Parece una tradición casi asentada. En momentos de cambio climático, al tiempo le es indiferente que tan solo una semana atrás el mercurio marcase valores más parecidos a los que se podría esperar en el mes de junio que a uno que acaba de saludar a la primavera, como quien dice. Pero ya se sabe el dicho: en abril, aguas mil. Y aún más si se de lo que se trata es de la celebración de Semana Santa.

Si hay algo que caracteriza a la Comunitat Valenciana (en especial el litoral) son sus altas temperaturas. Razón por la cual muchos optan por sus costas para pasar la festividad católica. En esta ocasión les ha supuesto una mala jugada: nada de sol y playa. Tampoco es una buena noticia para los que esperan durante todo un año a sacar las imágenes de iglesias y catedrales para rendirles culto. A primera hora de la mañana el Ayuntamiento de València anunciaba el cese de la procesión. ¿La alternativa? Ni senderismo por la montaña, ni un paseo por una playa en la que la arena ha llegado a cubrir incluso el paseo.

Si bien es cierto que el 33,9 % de los valencianos visitan los museos de la ciudad, solo un 5,2 % va a galerías de arte, según el último informe de participación cultural en la Comunitat Valenciana editada por la Generalitat. Este dato, no obstante, viró ayer. Se podría decir que las salas de los museos de la ciudad de València hicieron el agosto. En una festividad en la que muchos tenían previsto planes con la familia, encontraron en la actividad cultural un salvoconducto al mal tiempo.

Colas en la Ciudad de las Artes y las Ciencias para pertenecer al universo mágico de Harry Potter (aunque solo sea por unas horas) o salas hasta los topes en el MUVIM. A las 12 y media del mediodía, la puerta del Museo de Etnología de València acogía a decenas de niños y niñas que esperaban su turno para participar en el taller de fotografía que ofrecía la entidad con la que, a través del juego, aprendieron algunos elementos básicos de la composición fotográfica con los que mostrar el mundo de una forma especial.

Historias de Japón

También decenas de personas acudieron al Museo de Bellas Artes para (re)descubrir la capital del Túria a través de la mirada de Sorolla, mientras otros aguardaban reflexionar con propuestas artísticas más rompedoras, como la que conforma la nueva exposición de Bombas Gens, el centro de arte de la Fundació Per Amor a l'Art. Los guías de la entidad, efusivos, advertían a su público que los de ayer fueron los grupos más numerosos desde hace tiempo. Una veintena de personas escuchaba a Cristina, la encargada de la visita guiada, el modo en el que la Segunda Guerra Mundial influyó en el fotoperiodismo japonés que buscaba entonces, a través de la imagen, «reconstruir» las vidas que la ocupación yanqui truncó.

En una esquina aguardaba Akemi, una mujer asentada desde hace 20 años en la capital del Túria y que, ante el mal tiempo, consideró una gran alternativa acudir a la exposición que recreaba la historia de la posguerra de su país. La mirada que Akemi tenía sobre la exposición distaba mucho de los ojos desconocedores de la historia. Su abuelo fue uno de los que murió en el campo de batalla y su familia la que sufrió las consecuencias de las vidas perdidas en la guerra. Explica, no obstante, que es poco lo que sabe de quién fue realmente su abuelo, pues como aquí, el mutismo se apoderó de la historia de la guerra. Akemi, sin embargo, observa diferencias: «Allí el gobierno fue el que se encargó de otorgar una tumba a mi abuelo y también de establecer visitas para que las víctimas de la guerra recuerden su historia».