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Efectos

Los excluidos tras la crisis

El empleo, marcado por la precariedad, es uno de los principales motivos de vulnerabilidad social - La desigualdad entre los hogares con mayor y menor renta ha aumentado tras la recesión

Remedios, trabajando en su puesto en uno de los mercadillos ambulantes de València en una imagen tomada ayer. mao

Toni no es futbolista, ni ministro, no sale en la tele ni forma parte del elenco de La casa de papel. Toni toca la guitarra cerca del Miguelete y antes trabajaba en un conocido hipermercado, por eso se sorprende cuando le piden que cuente su historia. Para él, la crisis significó pasar a hacer tan solo una comida al día después de que le despidieran de su trabajo a los 52 años porque «no daba la imagen». Remedios tiene un puesto en el mercadillo ambulante y con su sueldo mantiene a sus siete hijos y su marido, haciendo malabares para llegar a fin de mes. Ríete tú del Circo del Sol. Ya no compra bocadillos o filete, ahora hace una olla para todos y confiesa que «ya no puedo permitirme los caprichos de antes». Ahora tira por lo más barato.

Toni ahora tiene 61 años y sus expectativas hacia el mercado de trabajo son las siguientes: «Ya no me quiere nadie, estoy excluido del mercado laboral y condenado a subsistir como pueda». Cobra una prestación de 430 euros que le da para ir pagando deudas. Confiesa que la crisis económica ha minado su capacidad de resistencia. «Al principio te vas manteniendo porque en el pasado tenías un buen sueldo, pero poco a poco va pasando el tiempo y el dinero te da para menos. Si el primer mes me faltaron 20 euros, el siguiente fueron 40 y el siguiente 60, es una progresión y al final tu situación consiste en cobrar para pagar lo que te han dejado», lamenta. Remedios no sabe que será de su familia en septiembre, cuando le llegue la carta con su tercera orden de desahucio. Espera un alquiler social como agua de mayo para no verse en la calle con sus hijos.

Estas son dos historias de personas que pertenecen a una masa social excluída tras la crisis económica. Porque en ocasiones se nos olvida que las cifras tienen cara. En pleno agosto de 2019 las dificultades para llegar a fin de mes y la vulnerabilidad social no han acabado para una parte no menor de la población valenciana. De hecho, la exclusión social afecta a una de cada cinco personas (20,3 %) en la Comunitat. Somos la cuarta región de España teniendo en cuenta estos datos.

La exclusión social es «un proceso de acumulación de dificultades», según la fundación Foessa, vinculada a Cáritas. En esta acumulación cuenta la clase social en la que uno nace, pero también la desigualdad de género, las diferencias de oportunidades en los territorios, la discriminación por raza, la educación, o la desventaja que sufren las personas con discapacidad, por nombrar solo los más importantes. Según Miguel Ángel Rodríguez, Coordinador de Cruz Roja en la Comunitat Valenciana, el empleo continúa siendo el factor más importante de exclusión social, hasta el punto de que alrededor del 30 % de las personas atendidas por la ONG en 2019 tenían trabajo. Según Foessa, los ingresos procedentes de la parte salarial no han acabado de subir tras la crisis.

Por otra parte, la desigualdad ha aumentado. El rico es más rico y el pobre más pobre. Según Cáritas, el 20 % de los hogares más empobrecidos sólo poseen alrededor del 6 % de las rentas, mientras que el 20 % de los más adinerados poseen el 40 %. Esta tendencia a la desigualdad se está manteniendo en el tiempo, según denuncia Cáritas. Miguel Ángel Rodríguez lo resume de la siguiente manera: «Aunque se ha dado un crecimiento positivo de las grandes cifras macroeconómicas, en la economía de las personas hay un porcentaje de población cada vez mayor que no tiene suficiente con su trabajo para llevar un nivel de vida digno», sentencia.

