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Más soledad en torno a Bonig

La pérdida de apoyos en la dirección de Génova es el último desaire a la líder valenciana, que se enfrenta a la historia del PPCV

La historia no está a favor de Isabel Bonig, pero nada está escrito. Ni Manuel Giner (1983), ni Rita Barberá (1987), ni Pedro Agramunt (1991), ni Alberto Fabra (2015) repitieron como candidatos del PP valenciano después de perder unas elecciones autonómicas. Bonig ha obtenido los peores resultados, aunque con un panorama distinto de multipartidismo, pero intenta resistir y derrotar a la tradición histórica. No lo tiene fácil. Desde la llegada de Pablo Casado al despacho principal de la calle Génova de Madrid la exconsellera valenciana ha ido perdiendo posición interna y pequeñas batallas.

Bonig apostó por Soraya Sáenz de Santamaría en la disputa por el mando del PP (su equipo lo hizo con todas las armas; ella, más discretamente) y ahí empezó casi todo, aunque los críticos (cada día más visibles) argumentan que si hubiera podido presentar a Casado un partido cohesionado no hubiera encontrado tanta frialdad al otro lado. Por entonces tenía ya una gestora en la ciudad de València y otra en la provincia, tras un enfrentamiento por poner a su favorita frente a quien había sido el presidente provincial hasta entonces, Vicente Betoret. Este respaldó a Dolores de Cospedal en las primarias, pero se reubicó pronto al lado de Casado, que se lo llevó a Génova. Hoy es uno de sus fieles. No está en la primera línea, pero está en el cuarto de máquinas del partido como secretario ejecutivo de Acción Electoral.

Los leales a Betoret en su comarca (Camp del Túria) acaban de celebrar otra victoria: impusieron a su candidato a diputado provincial por encima de la elegida por Bonig y exportavoz del grupo, Mari Carmen Contelles. No es la única revuelta local que la líder popular valenciana se ha encontrado al componer la lista para la diputación, algo inusual en un partido de jerarquía y disciplina interna. Al menos hasta hace unos años.

Bonig ha visto además cómo sus filas mermaban por el sur. Su gran valedor en Alicante, José Císcar, abandonaba el mando provincial. Dejaba paso en un movimiento que los críticos interpretan como un preámbulo de lo que sucederá con la presidenta. Por aquellas tierras ha recobrado protagonismo

Carlos Mazón, ex cargo de los tiempos de Eduardo Zaplana y el elegido ahora de Teodoro García Egea, el hombre que mediantes su filiación murciana parece haber empezado a mover hilos en la Comunitat Valenciana desde el sur. Un neozaplanismo parece una de sus palancas de apoyo.

La líder ha visto además como glorias del pasado (tocados por procesos judiciales) como Francisco Camps y Carlos Fabra salían de la oscuridad en su contra de la mano de otro veterano en retiro, Agramunt.

Bonig cuenta en Castelló ( su territorio) con el apoyo de Miguel Barrachina, que acaba de caer del organigrama de Génova, donde tenía hueco hasta el martes. Un desaire más. Los tres valencianos que a partir de hoy están en el comité ejecutivo del PP (Betoret, César Sánchez y Belén Hoyo, la única en los maitines) son fieles a Casado que se desmarcaron del equipo de Bonig cuando tocó decidir quién iba a mandar en Génova. Ninguno, curiosamente, está en la foto que la presidenta ha difundido en las redes para felicitar por los nombramientos. El hecho no ha pasado desapercibido.

De momento, los focos están puestos en el otoño y la posible repetición de elecciones generales. No se esperan movimientos. Bonig ha rechazado adelantar el congreso regional. Si resiste hasta 2021, hoy por hoy parece claro que tendrá oposición dura: Mazón, Sánchez y Betoret se perfilan como opciones. Pero nada está escrito. A Bonig le queda el arma de la esperanza.

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