Dijo anoche en València Edmundo Bal, el abogado del Estado «cesado» del procés y novato en las filas de Ciudadanos, que se sentía como una estrella del rock. Vaya que sí. Los grandes mítines políticos se parecen mucho a los conciertos multitudinarios. Pero lo de Bal no fue nada comparado con la entrada triunfal de Pedro Sánchez en el Parc Central, arropado por música de Tequila (Alejo Stivel) en directo ( Dime que me quieres) y saludando a diestro y siniestro en uno de los paseíllos más largos de la historia política moderna. Detrás de él, como fieles escuderos, Ximo Puig y José Luis Ábalos, menos habituados al baño de multitudes de los reyes del escenario.

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Es uno de los efectos del adelanto electoral decretado por Puig para que las elecciones autonómicas coincidieran con las generales. València fue ayer el epicentro de la política española y tuvo un amplio protagonismo. «Día histórico», dijo Puig, por ser la primera vez que el PSOE cerraba campaña de generales en València. Lo mismo puede decirse de Ciudadanos, que desembarcó con toda su plana mayor. Pablo Casado también estuvo en la ciudad, pero por la mañana, para luego presidir el acto final de los populares en Madrid.

La contrapartida de todo ese brillo valenciano en las pantallas de televisión es que la agenda estatal fue la estrella en la jornada definitiva de una larga campaña.

Aunque la agenda autonómica se coló algo, suavemente, en los discursos de los grandes líderes. Más en los de Sánchez y Casado que en el de Rivera, que sí que fue de estricta obediencia española a pesar de ser pronunciado en el viejo cauce del Turia.

Compromís hizo virtud de esa circunstancia también y en su acto final se reivindicó como el partido de casa frente «al desembarco de Normandía», en alusión de Joan Baldoví a la lluvia de estrellas políticas desde Madrid.

La coalición no necesitó palabras para decir su mensaje: lo proyectó con mensajes sobre su declarado (más que nunca) objeto del deseo: el Palau de la Generalitat. Las palabras de «Oltra» y «presidenta» hizo que se vieran sobre los muros exteriores del edificio. Todo dicho.

Unidas Podemos fue la única formación parlamentaria que ni celebró su acto final en València ni contó con su gran líder. Se fue a Elx con sus rostros locales, Rubén Martínez Dalmau y Rosa Pérez.

Y el actor ausente de la campaña, Vox, tras el éxito (atemorizante) de convocatoria del día anterior con su presidente, Santiago Abascal, optó ayer por volver a replegarse a casi la intimidad: una cena en la Hípica de València.

Quizá soñando con que la sorpresa llegue al galope, como le gusta mostrarse a Abascal. Ese es el temor que sobrevuela estas horas previas a las votaciones de mañana. La izquierda lo explicita públicamente. La derecha, no. Llama a lo contrario, a rechazar el miedo a la ultraderecha y sitúa el temor en los que dialogan con independentistas y «batasunos». El «gobierno más radical y antidemócrata» por sus alianzas «sí que da miedo», dijo Casado ante un mar compartido con Cataluña y con Andalucía.

Su petición final de voto útil a los simpatizantes de Vox y Ciudadanos refleja, no obstante, que la batalla en la derecha es feroz. Para Casado e Isabel Bonig, el duelo es PP contra PSOE. Para Rivera y Toni Cantó, la pelea es entre socialistas y Cs.

El PSOE es el partido que más abiertamente ha sacado como elemento de campaña el miedo a la extrema derecha. Sánchez y Puig lo airearon ayer. Van delante en las encuestas, tanto autonómicas como españolas, pero tienen la experiencia cercana de Andalucía, donde hubo vuelco inesperado. El presidente del Gobierno se acordó ayer de lo que pasó con Trump, Bolsonaro o hace quince días con los Auténticos Finlandeses, que se quedaron a 6.000 votos de derrotar a los socialdemócratas. No parecían que iban a obtener el resultado que finalmente lograron. Contra esa sorpresa de los ultras alertó ayer Sánchez. «Aquí no va a pasar», gritaron desde el público. Seis mil personas , según la organización, lo que lo convierte en el acto más numeroso de esta campaña en seria competencia con el de la ultraderecha del jueves en el Museo Príncipe Felipe.

Esta convocatoria «no va de elecciones normales, hay circunstancias diferentes», dijo Puig, en alusión a «parar a la coalición contra el progreso». «La cosa no va de proyectos, va de defender la democracia», había afirmado antes el ministro José Luis Ábalos.

Pero el factor sorpresa va por barrios. Ciudadanos reivindicó la acción de gobierno en Andalucía, donde está en el ejecutivo con el PP y apoyado externamente por Vox. Eso dijo Toni Cantó. «La campaña va de Sánchez o Rivera», afirmó Inés Arrimadas. Esa será la sorpresa, sentenció.

Oltra habló de la extrema derecha, pero de manera indirecta, para no dar más vuelo al fenómeno nuevo en la C. Valenciana y en España. La vicepresidenta defendió su campaña de «fraternidad» frente a «aquellos que agitan las banderas del odio y del miedo» y «los sentimientos que salen del hígado». Compromís tiene como eje de campaña la reivindicación del cambio iniciado en 2015, la oferta de que continúe y el objetivo de Oltra lo lidere ahora, en detrimento de Puig.

Sánchez y Casado, que se definió como «casi valenciano» (su mujer y su hijo son de Elx) hicieron suyas las reivindicaciones del corredor mediterráneo y de una mejor financiación autonómica. Rivera centró su discurso en la agenda española. Sánchez tuvo el gesto además de comprometerse a acudir a la toma de posesión de Puig como jefe del Consell, si vuelve a haberla. Lo dijo antes de retirarse al son de Salta y dar la campaña por finiquitada. Solo falta esperar ya a las urnas.