa y por pasiva. Hasta por redes sociales.

Ni Raquel ni Antonio entienden un sistema que permite a un banco dejar en la calle a una familia para quedarse con un piso sin ventanas, sin lavabo, sin desagüe en la cocina para que se quede cerrado a cal y canto. Ni Raquel ni Antonio comprenden cómo los Servicios Sociales los han abandonado a su suerte «sin tramitar las ayudas -la Renta Valenciana de Inclusión la presentamos en julio de 2018 nosotros porque nos daban cita para octubre-, sin proporcionarnos un alquiler social o un piso habitable y sin gestionar un comedor social, o ropa o juguetes o lo que sea.

Servicios Sociales sabe cómo vivimos, sabe nuestra situación, sabe la orden de desahucio. Pero nos dicen que no hay viviendas sociales, que no hay alquiler social, que no hay, que no hay. Nunca hay nada para nosotros. Para poder ir a un albergue tienen que echar a dos familias. Eso es lo que nos han dicho. Ahora viene el frío, no tenemos ventanas y en un mes nos dejan en la calle».

La familia vive sin nevera ni lavadora. Come y cena gracias a los alimentos que les proporciona el comedor social El Puchero y los alimentos frescos que reparte el Centro Islámico. Por eso ayer cenaron carne. «Todo un lujo porque en esta casa el pescado ni se huele», afirman.

Sobreviven gracias a los 430 euros que ingresa Antonio de la RAI (Renta Activa de Inserción) y necesitan un techo. «Con una vivienda nos apañamos. ¡Mira cómo vivimos! Pero lo importante es estar juntos», afirma Raquel.

La vida de Raquel dio un giro de 180 grados cuando ella denuncia a su marido por malos tratos en 2015 tras 8 años de convivencia y tres hijos en común. Y así, con una mano delante y otra detrás, se marchó a una casa de acogida en Zaragoza. «Es que soy maña», recalca. Tras 6 meses en el centro de acogida se marcharon.

La experiencia fue dura para los pequeños y Raquel ya había conocido a Antonio, que no dudó en insistir para que le acompañaran a València e iniciar juntos una nueva vida. «Nos quedamos en casa de mi hermana pero la situación era insostenible», explica Antonio. Y también se marcharon de allí.Pasaron un fin de semana al raso, durmiendo en la calle con los tres menores.

«El lunes fui a Servicios Sociales para que se encargaran de mis hijos con todo el dolor de mi corazón, hasta que tuviera un techo para ellos porque yo podía vivir en la calle, pero ellos no», explica Raquel.

Los pequeños estuvieron tutelados por la Generalitat Valenciana durante 5 meses (de febrero a junio de 2016). Cuando su madre encontró un piso de alquiler por 325 euros al mes en la calle Daroca, regresaron con ella. Y ya no se han vuelto a separar. Ni ganas.

«Mis hijos me dicen que con tener una casa y estar todos juntos es suficiente. Aunque duerman con los colchones en el suelo y sin cristales en las ventanas. Les damos amor, cariño. Soy su madre y no nos queremos separar nunca más», explica.

Cuando Raquel y Antonio alquilaron la vivienda tenían trabajo. Él como temporero y ella limpiando una de tantas casas donde ha trabajado sin contrato. Pero perdieron el empleo y la posibilidad de seguir pagando. El desahucio llegó el 14 de noviembre de 2017. Y la familia al completo se vio de nuevo en la calle. Les hablaron de un piso propiedad de un banco y vacío. «Entramos a vivir allí de okupas. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?», explican. Esa vivienda estaba en la calle Fray Francisco Cabezas. Llegó una nueva orden de desahucio.

Y así, en mayo de 2018, la familia al completo volvió a okupar otra vivienda propiedad de un banco, esta vez en la calle San Juan Bosco. Esta es la casa en la que viven ahora. Esta es la vivienda sin nevera, ni lavadora, ni cristales en las ventanas, ni luz en el comedor, ni lámparas en las habitaciones, ni lavabo en el baño... de la que también les van a echar. «¿Y dónde vamos?», se preguntan mientras se acurrucan, y se abrazan y se tapan bajo las mantas. «Saldremos adelante, juntos», dice Raquel. Y su mirada se pierde por la ventana sin cristales.