Hace casi sesenta y seis años dos hombres lograron hacer historia alcanzando el punto más alto del planeta con la única ayuda de sus piernas, su valentía y la ambición de descubrir el techo del mundo. El 29 de mayo de 1953 Edmund Hillary y Tenzing Norgay se convirtieron en los primeros alpinistas en alcanzar la cima del monte Everest. Un hito no solo en la historia del alpinismo, sino en la del hombre. Tuvieron que pasar veinticinco años para que otros dos alpinistas volviesen a hacer historia. En 1978, Reinhold Messner y Peter Habeler lograron coronar la cima del Everest sin oxígeno. Una ascensión terrible, en la que incluso Habeler mencionó que llegó a tener alucinaciones por la falta de oxígeno. Pero lo consiguieron. Demostraron una vez más que algunos seres humanos poseen cualidades físicas y mentales que, aun siendo puestas a prueba por la montaña, fueron recompensadas por la misma regalándoles la que, seguramente, es una de las mejores panorámicas que se puedan contemplar en el planeta. Lo que quizá no imaginaba ninguno de ellos es que, muchos años después, el Everest se convertiría en un destino turístico más. A día de hoy, cualquier persona, previo abono de una gran cantidad económica, puede subir a la montaña más alta del planeta. Tanto China como Nepal han visto el Himalaya como una potente fuente de ingresos, y a miles de viajeros de todo el mun do les tienta escalar, con ayuda de oxígeno y porteadores, el punto más alto del planeta. Es comprensible que cualquier persona desee lograr esa hazaña, pero lo que no es permisible es el lamentable estado en el que se deja el campamento base de la montaña tras su paso por allí. Ríos de basura y desperdicios que entristecen el honor natural de una de las regiones más bellas de la Tierra. Quizá este aniversario debería ser un buen punto de partida, no solo para concienciarnos sobre la importancia de respetar y cuidar este regalo de la naturaleza, sino también para reflexionar sobre la auténtica heroicidad de coronar el punto más alto del planeta únicamente a través de nuestra fuerza física y mental. Es innegable que debe ser fascinante subir ahí arriba, pero la recompensa de hacerlo al precio que exige la montaña siempre será inigualable a hacerlo de otra forma.