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Educación al rescate

El Colegio Santiago Apóstol de València ha conseguido que cuatro alumnos casi «desahuciados» del sistema educativo se graduen en Secundaria gracias a la Formación Profesional Básica

Educación al rescate

«Es la primera promoción que ha cumplido el sueño de toda una comunidad: de la escuela y de las familias». En el Colegio Santiago Apóstol de València lo tienen claro: cada pequeño logro cuenta, y mucho, porque puede cambiar la vida de personas que parecen tener su futuro predeterminado por estereotipos y prejuicios. No obstante, el alumnado no se da por vencido y trabaja junto a sus docentes para hacer de la educación la llave que les abra todas las puertas.

Estas semanas han sido de celebración en el centro educativo, porque cuatro alumnos de Formación Profesional Básica (FPB) han obtenido su graduado en Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Se trata de la primera promoción del Santiago Apóstol que supera este sistema educativo «híbrido», que implantaron el curso 2017-18 y que «repesca» a alumnos no titulados y les permite iniciarse en un perfil profesional, en este caso de Servicios Administrativos.

Como explica Jordi Bosch, director del colegio diocesano, la FPB «es una herramienta de inclusión real para los alumnos que no han podido obtener el graduado y que ya estaban en proceso de desahucio del sistema educativo». Hay que tener en cuenta que el Santiago Apóstol es un Centro de Acción Educativa Singular (CAES), situado en el barrio del Cabanyal de València, con el 98 % del alumnado de etnia gitana, que crece en un contexto social desfavorecido de segregación urbanística, en el que «muy pocos alumnos logran titular en Secundaria».

El colegio -que hace un mes recibió la visita del Nobel de Economía de 2004, Finn Kydland- cuenta con Educación Infantil y Primaria, y un aula unitaria para alumnado de 1º y 2º de ESO. Es, en el salto posterior al instituto, donde muchos adolescentes gitanos se «pierden» y abandonan los estudios.

Por eso, el éxito de la FPB es tan importante porque, además de la segunda oportunidad que supone para un grupo de muchachos, estos también se convierten en referentes y en un espejo en el que se miran 200 escolares.

El sueño de las familias gitanas

Vanesa Sáiz, tutora de 1º de FPB, indica que han titulado «cuatro de los once estudiantes que se matricularon el curso pasado, y tres ya se han inscrito en un Grado Medio; otros no han abandonado, repetirán para conseguir las competencias necesarias». «Las familias nos decían que querían que se graduaran, ¡y lo han conseguido! Hemos hecho una fiesta, les hemos entregado los diplomas e invitamos a todo el cole, porque han hecho realidad un sueño», asegura. «Es muy bonito, y por muchos discursos que les demos, el cambio se consigue viendo ejemplos como el suyo», asegura la docente.

Dos de los graduados son Eloy Díaz y Susana Borrego, de 18 años. Eloy quiere empezar en septiembre un ciclo de Informática, que es lo que le gusta, dice; y Susana va a seguir un programa de inserción laboral y va a apuntarse a cursos, para decidir de qué se matriculará en 2020.

Ambos jóvenes explican cómo sus respectivas hermanas, primos y demás familiares se interesan por sus estudios. Eloy apunta que su hermana, que también está en el colegio, «ahora cree más en ella y en que será capaz de sacarse su título; mis primos me preguntan si ellos también podrán hacer FPB, y a otros familiares más mayores les gustaría volver a estudiar».

Por su parte, la madre de Susana está muy orgullosa y la joven relata que amigas suyas que empezaron la FPB con ella «se arrepienten de habérselo dejado». «Me dicen que no sea tonta y que siga, porque ahora ellas lo darían todo por volver», afirma.

