Ayer se celebró el Día Internacional contra la LGTBIfobia, una jornada que este año coincide con el cuarenta aniversario de la derogación de la Ley franquista de peligrosidad y rehabilitación social, que persiguió a las personas homosexuales y transexuales hasta bien entrada la democracia. Por todo ello, la Federación Española de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (Felgtb) rendirá homenaje durante el Orgullo 2019 a las personas mayores marcadas por la represión y que ahora también tienen que hacer frente al reto de la soledad y la invisibilización.

La Conselleria d'Igualtat i Polítiques Inclusives también ha querido sumarse a esta iniciativa y ha lanzado, un año más, la campaña Trenca l'estereotip, en la que diversas personas ofrecen su testimonio para luchar contra los prejuicios y conseguir romper el armario.

«Me insultaron y me lanzaron piedras por la calle»

«Me insultaron y me lanzaron piedras por la calle»Carmen Monzonís (València, 1956) es una de las protagonistas de esta campaña. Ella lo tenía muy claro desde pequeña. «Yo entendía lo que me pasaba, soy lesbiana, pero entonces no tenía armas para asumirlo». «Para la sociedad, las mujeres lesbianas no existían: no habían referentes y estábamos doblemente invisibilizadas», recuerda de su adolescencia. Así, se vio obligada a fingir durante años una orientación sexual que no era la suya: «Dejé de lado mi deseo por las mujeres y continué mi vida como heterosexual. Me casé y tuve un hijo. Luego me separé de mi marido».

Pero en la década de 1980, cuando desarrolló su sexualidad, Monzonís decidió formar parte activa: al principio, con el Colectivo de Feministas Lesbianas de València, y más tarde, dentro del colectivo Lambda. Durante esta época, cuando trabajaba de conserje en el colegio Pablo Neruda de València, no fueron pocas las veces que tuvo que sufrir gritos e insultos cuando paseaba cogida de la mano de su novia: «En una ocasión, iba con mi hijo, que tenía 7 años, y un chaval de 14 años me agredió lanzándome piedras y me arrojó una botella con líquido inflamable». Aunque interpuso una denuncia y el agresor fue condenado a pagar una multa, los delitos de odio no estaban tipificados todavía, por lo tanto, su orientación sexual no fue tomada en consideración como agravante.

«Yo tenía unos 30 años. Por entonces había mucha intolerancia. Ahora hay mucho más respeto, pero sigue habiendo agresiones», alerta la activista. Según un informe del Ministerio del Interior, en 2017 la Comunitat Valenciana fue la quinta autonomía con un mayor número de delitos de odio registrados, 121. Por lo que respecta a las agresiones por orientación sexual o identidad de género, las cifras hablan de un total de 26.

Por todo ello, Monzonís muestra su preocupación ante estas situaciones: «Hay mucho estigma aún». A sus 62 años, sostiene que «la sociedad tiene que ir cambiando y nosotras tenemos que ir ganando visibilidad. Necesitamos que la gente asuma las leyes y las haga propias».

«Me dieron palizas, pensé que me mataban»

Antonio Roig (Eivissa, 1939) se crió en la posguerra: «Los años cuarenta me marcaron tremendamente, permearon mi ser. A los doce años empecé los estudios en el seminario». «Yo en realidad soy sacerdote y fraile», esclarece.

Vaticinando los cambios que meses más tarde se producirían en España con la muerte del dictador, adelantó su regreso después de pasar tres años en Inglaterra: «Tomé la decisión de que quería ser parte del cambio que se iba a producir. Me embarqué en la idea de publicar un libro».

Su primera novela, Todos los parques no son un paraíso. Memorias de un sacerdote, relata sus experiencias homosexuales y expone unas ideas sobre la sexualidad muy alejadas de la doctrina moral de la iglesia católica. «No tenía información sobre la homosexualidad y necesitaba saber qué tenía dentro de mí, qué era lo que me pasaba, con el objetivo de ayudar a otras personas con mi misma situación», reconoce el autor. Con la publicación de la novela, finalista del premio Planeta de 1976, fue suspendido a divinis por el arzobispo de València y expulsado de los carmelitas descalzos. «Me dieron 24 horas para marcharme. Me encontré en la calle y me senté en la puerta del convento durante tres meses, y la gente me apoyó».

A pesar del paso del tiempo, mantiene algunos episodios «de nefasta memoria» cuyas secuelas aún le duelen: «Recibí varias palizas, pensé que me mataban», relata con la voz entrecortada. «No quiero recordarlo», afirma tajante, sin poder continuar con su explicación. Venciendo los obstáculos que han nutrido su conmovedora biografía, el novelista se muestra orgulloso de su recorrido vital: «Creo que he sido coherente con mis ideas», sentencia. En el año 2014 el Ayuntamiento de Baeza (Jaén) lo premió por «su reconocida trayectoria como activista de los derechos Lgtbi».

Hoy, Roig reside en el barrio del Cabanyal con su pareja actual aunque tiene bien presente el recuerdo de Manuel Montesinos, su difunto «gran amor». A las puertas de cumplir los ochenta años, no duda en seguir difundiendo su mensaje reivindicativo: «Sigue habiendo mucha homofobia pero disfrazada, y hay que desenmascararla. La ley, afortunadamente, ha ido por delante».