La universidad «está lejos de lograr una equidad en las aulas» y no refleja todavía la composición de las diferentes clases sociales, según la segunda edición del estudio Via Universitària (2017-2019), que engloba a las instituciones de educación superior de los territorios de habla catalana. El estudio fue presentado ayer en Barcelona por el catedrático de Sociología de la Universitat de València (UV, junto con el catedrático de Pedagogía de la Universitat de Barcelona (UB) Miquel Martínez, y el profesor de Estadística de la UB Ernest Pons. Los resultados se alinean con los del informe Eurostudent, que agrupa la misma información en relación a 28 países europeos.

Producto de una encuesta en línea en la que han participado más de 40.000 estudiantes de grado y de máster de 20 universidades de Cataluña, la Comunitat Valenciana, Baleares y Andorra, el estudio pretende «conocer las condiciones de vida de los estudiantes y proponer políticas universitarias», y se ha realizado con una triple mirada: diversidad, equidad y calidad. Los resultados muestran que la diversidad en las aulas sigue aumentando de manera lenta y progresiva, pero que la universidad «está lejos de ser equitativa» en su composición social. La clase social predominante en la universidad es la clase alta: el 55% a los grados y el 58% a los másteres. Por el contrario, la clase social baja es la menos representada en ambos casos: supone solo el 11% del estudiantado.

Además, si comparamos los resultados de la encuesta Vía Universitaria (2017-2019) con los del Estado español (INE 2018) se constata que, mientras que un 40 % de la población adulta tiene un nivel formativo bajo, en la universidad los hijos de progenitores con un nivel formativo bajo solo representan el 22 %. Con todo, las perspectivas de futuro son mejores ahora que hace tres años, cuando se realizó la primera oleada de la encuesta. La expectativa de ascenso social a través de los estudios se ha incrementado en 11 puntos. Así, el 36 % confía en que los estudios le permitirán lograr una posición social alta, mientras que al 2016 solo lo creía el 25 %. La mayoría (54 %) cree que los estudios le serán útiles para asegurarse buenos ingresos, mientras que al 2016 lo consideraba el 40 %.

En este sentido, los investigadores señalaron que la universidad debe tomar medidas políticas para lograr un «acceso equitativo de los varios perfiles sociales» y paliar la segregación horizontal, que legitima la desigualdad social en la distribución de las titulaciones. Asimismo, el estudio apunta a que el aumento del espectro estudiantil requiere «nuevas vías de formación universitarias», que ofrezcan itinerarios lentos que permitan a los estudiantes compaginar estudios y mundo laboral, con los mismos servicios y garantías que cualquier otro alumno.

Las interrupciones en los estudios están causadas por condicionantes sociales, económicos y laborales. Los hijos de extranjeros y miembros de familias con un nivel formativo bajo son más vulnerables al retraso en la consecución de los estudios universitarios. También aquellos de más edad, los que acceden en la universidad con notas bajas y los que estudian en modalidad virtual, además de los estudiantes de ingenierías, arquitecturas o ciencias experimentales.

A pesar de que las mujeres siguen siendo mayoría en la universidad, «los grados reproducen las tareas del ámbito doméstico marcadas por el género», ya que ellas tienen más presencia en áreas de la salud y de cuidados, mientras que los hombres se orientan hacia las enseñanzas vinculadas a la toma de decisiones y al espacio exterior de poder. Pons explicó que en las «titulaciones masculinizadas» -como las ingenierías y las titulaciones mixtas- las mujeres son minoría y algunas sufren el síndrome de la impostora, que consiste en una peor percepción de las capacidades propias y del reconocimiento externo.

Visibilizar modelos masculinos y femeninos que rompan los estereotipos de género y trasnversalizar la perspectiva de género en la docencia de todas las áreas del conocimiento, son algunas de las propuestas que han hecho los investigadores. Los resultados constatan que las estudiantes se esfuerzan mucho más en responder a las exigencias académicas, especialmente en carreras masculinizadas, donde son minoría. Son más disciplinadas y constantes en el estudio. En paralelo, se encuentran expuestas a una «sobrecarga de tareas» respecto a los hombres, y la brecha salarial aumenta con la edad.

Los progenitores son los principales financiadores de los estudios, tanto en los grados (58 %) como en los másteres (43%). De hecho, para el 25 % de los estudiantes de grado, los ingresos familiares son la única fuente de financiación con la que afrontar los gastos derivados de los estudios universitarios. Las becas son la segunda fuente de ingresos en importancia, pero 6 de cada 10 estudiantes declara no recibir ninguna.

Los investigadores concluyen que las consecuencias de la ley Wert están aún presentes y que «muchas conclusiones del estudio deben enmarcarse bajo el impacto de este decreto». Como dato positivo, un 44,6 % de los estudiantes encuestados se considera «muy de acuerdo» con que la principal motivación para elegir la titulación es la correspondencia con una profesión de su agrado.