Además del graduado en ESO, básico para acceder a otros estudios y lo mínimo para postular a cualquier empleo, los estudiantes también han completado sus primeras prácticas laborales en el ámbito de la Administración, ella en el Instituto Geriátrico Valenciano, y él con la Asociación Brúfol, que realiza tareas de formación y acompañamiento social. «El primer día estaba muy nervioso, pero también orgulloso de saber que ya me quedaba menos para sacarme el graduado, y eso me tranquilizaba y me hacía sentir bien», apunta Eloy, mientras que Susana destaca la satisfacción de sentirse realizada profesionalmente: «Nunca había hecho prácticas y no conocía a mucha gente allí, pero vi que me trataban bien y que sabía hacer las cosas porque lo habíamos visto en clase».

Además de la formación, la profesora valora que los estudiantes han ganado «más confianza y seguridad en sí mismos que cuando empezaron»; y ellos lo reconocen: «Estamos orgullosos y contentos: ¿quién nos iba a decir que íbamos a tener el título?».

Mucho más que un colegio

El Colegio Santiago Apóstol, cuya titularidad tiene el Arzobispado de València, es un pequeño David de esperanza contra el Goliat que representan todos los indicadores socioeconómicos. Desde el centro relatan que ningún padre ni madre tiene el graduado escolar. Asimismo, en el Cabanyal trabajan por dejar de ser uno de los barrios más deprimidos de València, en el que la desigualdad se ve incluso en la esperanza de vida: que es de 73,4 años mientras en las zonas con rentas más altas del cap i casal llega a los 79,2, según el Observatorio Valenciano de Salud.

Así, la escuela no se preocupa solo de lo que pasa en las aulas, sino que es un elemento más del barrio. «Creamos lazos de confianza con las familias desde los tres años, y la relación es 'de tú a tú'», explica el director. Este factor es muy importante a la hora de intentar retener al alumnado para que se gradúe. «Cuando llega la adolescencia es mucho más fácil trabajar con ellos que hacerlo desde un centro de Secundaria que no conocen», relata.

«Luchamos contra el ambiente y contra las circunstancias personales -que en este contexto son muy específicas- y trabajamos para crear un clima de formación dentro del entorno de las familias, que hasta ahora era inexistente, porque el día a día es muy adverso», relata.

Por eso, el colegio es mucho más que un lugar para aprender. Hace 15 años dejó de ser un centro ordinario para convertirse en uno de los 90 CAES que hay en la Comunitat Valenciana, que enseñan a 17.413 alumnos. «En 2008-09 iniciamos una reflexión y en 2012 empezamos a transformarnos en una comunidad de aprendizaje, basándonos en el proyecto europeo Includ-ed, y una de las líneas a trabajar es la ampliación de espacios de aprendizaje y convivencia», explica. Durante el curso, a las 7.30 horas abre la escola matinera, donde los niños y niñas se duchan y reciben el desayuno, antes del comienzo de las clases. Por la tarde, cuando acaba el horario lectivo, hay repaso y un tiempo para hacer los deberes y, después, extraescolares. Asimismo, a mediodía, el alumnado también come en el centro, tenga o no beca de comedor. «Tenemos que garantizar una comida saludable, porque así se favorece un proceso de aprendizaje adecuado», apunta Bosch.

Más allá de todo esto, las puertas también se abren para la formación de los padres y madres, que aprenden cómo hacer un currículum, cómo estudiar para el examen téorico de conducir, o cuáles son las bases de la crianza.

Pero, ante todo, desde el colegio dicocesano avisan de la situación en la que viven muchas familias. «No disfrutan ni siquiera de una vivienda digna; si los niños no tienen un sitio para dormir a gusto ni donde no pasen frío en invierno, podemos hablar lo que queramos sobre educación inclusiva, pero es muy difícil», opina.

Aunque todo es cuestión de tiempo, el trabajo ya da sus frutos. «Año tras año se reducen los expedientes de convivencia y el absentismo escolar, y las notas medias mejoran », detalla el director. Parte de la clave de este éxito, además de las familias y los docentes, también la tienen los educadores, la mitad de los cuales son gitanos: «Son espejo, igual que lo serán los titulados por la FPB, que el próximo curso serán colaboradores. Ellos son la herramienta de transformación real», concluye.

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