Otro dato especialmente preocupante nos lo da el porcentaje de exclusión severa, que habla de aquellas personas que tienen dificultades de acceso a servicios básicos como la vivienda o la alimentación, que apenas a variado medio punto y se sitúa hoy en día en el 9,5 % de la población. Este dato lo sustenta a su vez Miguel Ángel Rodríguez, que afirma que el índice de pobreza relativa ha bajado tras la crisis, pero que por el contrario la cronicidad (que se relaciona con la transmisión intergeneracional de la pobreza) se ha mantenido.

Los que se han quedado atrás

Hay una capa de la población que no ha salido de la crisis económica, que sigue con el agua al cuello a pesar de las grandes cifras del Ibex 35. Sara, vecina del Cabanyal, afirma que en su casa se mantienen siempre y cuando no haya demasiados imprevistos. «Si se le rompe una sandalia a un chiquillo, o a otro una camiseta en el mismo día, ya sabemos que tenemos que encajar cifras», afirma.

Aunque sabe que mucha gente ha logrado escapar de la recesión, ella afirma que no es su caso, porque la crisis no afectó a todo el mundo por igual. «El rico se benefició porque aprovechó la situación y el pobre se empobreció», asegura.

La realidad es que Sara acierta en su afirmación, al menos en la parte que le toca, ya que, según Miguel Ángel Rodríguez «hay muchos estudios nacionales e internacionales que reflejan la incapacidad de salir de la crisis para aquellas personas con menos recursos, por eso existe una situación de pobreza cronificada. Quien más recursos tenía pudo resistir más».

La clave es que las personas que tuvieron más dificultades durante la crisis no han sido capaces de remontar, es más, han ido acumulando desigualdades. Así, los hogares que tienen dificultades en cuatro o más de las dimensiones de la exclusión (vivienda, empleo, alimentación, salud...) son más del doble que los registrados antes de la crisis económica.

El efecto del tiempo sumado a problemáticas no resueltas han tenido efectos devastadores en gran parte de la población valenciana. El empeoramiento de la calidad del empleo y los disparados costes de la vivienda han sido los dos principales ingredientes del cóctel de la exclusión social. Con los últimos datos en la mano, alrededor del 28 % de los contratos firmados en 2018 tuvieron una duración inferior a una semana. Los períodos cortos de empleo, combinados con otros de paro son una realidad cada vez más frecuente en nuestro país.

Exclusión social también es el estrés de tener que preocuparte de un bien necesario para vivir que muchos damos por garantizado, como es la vivienda. Remedios está denunciada y Sara ha pasado por varios pleitos contra sus respectivas inmobiliarias, propietarias de sus inmuebles. Ninguna de ellas sabe si en septiembre se pueden ver en la calle con sus hijos. Remedios no le coge el teléfono a ningún número que no esté en su agenda, porque tiene miedo a que quien llame sea el banco. El mismo que tiene que mandarle, como a Sara, su orden de desahucio el próximo mes.

Según Cruz Roja, la vivienda influye de manera decisiva en la exclusión social. Importa, y mucho, porque un sitio donde vivir es la piedra angular de todo proyecto personal, y no tenerla asegurada tiene efecto perjudiciales en las personas excluidas socialmente.

Distintas dimensiones

Es necesario entender la exclusión social como un proceso complejo que no depende de una única desigualdad. Normalmente son varios factores combinados, aunque hay varios perfiles que a día de hoy siguen sin alcanzar la recuperación económica y son especialmente vulnerables.

Influye la edad, ya que Foessa afirma que las políticas sociales tienen un efecto protector desigual para los jóvenes, que reciben muchas menos prestaciones sociales. También influye tu género, ya que está demostrado que las mujeres presentan mayores cotas de desigualdad en la Comunitat. Influye el hecho de que tengas una discapacidad, influyen los apoyos familiares, tu nivel educativo, tu condición de migrante, y hasta la región de España en la que naces.

Por ello, Toni, que toca la guitarra cerca del Miguelete y que no está acostumbrado a hablar con la prensa, resume los efectos de la exclusión social de la siguiente manera. «Nadie debería depender de su suerte. No de la suerte de que te atropelle un coche o te caiga una maceta, sino de la suerte del color de piel que tengas, de tu inteligencia, de tu religión o de tu estructura familiar. Nadie debería depender de eso para existir con un mínimo de dignidad», incide.

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