Crimea es una península situada al norte del mar Negro. Hoy día está su soberanía en disputa entre Rusia que la controla de facto y Ucrania, que reclama su devolución. Pero en el pasado ya fue motivo de luchas. La guerra de Crimea (septiembre de 1854-febrero de 1856) enfrentó a Rusia contra una alianza del imperio otomano y las potencias occidentales, Francia y Reino Unido. El 5 de noviembre, los rusos intentaron levantar el sitio a la ciudad de Sebastopol, su principal base en Crimea. Dos ejércitos sumando 40,000 rusos se lanzaron a doblegar el punto más débil del sitio aliado, el monte Inkerman, con apenas 3,000 hombres. Los asaltantes se vieron favorecidos por una densa niebla al amanecer del día 5 de noviembre. El sorpresivo ataque inicial permitió conquistar ¾ del monte en breve tiempo. Pero la niebla hizo pensar a los británicos que luchaban contra pequeñas unidades y no se intimidaron ante la enorme tropa atacante. La niebla impidió la coordinación entre las tropas asaltantes, lo que unido a los refuerzos aliados (congregaron hasta 14,000 soldados) concluyeron en su victoria con fuertes pérdidas rusas. Sin embargo, la batalla puso de manifiesto la capacidad rusa en cuanto a número de hombres y enfrió los planes aliados de una ofensiva sobre Sebastopol. El día 14, una fuerte tormenta, con vientos huracanados, se cernió sobre la zona, destruyendo o incapacitando 21 navíos británicos y 14 franceses. Entre ellos se encontraba el Enrique IV, el orgullo de la flota gala. Tal fue el impacto, que el Ministerio de la Guerra francés encomendó un estudio al astrónomo Le Verrier para saber si la trayectoria de la tormenta podía haber sido predicha y la flota protegida con antelación, marcando un hito en el desarrollo de la meteorología sinóptica y del pronóstico del tiempo.