«De las felicitaciones recibidas ninguna me enorgullece y satisface más que la de (la Escuela de Artesanos). Fue esa escuela para mí una madre y sin pasar por ella dificilmente hubiera sido pintor». Así respondía Joaquín Sorolla, en una carta escrita de su puño y letra el 23 de junio de 1900 en Madrid, la felicitación que le remitía la junta directiva de la Escuela de Artesanos de València tras su éxito en la Exposición Universal de París, donde acababa de lograr el Grand Prix con ¡Triste herencia!

Pese al alud de parabienes que recibió por este triunfo, que supuso la consagración internacional del pintor valenciano más universal, el genio de la luz se emocionó con la de su escuela, a la que en un gesto de amor la puso a la altura de su madre, a la que perdió cuando solo tenía dos años.

Sorolla ingresó en las clases nocturnas de Artesanos en 1876. Tenía 13 años. Durante tres cursos aprendió los fundamentos del dibujo de la mano del escultor Capuz. Allí ganó su primer premio: una caja de colores por «su constante aplicación en el dibujo de figura, para que en todo tiempo le sirva de público testimonio».

El centro guarda como un tesoro los trabajos finales de curso de Sorolla: cuatro dibujos a lápiz y carbón. Son copias de láminas o de ilustraciones de revistas, como el Estudio de pies y Pareja de árabes, y una reproducción del grabado Retrato del Rey de Roma del Louvre de París en el que el pintor neoclásico Pierre Paul Proud'hon celebra el nacimiento de Napoleón II, el hijo que Bonaparte tuvo con María Luisa de Austria, así como una versión libre de la Inmaculada que Murillo pintó para la iglesia de los Venerables de Sevilla. A ellos se suma la obra Ramillete de mandarinas (Alzira, 1904), que el hijo del artista donó al centro en 1934 en señal de gratitud.