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Reportaje

Los niños valencianos de Chernóbil

El acogimiento a menores ucranianos que lleva a cabo la Fundación Juntos por la Vida cumple su veinticinco aniversario

Los niños valencianos de Chernóbil

La fatalidad copa nuestras pantallas. Tan solo hace mes y medio de su estreno, pero esto no ha supuesto ningún hándicap para que Chernobyl se haya instaurado en la lista de «deberes» de todo aquel que desee disfrutar una buena serie, independientemente de si es seriéfilo o no. El éxito de la miniserie de HBO es innegable. Deben ser muy pocos quienes todavía no han oído hablar de ella. Tal es la «fiebre Chernobyl» que en tan solo un mes se ha convertido en la serie con mayor puntuación de IMBd (Internet Movie Database, una base de datos que almacena información sobre películas y series), con una puntuación de 9,6.

La miniserie relata de forma muy explicativa lo que sucedió el 26 de abril de 1986 en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, más conocida como la central nuclear de Chernóbil. Pero ¿qué pasó después? La Organización de las Naciones Unidas (ONU) asegura que el accidente de Chernóbil fue el más grave de la historia de la energía nuclear civil y el mayor en cuanto a exposición de la población a la radiación. Considerables cantidades de material radiactivo se esparcieron por toda Ucrania. Hoy, 33 años después, las secuelas son más que evidentes.

Alona Kuzmenko nació en 1989 en Irpín, ciudad ucraniana situada a 117 kilómetros de Chernóbil. Una distancia que no fue suficiente para «salvarla» de los efectos de la radiación. La joven nació con un tumor en la cara que, poco a poco, crecía a la par que ella. En Ucrania la operaron diez veces, pero nunca pudieron extirpárselo. En 2004, cuando Alona tenía 16 años, consiguió venir a pasar un verano a València en una casa de acogida gracias a los programas de acogimiento internacional que organiza la Fundación Juntos por la Vida. Aquí, en el Hospital Clínico, un cirujano accedió a operarla y le extirpó el tumor. «Era un bulto muy grande, y en Ucrania me decían que no me lo podían quitar. Mi vida cambió mucho tras llegar a España. Estas personas me salvaron la vida», afirma Alona emocionada.

En la madrugada del pasado jueves llegaron a València 75 niños y niñas de entre seis y diecisiete años, que, como Alona hizo en su momento, vienen a pasar el verano con diferentes familias de acogida. Este año la Fundación Juntos por la Vida cumple 25 años celebrando este programa de acogida, que permite a niños que viven cerca de Chernóbil pasar unas vacaciones de tres meses en el Mediterráneo. Clara Arnal, presidenta de la fundación, asegura que la eficacia de estas estancias «se ha demostrado a nivel sanitario, ya que la salud de los menores mejora notablemente», puesto que los niños provienen de zonas arrasadas por «el peor accidente nuclear de la historia y cuyas consecuencias perdurarán, según los expertos, cientos o miles de años».

«Tras el accidente de Chernóbil nacieron bastantes niños enfernos. Además, los jóvenes enfermaron mucho, mucho más que nuestros padres. Yo tengo casi 30 años, pero no puedo vivir sin medicación», asegura Alona. La doctora Alegría Montoro, bióloga responsable del Laboratorio de Dosimetría Biológica del Servicio de Protección Radiológica del Hospital Universitari i Politècnic La Fe, explica que «a los mayores les afecta menos la radiación porque los niños son muy proliferativos», ya que «están creciendo y, por lo tanto, sus células se están dividiendo mucho, de manera que el efecto de la radiación les afecta más».

«De mi pueblo a Chernóbil hay más de 100 kilómetros. Mi madre vivía aquí, hacía vida normal. No fumaba ni bebía. En cambio, cuando nací tenía un tumor que crecía conmigo. En todos los papeles que tengo pone que soy una afectada de Chernóbil y que mi tumor es a causa del accidente», afirma la ucraniana. La joven también comenta la normalidad con la que sufren cáncer de tiroides. Un tumor que «afectó a la mayoría de los jóvenes después del accidente nuclear», asegura.

Los estudios señalan que las personas que estuvieron expuestas en su niñez al yodo radiactivo tienen mayor riesgo de experimentar efectos secundarios. A esto cabe sumarle los problemas derivados de la contaminación de la leche con yodo radiactivo, a través de la cual muchos niños ingirieron altas dosis de radiación, que se concentraron en la glándula tiroides y favorecieron la aparición de cáncer. La misma Alona sufrió cáncer de tiroides y tuvo que ser operada en Ucrania tras su vuelta del Mediterráneo. «Me salió un bulto en la garganta y era cáncer de tiroides. Me lo tuvieron que quitar», recuerda. Actualmente, toma medicación todos los días y asiste a revisiones periódicas cada tres meses.

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