Los niños están hiperconectados al móvil, incluso hasta altas horas de la noche. ¿Sería bueno desconectarlos, no?

Sí, tan sencillo como eso. El darse cuenta de que el descanso es un proceso tan activo para el cerebro como el hablar, es algo de lo que no nos damos cuenta. La gente dice, «no es que el niño está en clase y luego tiene que descansar el cerebro». El cerebro no descansa, hace otras cosas. Y esas otras cosas son igual de importantes. Una prueba de que no descansa es que gasta una cantidad desmesurada de energía todo el tiempo. El cerebro penas representa un 2 % de nuestro peso corporal pero consume constantemente el 20 % de nuestra energía. Diez veces más de lo que merecería por su peso, porque lo que hace es muy importante tanto cuando estás relacionándote con el mundo externo, como cuando no lo estás. Ese reposo que es activo es necesario para consolidar memorias, para limpiar conexiones que no sirven, para promover buena salud general. Si no lo permites estás quemando el motor. Es clave que los profesores se den cuenta que es tan importante el dejar tiempo libre a los alumnos, como guiarles en el uso de ese tiempo libre. No podemos pretender que un niño esté continuamente rindiendo. Pensar en las musarañas es algo muy sano, porque incluso ese pensamiento es un proceso activo.

¿Como sociedad no les estamos exigiendo demasiado a los adolescentes, en los que cada vez vemos más trastornos?

Esto es real. Una primera razón es porque hay realidades de contexto, como las expectativas de los padres y de las sociedad, o el tipo de relaciones que tenemos y las tecnologías que usamos, que demandan de una forma distinta al sistema nervioso y que pueden promover ciertas patologías, desde impulsividad, hasta ansiedad, hiperactividad... Desgraciadamente, hay otra razón: la falta de aceptación a nivel social de que hay una distribución entre todos nosotros y hay gente más tranquila y otros más ansiosos, más lentos o más hiperactivos, hay gente más capaz y otros menos capaces. Esa distribución normal queremos medicalizarla, y si a tu hijo le cuestan un poco las matemáticas en vez de sentarte con él e intentar ayudarle, lo llevamos a un psicólogo que le diagnostique una discalculia y le dé tratamiento. La medicalización de los trastornos nos permite sentirnos como padres mejor. No somos conscientes de que esa medicalización puede tener unas consecuencias. Debemos educar mejor a padres y docentes, siendo conscientes de que la solución al aumento de trastornos en niños no necesariamente debe ser una pastilla, sino que puede ser un cambio del contexto y apoyo social.