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Tortura en tierras valencianas

Los campos de concentración se repartieron por todo el territorio valenciano, con especial importancia en las tres capitales - En Albatera, Los Almendros, Soneja, Sot de Ferrer o Manuel aglomeraron a más de de 80.000 prisioneros en escasos meses

Tortura en tierras valencianas

El desconocimiento no descuenta ni un ápice de gravedad. Más allá, traslada cierta culpabilidad a las sociedades actuales. En el territorio valenciano existieron exactamente cuarenta y un campos de concentración que sirvieron al naciente régimen dictatorial de Franco para enclaustrar, en condiciones pésimas, a los vecinos que habían defendido la democracia de los años treinta y que perdieron la guerra tras tres años de litigio.

Más de cuatro decenas de centros de internamiento repartidos por todo el territorio autonómico, con importante presencia en la provincia de València pero con un peso cualitativo muy destacado también en Alicante por la presencia allí del campo de Albatera, que supuso un recinto estable al aire libre con barracones y rodeado de alambradas en el que se llegaron a congregar entre 12.000 y 15.000 prisioneros y que operó entre abril de 1939 y el 6 de octubre de 1939. Por provincias existieron diez campos en Alicante, doce en Castelló y diecinueve más en València. Todo ello se ha podido saber ahora sólo a través, de nuevo, de la iniciativa privada fruto de la curiosidad de un periodista esencial en la investigación histórica como Carlos Hernández de Miguel. Su estudio «Los campos de concentración de Franco: Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas», publicado por Ediciones B y con un impacto brutal en toda España, dado que ayuda a conocer la historia desconocida (y silenciada) de muchas familias afectadas. Los campos de concentración fueron la primera pata de un sistema represivo, un holocausto ideológico, que convirtió a toda España en una inmensa cárcel repleta de fosas. En ellos, presos políticos y prisioneros de guerra fueron asesinados, murieron de hambre y enfermedades y padecieron todo tipo de torturas y humillaciones. Las estimaciones del investigador sitúan las cifras de españoles afectados por los campos de concentración entre los 700.000 y el millón y el número de víctimas en ellos supera con creces los 10.000. «En España no hubo un genocidio judío o gitano pero sí un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra quienes pensaban de forma diferente», explica el periodista a Levante-EMV.

Represión durante años

Según arguye Hernández de Miguel: «Salvo en algún caso puntual como el de la ciudad de Castelló, los campos de concentración de la Comunitat Valenciana tienen muchas similitudes con los que se abren en Madrid, Murcia y la zona oriental de Andalucía. Es decir, su organización, longevidad y funcionamiento tienen mucho que ver con el momento tan específico en el que se abren: el final de la guerra. En esta línea, son, por lo general, recintos que acumulan un enorme número de prisioneros porque además de los combatientes capturados, se llenan de 'presentados': miembros del Ejército republicano que se han marchado a sus casas ante la inminente derrota, pero que son llamados a presentarse en los campos de concentración a través de anuncios en prensa, bandos pegados en las paredes, anuncios en las radios o incluso mensajes difundidos por vehículos militares con altavoces».

Además, Hernández añade: «También, por lo general, son recintos con una duración generalmente corta-media. La explicación es sencilla: el Ejército franquista ya controla toda España y le resulta más fácil investigar y clasificar a los prisioneros que en el periodo de guerra (muchos de los prisioneros eran de localidades controladas por la República por lo que no podían pedir informes a las autoridades locales sobre sus antecedentes políticos; ahora ya sí pueden hacerlo)». Igualmente el proceso de clasificación, debido a la inmensa masa de prisioneros, se hace con más flexibilidad. Ya no ven el riesgo de que el liberado se pase a las filas enemigas y, además, todos los liberados lo son con la obligatoriedad de presentarse en las localidades en que residieran el 18 de julio del 36 por lo que, caso de ser personas destacadas del entorno republicano, allí serían capturados nuevamente y juzgados, encarcelados o ejecutados. En esa línea encontramos campos como los de Azuébar, Borriana-Nules, Moncofa, Soneja, Sot de Ferrer o la plaza de toros de València que apenas están abiertos unas pocas semanas. «Es cierto que por ese motivo no debemos minimizar su papel y el sufrimiento de los prisioneros. Lo que conocemos de Los Almendros, que apenas estuvo 10 días, refuerza esa tesis: hambre atroz, extrema dureza, paseos€ Todos los campos de concentración, por pequeños y de corta duración que fueran, merece la pena analizarlos e investigarlos con idéntica intensidad y sensibilidad», añade el investigador.

