La vida es una ceremonia de aprendizaje. Los desayunos informativos de Europa Press forman parte de la biografía inevitable de Ximo Puig. En octubre de 2015 firmó una frase que marcó el devenir posterior. «Todo en la vida es revisable», dijo asediado por preguntas sobre el liderazgo de Pedro Sánchez. Aquella sentencia marcó un punto de inflexión en su relación con el hoy presidente del Gobierno. Fue el inicio de una ruptura que dejó cicatrices profundas que a todos interesa ver ya cerradas.

Entonces, Puig acababa de estrenar la púrpura de la presidencia. Casi cuatro años después, ha pasado casi de todo, pero sobre todo unas victorias electorales de ambos que invitan a la prudencia. Al presidente de la Generalitat le hurgaron ayer en el mismo foro en busca de una rendija de crítica o de alejamiento de Sánchez y no encontraron nada. Se fue sin dejar charcos pisados.

El primer «barón» rojo

Puig se presentó ayer como el primer barón. Es el primer presidente autonómico que pasa en esta legislatura por esta tribuna y es el líder hoy de la principal autonomía de izquierdas. Progresista, pero no radical, a pesar de contar con Podemos en el gobierno, a tenor de la presentación del Botànic II en Madrid que hizo ayer el líder del PSPV. Lo exhibió como un espacio de «sensatez y honradez», «un referente de una forma de hacer política plural, inclusiva y solidaria».

Cohesión fue su palabra mágica para explicar lo que quiere: «Política desde la moderación y la centralidad que aspira a unir a una amplia mayoría, ajena a extremismos y deslices populistas». Su receta es sencilla de formular: «Impulsar el crecimiento económico y fortalecer la justicia social». La práctica siempre es más complicada que la teoría, como todo aspirante a conductor de algo (un vehículo, un gobierno, una nación) sabe.

El recuerdo a Alfredo Pérez Rubalcaba sonó a mensaje con más miga de la aparente. El exlíder del PSOE, eterno perdedor, es para Puig «el ejemplo del que vencía convenciendo» y el que a través del pacto ejercía la política con «responsabilidad», dijo.

Progresista, plural, moderado y valencianista. Sería el cuarto calificativo que colgar a la «vía valenciana». No solo porque citó a Joan Fuster, ya casi un ausente divino, sino porque presentó a la C. Valenciana como «nacionalidad histórica de primer nivel, a prueba de gobiernos nefastos», y exigió una vez más acabar con la discriminación que sufre en la financiación autonómica: «El motor privado ha funcionado, pero el público está gripado. Necesitamos combustible». No obstante, tiene «experiencias fundadas» de una reforma cuando Sánchez forme gobierno. Reclamó también infraestructuras periféricas (el AVE Barcelona-Alicante) y no empequeñeció a la hora de denunciar los males del nuevo centralismo.

Una consecuencia de este fenómeno son los beneficios fiscales de los que goza Madrid. «La recentralización permite el lujo del 'dumping' fiscal» (la competencia desleal al poder eliminar o bonificar totalmente impuestos, como los de sucesiones o patrimonio). Deslizó así que algunos de ellos deberían estar en el ámbito estatal, porque «para nosotros es imposible quitar impuestos».

La ola de Cataluña «nos mojará»

En Madrid es imposible no hablar de Cataluña. Es tan simple como la teoría de atracción de los polos opuestos. Puig reiteró la palabra diálogo al ser preguntado sobre los vecinos. Y subrayó que sin Cataluña, no hay solución territorial en España. «La desconfianza y la inestabilidad en Cataluña nos afecta». «La ola nos mojará a todos si somos incapaces de buscar soluciones». Pero a diferencia del expresidente Zapatero (presente en la sala), no se pilló los dedos sobre si los indultos deben formar parte de esa salida. A lo que hay que poner fin es al «estado de crispación solidificado», insistió.

El jefe del Consell. Todo y nada. Pero un límite queda fijado: 2021, fecha prevista del próximo congreso del PSPV.