No abandonamos el norte europeo en nuestro periplo por los eventos históricos en los que el tiempo y el clima han tenido influencia. Y no hay duda que las hambrunas son de los más destacados, al venir las cosechas muy determinadas por las condiciones meteorológicas. Una de las más destacadas fue la que afectó al norte de Europa y especialmente a Estonia, Livonia y Finlandia entre 1695 y 1697, provocando la muerte de más del 20% de la población. Para hacernos una idea, la famosa crisis de la patata en Irlanda (1845-46) acabó con el 12% de su población. El período corresponde a la Pequeña Edad del Hielo, ya descrita en columnas anteriores. Si la hambruna que contribuyó al estallido de la Revolución francesa vino muy determinada por la sequía, en este caso las condiciones reinantes eran el frío y la excesiva humedad en buena parte de Europa: temperaturas por debajo de lo normal, ríos desbordados y aguas congeladas hasta bien avanzada la primavera. Las crónicas hablan de casos de canibalismo por la falta de alimentos. Las malas cosechas obligaron a una dieta poco saludable que incluía paja, ortigas, heno, cáscaras, raíces de musgo. El ganado y los caballos fueron sacrificados y hasta se comían perros y gatos. Las lluvias persistentes redujeron la producción de sal, dificultando la conservación de alimentos. Muchas granjas fueron abandonadas, especialmente las de ocupación más reciente, con menos contenido de materia orgánica y, por tanto, más afectadas por el exceso de agua. El frío también afectó a las especies naturales y por tanto al suministro de alimento a través de la caza y la pesca. 1696 fue el peor año para Estonia y Livonia, puesto que Finlandia recibió antes y en más cantidad grano de las reservas de la Corona sueca. No todo fue cosa del clima en «los años con muchas muertes».