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Desenlace

Final abrupto para cuatro años de más acuerdo que bronca

Puig, tras meses de valorar el adelanto, arriesga para buscar el menor riesgo al calor de Pedro Sánchez y convencido de una mayor movilización

Puig y Oltra sonríen, ayer, antes del último pleno del Consell del Botànic. f. bustamante

Los cuatro años del Govern del Botànic acaban con la peor imagen: la de los dos gobiernos, con Puig compareciendo por un lado en el Palau y Mónica Oltra y sus consellers en la sede de la vicepresidencia. Lo que el mestizaje quería evitar acabó pasando. Al menos, fue en el último día, dirá el optimista. Y los mandos de Compromís optaron por la imagen más que por la palabra: a Oltra se le vio tensa, pero su declaración no fue rupturista y evitó criticas altisonantes y directas al jefe del Consell. Al fin y al cabo, los valencianistas saben que solo pueden gobernar al lado del PSPV. ¿Se puede decir lo mismo de los socialistas? Dependerá de Ciudadanos, que si no cambia ha puesto en cuarentena a los socialistas.

El discurso oficial, el de los micrófonos, es el de razonamientos ideológicos y argumentos de país. En el discurso extraoficial, que nadie dude que está la conveniencia electoral (o no) del adelanto.

En el trasfondo está la supervivencia del gobierno de coalición, pero ahora es tiempo de precampaña y priman los intereses de partido. Partidismo, sí, y no es tan grave. Sobre ellos se sostiene la estructura de la democracia.

Puig, que lleva meses dando vueltas a la cuestión del adelanto para singularizar a la Comunitat Valenciana, ha dado el paso al final para converger con las elecciones generales. El debate español es el que va a dominar la campaña, la más polarizada de la historia reciente. Aún así, asegura que la C. Valenciana tendrá más visibilidad que si las elecciones fueran el 26 de mayo, como el común de las autonomías. La repercusión mediática en España de las últimas horas indica que algo de eso sí hay.

Pero, sobre todo, Puig está convencido de que ese día habrá una gran movilización de la izquierda contra la alianza de las derechas, en la que por primera vez aparece su versión extrema, con nombre de Vox.

Puig, el político tranquilo, ha optado por el riesgo frente a la inacción. Arriesga, sí, dicen los que le conocen no de ayer, pero para optar por el menor riesgo. Porque cree que hay más seguridad (la que cabe en la política) de un buen resultado el 28 de abril y al lado de Pedro Sánchez que no un mes después, con Podemos flirteando con la barrera parlamentaria del 5 %.

La reacción de Oltra también es comprensible desde esa lectura. Las formas de la gestión del adelanto eran lo que lamentaban ayer especialmente los cargos de Compromís, la no consulta, pero esa posibilidad era quitarle el valor de facultad del president, algo que realmente no es tal, según el Estatut, pero en lo que llevan ambos incidiendo meses.

Pero están también los intereses electorales y partidistas, por qué no, de la coalición. Sus posibilidades para sobrepasar al PSPV eran mayores el 26 de mayo, con un Podemos débil y sin el referente de Pablo Iglesias. ¿Quién sabe si, tras un mal resultado morado en las generales, Oltra podría haber planteado una operación de conjunción?

Todo queda ya en el terreno de la política ficción. Puig ha dado el paso. Su resultado será el que obtenga el 28 de abril de la mano de Sánchez. Nunca se sabrá si hubiera sido peor o mejor el 26 de mayo, del brazo de los alcaldes.

Puig ha arriesgado, a pesar de la mala experiencia de Susana Díaz con esta misma decisión hace unos meses, y convencido de que el Botànic, a pesar del desencuentro poco estético de estas horas, tiene posibilidades de futuro.

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