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Un intruso en casa

Los altavoces inteligentes alcanzaron en 2018 unas ventas de 78 millones de unidades en todo el mundo

Un intruso en casa

The Washington Post publicó a finales del pasado año el caso de un doble homicidio ocurrido en New Hampshire. Un suceso más si no fuera porque un altavoz inteligente podría aclarar el crimen al haber grabado todo lo que sucedió esa noche. Siempre que Amazon dé el permiso pertinente para que se use la grabación.

Leyenda urbana o realidad, este caso induce a la reflexión para inclinar la balanza a favor o en contra de estos dispositivos que se están colando en los hogares para escucharnos, obedecernos, entretenernos y hacernos la vida más cómoda. En definitiva, para quedarse.

Las ventas de estos altavoces inteligentes alcanzaron los 78 millones de unidades en todo el mundo en 2018, un 125 por ciento más que el año anterior. Y España no se queda a la zaga de esta estadística encabezada como no podía ser de otra forma por Estados Unidos, al que siguen en Europa Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y nuestro país, según el «Observatorio Internet Of Things», que anticipa que en el año 2022 serán 84 millones de hogares de Europa los que se rendirán a esta tecnología.

Las sugestivas voces femeninas de Alexa (Amazon), Siri (Apple) o Ok Google (Google) pasan a ser un miembro más de la familia, dispuestas a hacernos olvidar que son máquinas a las que la nueva tecnología ha conseguido implementar la voz humana y, lo que es más complicado, descifrar lo que decimos, basándose en complejos algoritmos. Preguntar por el tiempo, las últimas noticias, llamar a tus contactos, poner en televisión tu programa favorito, escuchar música a demanda, contar un chiste o resolver operaciones matemáticas. Y esto no ha hecho más que empezar porque ha faltado tiempo a los desarrolladores de «skills» (funciones) para que los servicios se vayan ampliando al gusto del consumidor.

El debate está servido. Un mecanismo más para que las grandes compañías se hagan con nuestros datos y nos conozcan más que nosotros mismos o un sistema al servicio de un sociedad avanzada.

Interrogantes, muchos. En el caso del doble homicidio antes mencionado, se plantea el que estos altavoces tienen una escucha pasiva. En principio, el altavoz se conecta cuando se activa mediante la voz del usuario, pero está permanentemente encendido.

Paloma Llaneza lo tiene claro. Abogada, socia directora de Razona Legaltech y experta en protección de datos, hace tiempo que se descolgó de Facebook y Whatsapp. «En estos momentos, la tecnología ha llegado a un punto de vigilancia masiva; lo único que queda esperar es que los gobiernos tomen medidas ante esta situación y consigamos un equilibrio», afirma.

En su libro Datanomics (Deusto), recién publicado, aborda qué hacen las empresas tecnológicas con nuestros datos personales. Algo que sabemos o sospechamos, pero que preferimos ignorar. «Cuando estamos preguntando a Alexa o Siri estamos contando mucho de nosotros, a través de la voz le damos información de nuestro estado de ánimo, sabe si estamos constipados, si estamos tristes o alegres. Hay una patente que tiene Amazon que permite que si tienes la voz tomada, te ofrezca una prescripción médica». Con el riesgo, afirma, de que nos jaquea «y esos datos estén pululando por ahí y cualquiera con un poco de habilidad incorpore nuestra voz en un vídeo diciendo cosas que no hemos dicho».

En este sentido, afirma que al final «saben de ti más de lo que sabes tú; nosotros tenemos una memoria corta de lo que hemos hecho, pero Google se acuerda de lo que buscaste en los diez últimos años. Todos esos datos individuales son poco relevantes, pero muchos datos de muchas personas te permiten tomar decisiones».

Datos sin control

Llaneza considera que los datos «son muy útiles» en las manos adecuadas, «pero la función de esta gente no es hacer una estadística para evitar desastres sino que esperan un beneficio».

La paradoja está en que todo el mundo ha oído cómo se vende la privacidad con estos dispositivos, pero «una cosa es estar informado y otra concienciado; parece un problema diferido, no se ve como algo inmediato», destaca. «Yo lo comparo con las recomendaciones de buena alimentación, los médicos llevan diciendo mucho tiempo lo que es malo, lo tenemos claro, pero lo posponemos porque nos quedamos con el placer inmediato de un buen chuletón mientras pensamos que ya tendremos tiempo de bajar de peso o el colesterol».

Y al final «te conocen más que tu propia familia, no te quepa duda, pero yo me resisto a que no podamos hacer lo que nos dé la gana y luego retractarnos, porque la única solución es apartarte de estos dispositivos pero eso es una limitación de tus libertades».

