Ni la sandía, ni la cereza, ni el melocotón. El verano es sinónimo de emergencia alimentaria para 10 millones de habitantes en los ocho países que conforman la franja del Sahel, donde el principal producto de la temporada estival es el hambre. A partir de junio, el agotamiento de la reserva de alimentos encarece el precio de la comida y multiplica por dos el número de personas que precisan de asistencia inmediata en esa zona africana que va de costa a costa por debajo del Sáhara. En un territorio situado a solo 5 horas de avión, la cifra de afectados equivale a la población de Portugal. Y tres millones son niños con denutrición severa.

Con esta desoladora realidad se toparon ayer de bruces los clientes del concurrido Mercat de Russafa de València, a través de una parada itinerante que brindaba productos impensables en la cesta de la compra de cualquier país del Primer Mundo: metralletas, huesos de animales, botellas de agua turbia, juguetes rotos... La acción se enmarca dentro de una iniciativa promovida por Acción contra el Hambre con el apoyo de la Generalitat y la UE que visualiza un drama potenciado por los conflictos armados y la crisis climática. «Estamos ante un fenómeno esperable que ocurre cada año, pero que sigue teniendo escasa atención de la comunidad internacional: se necesita una acción urgente para salvar vidas y queremos poner el foco sobre ello», expone Nuria Berro, portavoz de Acción contra el Hambre. En la región africana, la ONG ayuda a los pastores a encontrar agua mediante satélite, a los agricultores a adaptar las cosechas a la sequía y a las madres a detectar a tiempo la desnutrición de sus hijos.