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Ciprià Císcar: el borgiano que no llegó a pontífice

Ciprià Císcar: el borgiano que no llegó a pontífice

Ciprià Císcar salió el sábado de la nueva sede del PSPV con su perpetua media sonrisa y una ovación. Emocionado, dijo a los más próximos. Esperó al apoyo general a la propuesta de la dirección para destinarlo al Senado para tomar la palabra y anunciar que agradecía la confianza, pero había llegado la hora de plegar velas. Recibió abrazos, aplausos y reconocimiento. Actuó como quien conoce todos los resortes de un partido a cuyo lado se ha hecho viejo: de ser un prometedor joven con una inconfundible cabellera rizada a retirarse antes de ser enviado al rincón de los jarrones chinos. Hay edades en las que ya no toca reclamar, sino ver qué te ofrecen.

Justicia política, debió pensar Císcar mientras pisaba de salida el zaguán de Barón de Cárcer. Quizá recordaba aquel congreso del PSPV del año 2000 en Alicante, cuando fue recibido con una histórica pitada en el salón. Dieciocho años después, se iba por la puerta grande. Dice mucho del carácter y de eso que ahora llaman inteligencia emocional de un personaje que siempre ha sabido mirar, escuchar, analizar y adaptarse. Incluso después de las derrotas, que las ha habido. Como en aquel año 2000, cuando apoyó a un poco conocido José Luis Ábalos, derrotado por nueve votos por el hoy casi olvidado Joan Ignasi Pla. Así es la historia.

¿Cómo resumir más de cuarenta años de vida política en unas pocas líneas periodísticas? «Regalo el titular», dice un veterano en los puestos de mando del socialismo valenciano: «El borgiano que no llegó a papa».

Tal cual. Culto y amante de la cultura, conocedor como pocos de la condición humana de los políticos, posibilista, diplomático, sabedor de que las grandes batallas se ganan en la sombra... «Lleva el Renacimiento dentro», sentencia el sabio anónimo.

Sin embargo, todas esas características no le han servido para llegar a papa del PSPV. No pudo ni en 1999 ni en 2002, en los tiempos convulsos de mayorías aplastantes del PP, dos ocasiones en que dio la cara y salió trasquilado.

Se va de la primera línea sin ni siquiera haber saboreado la miel de un pontificado emérito, como la presidencia del partido. Quién sabe si surgirá alguna posibilidad aún en el futuro. Porque Ciprià Ciscar deja cargos orgánicos e institucionales (el de diputado en Madrid ha sido el último), pero avisa de que continuará viendo la política pasar. En estos tiempos de exaltación del ímpetu juvenil (no hay un solo aspirante a la presidencia del Gobierno que se acerque a los 50 años), le queda la atalaya del comité federal del PSOE.

Ese fracaso en la búsqueda del liderazgo es la demostración de que quizá ha sido mejor pensador que guerrero, de que en los cálculos de sus tiempos ha cometido más errores que cuando otro, el líder del momento, le ha encargado ganar una batalla. Ahí ha tenido pocos fallos.

Hay pruebas varias de lo último. Císcar fue el elegido por Felipe González para relevar a Txiqui Benegas y desmontar el guerrismo. Era en 1994, cuando la federación valenciana aún era un peso pesado dentro del PSOE, no solo por militancia, sino por el poder que ostentaba. Esa última parte empezaría a desmoronarse un año después.

La última demostración fue en 2015, cuando Ximo Puig echó mano de su cargo de secretario de Relaciones Políticas en la macroejecutiva del PSPV y lo puso al frente de la negociación del Pacte del Botànic. Su presencia la recuerdan otros actores del acuerdo como una dosis de profesionalidad y pragmatismo.

Quienes le admiran aportan otra explicación al hecho de que nunca haya llegado a ser el líder del PSPV. «Quienes saben desde el principio el final del libro dan miedo». La frase, desencriptada, quiere decir que quienes están en los tentáculos del poder prefieren un líder que piensen, al menos, que pueden manipular.

Pero errores de cálculo en cuarenta años en cargos los ha habido y más de uno. Cuando promocionó a José Bono o, más reciente, cuando ejerció de susanista activo en el Congreso frente a Pedro Sánchez, ahora con Ábalos en el frente opuesto. El diplomático pragmático siempre conserva las formas y sabe situarse después de una derrota.

La familia y el silencio

El calificativo de borgiano encaja incluso por la carga familiar que conlleva. Es hermano de Consuelo Císcar (investigada por su gestión en el IVAM durante la etapa del PP) y cuñado, por tanto, de Rafael Blasco, el exconseller del PP condenado por el saqueo de los fondos de la cooperación con el Tercer Mundo. Es asunto del que habla poco, aseguran los cercanos, más después de ser cuestión judicial.

Primer alcalde de Picanya tras la dictadura (tenía 33 años), de su etapa en la gestión pública quedan dos grandes hechos: la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià y la gestación del IVAM, ambos durante su mandato en una Conselleria de Educación y Cultura que empezaba a funcionar. El hombre que dio nombre al ciscarismo (la otra cara del lermismo, conceptos que huelen a rancio ya) se despide.

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