Durante los últimos días hemos podido asistir, otro año más, a una cita fija del verano y del cielo que nos hace de techo: las Perseidas. Una lluvia de meteoros que hace las delicias de los espectadores que, con la mirada puesta en el firmamento, han esperado pacientemente la aparición de alguna de ellas. Una experiencia clásica en el punto álgido del verano. Perfecta para recordarnos las maravillas que conviven con nosotros en el Cosmos del que formamos parte. Y del que, sin darnos cuenta, nos olvidamos más de lo que debiésemos. Dado el frenético ritmo de vida de la sociedad occidental apenas dedicamos tiempo a maravillarnos con lo que nos rodea más allá de nuestro planeta. Únicamente prestamos atención a fenómenos concretos. Los cuales, por cierto, suelen ser objeto de admiración y disfrute social cuando ocurren.

Este planteamiento debería ser la base sobre la que reflexionar y, de vez en cuando, aprovechar cualquier espacio de tiempo libre para poder descubrir todo lo que el universo es capaz de ofrecernos. Incluso más allá de la belleza de la Luna o del espectáculo que suponen las popularmente conocidas como lágrimas de San Lorenzo. Hay mucho más en nuestro firmamento. Desde observar la Vía Láctea a divisar los planetas a simple vista, por lejanos que se antojen. España cuenta con algunos de los mejores puntos de observación de Europa y, con mucha probabilidad, del mundo. La claridad del cielo es magnífica. Perfecta para observar a simple vista la belleza de algunas constelaciones o descubrir muchas más estrellas de las que se ven desde las grandes ciudades. Quizá el exceso de luz de las grandes urbes nos ha hecho olvidar que formamos parte de un todo. Un todo que siempre está esperándonos. Y que merece la pena descubrir o redescubrir de vez en cuando.