En una entrevista que concedió a comienzos de los años 80, Antonio Buero Vallejo describió la situación en la plaza de toros de València: «Cerca de treinta mil personas abarrotaban los graderíos, el ruedo y los pasillos. Los dos primeros días no hubo suministro de ningún tipo. Después repartieron chuscos de pan y latitas de conserva de pescado, tan escasas que no lograron distraer el hambre». Numerosos campos permanecen abiertos hasta noviembre de 1939, fecha en la que se cierra la mayoría de los centros franquistas o en la que pasan a ser penales dependientes de la Dirección General de Prisiones.Centros de relevancia

De entre todos los campos valencianos, quizá destacó (aunque cualquier subrayado parece injusto) el de Albatera. Fue un campo estable al aire libre con barracones, rodeado de alambradas. Llegó a congregar entre 12.000 y 15.000 prisioneros. Operó hasta el 26 de octubre de 1939. Allí estuvieron el médico Juan Bautista Peset Aleixandre (que fue rector de la Universitat de València y, posteriormente, fue fusilado en Paterna); el historiador Manuel Tuñón de Lara, que permaneció en el Campo hasta el último día, en que fue trasladado a Porta Coeli; el secretario general de UGT, José Rodríguez Vega; o Aselo Plaza, redactor jefe de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

En tierras alicantinas también sobresalió Alicante. La ciudad fue un gran complejo concentracionario estable en el que, además de varias cárceles durísimas como El Reformatorio, se habilitaron cuatro campos de concentración en los que se congregaban miles de prisioneros: la plaza de toros, el Castillo de Santa Bárbara, Castillo de San Fernando y una casa de ejercicios espirituales llamada San Ignacio en el barrio de Benalúa. En diez días se aglomeraron en las afueras de Los Almendros más de 30.000 personas entre marzo y abril de 1939.

En Castelló fue enormemente relevante Soneja, que fue habilitado en una amplia zona junto al río Palancia, situada a dos kilómetros de la localidad en la carretera que conduce a Azuébar. En él fueron encerrados, simultáneamente, más de 12.300 prisioneros entre el 7 de abril de 1939 y el 2 de mayo de 1939. También Sot de Ferrer. Campo provisional habilitado en un amplio terreno rodeado de alambradas en el camino que conduce a la ermita de San Antonio. En él fueron encerrados, simultáneamente, 12.100 prisioneros, al menos, desde el 7 de abril de 1939 hasta el 27 de ese mismo mes, en el que fue absorbido por el campo de Soneja.

Por último, en València, la capital ubicó en la plaza de toros un campo provisional en el que se habla (con cifras que algunos duplican) de 3.500 prisioneros. Otro enclave como Porta-Coeli en Serra se estableció en el sanatorio antituberculoso, con más de 5.000 enclaustrados allí entre abril y noviembre de 1939. Después pasó a ser una prisión. Cifras similares se estiman en Utiel y Quart de les Valls. En Manuel, sin embargo, se edificaron unas instalaciones militares en las afueras de la localidad ribereña (las denominadas Les Salines) por las que pasaron más de 17.000 prisioneros republicanos. Eso a pesar de que estuvo operativo solo unos meses.

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