Sin embargo, esta cesión de datos es, para el profesor del departamento de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Alicante, David Tomás, una contraprestación a los servicios que te ofrece: «Para que el sistema te pueda responder bien a tus demandas tiene que saber cosas de ti, es un sacrificio que tienes que hacer de tu privacidad».

Coincide con Llaneza en que el problema es «cómo se tratan esos datos». «Las compañías dicen que hacen tratamientos agregados de información, que no te estudian a ti a nivel individual, sino que cogen estadísticas para entrenar sus sistemas. ¿Pueden hacerlo? Sí. ¿Lo hacen? Se supone que no».

Escucha pasiva

La escucha pasiva de estos dispositivos es otro de los temas polémicos. Para la experta en asuntos relativos a nuevas tecnologías, «para que Alexa o Siri se activen tienen que estar escuchándote, no das a un botón, aunque aparentemente no te están escuchando o por lo menos no tenemos pruebas de que sí».

Paloma Llaneza recuerda un caso, incluido en su libro, en el que una pareja manifestó que Alexa les había escuchado una conversación porque había mandado un correo electrónico a un familiar sobre un tema determinado, pero Amazon dijo que ellos habían activado el altavoz sin darse cuenta. Pudiera ser, pero el caso es que tienes un micrófono activado dentro de casa y puedes estar jaqueado».

«Puedes apagar el altavoz, pero tenerlo encendido es parte de su funcionalidad», destaca Tomás. «Yo he oído historias, pero no sé qué hay de realidad. Lo cierto es que el micrófono está activo todo el tiempo; no puede estar grabando continuamente porque no puedes almacenar tanta información, otra cosa es que tú le digas que grabe, pero por defecto que grabe todo lo que decimos, no».

Todos tenemos en la cabeza la película Wall-e, la historia de un paneta Tierra habitado por robots porque los humanos lo han llenado de suciedad y contaminación y ahora viven sentados todo el día, realizando todas sus funciones mediante aparatos tecnológicos. «Un altavoz inteligente es algo cómodo, como todo lo que nos traen las nuevas tecnologías, para solucionar problemas tan tontos como apagar la luz; estamos llegando a un límite de comodidad que debería hacernos reflexionar», puntualiza Paloma Llaneza.

Objetivo: la domótica

La domótica, o conexión de todos los mecanismos del hogar a través de internet, es una de las grandes opciones de estos altavoces. «Yo creo que es necesario levantarse a apagar la luz, a abrir un grifo y a pasear por el campo», destaca Llaneza. «Y cada vez creo más en la necesidad de ver a los amigos», dice.

El profesor David Tomás considera que «la integración a nivel de domótica es lo que se va a buscar cada vez más para tener toda la casa conectada. «Es el internet de las cosas, con bombillas y enchufes inteligentes que puedes conectar a Alexa», subraya. Al final, afirma, «es todo comodidad y sacrificas cosas, bueno, nosotros, porque nuestros hijos ya han vivido este momento... un amigo tuvo problemas porque su hijo le pregunta a Alexa los deberes. Menos tenemos que pensar, eso está claro».

De hecho, «se están produciendo situaciones de gente joven que está enganchada a la tecnología y desenganchada de su entorno, con un carácter más melancólico y depresivo», indica Llaneza. Porque «estas herramientas están diseñadas para que nos hagamos adictos a ellas; cuanto más adictos más datos tienen de nosotros».

Lo sabe bien el psicólogo Enrique Albacete, especialista en adicciones de Mindic. «Esta tecnología repercute en las relaciones sociales porque no nos exponemos a hablar cara a cara con otras personas». En su opinión, «preguntar a una máquina y que te dé una respuesta rápida está creando una baja tolerancia a la frustración, quiero algo y lo quiero ya, además de fomentar la inactividad total».

Esto es especialmente preocupante en los jóvenes, afirma. «A una persona adulta le puede facilitar las cosas pero a un joven le aisla; esa dependencia de la tecnología es tal que si te cortan la electricidad estás muerto. Al final el cerebro es un músculo y si no lo ejercitas se atrofia».

Cosas buenas también las hay, dice la abogada. «Escuchar música, pedir un taxi, saber el tiempo o su uso en hospitales, que puede ser muy útil». De hecho, ya se han instalado altavoces inteligentes en hospitales, tanto para ayudar a los cirujanos como a los pacientes que no tienen movilidad. «Para eso tiene todo el sentido», expone. «Esto es solo el principio», asegura David Tomás, que concluye: «El potencial es grandísimo, pero la realidad está limitada. Ahora, estos dispositivos no hacen nada que no puedas hacer tú».

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