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Excluidos e ignorados

Las clases bajas marcan los mayores niveles de abstención electoral, sobre todo en la periferia - En los países donde más vota la gente empobrecida aumenta la redistribución de la riqueza

La Fontsanta es uno de los barrios más empobrecidos de València. Un distrito tradicionalmente proletario que nació de la emigración posterior a la riada que asoló la ciudad hace 60 años. Por eso es curioso que para llegar al lugar de reunión de sus vecinos, la Plaza de Murcia, tengamos que pasar por la calle Príncipes de Mónaco, que corta con la plaza del Rei Alfons el Benigne.

Si se quiere entrar por otro camino, es posible coger la calle Rey Saud, todo recto. Entre tanta realeza viven Dolores y Matilde, dos vecinas de este barrio periférico de la capital del Túria, que entre otras cosas, registró casi un 52 % de abstención las pasadas elecciones. Lo que significa que más de la mitad de sus habitantes no fueron al colegio electoral para votar.

Tras los últimos años de la crisis, que golpeó más fuerte a los de abajo, ha venido tomando forma el «precariado político». Así define Foessa (la fundación vinculada a Cáritas) a una nueva masa de gente excluida socialmente, expulsada de los trabajos tradicionales y empujada hacia la periferia de las ciudades. El proletariado de toda la vida. La ley no restringe la participación de los más pobres, sin embargo, muchos nunca votan en las elecciones.

Entre esta masa social crece el desencanto político, no por desinterés, sino porque son las personas que más han sido rechazadas por los gobernantes. Así, las urnas se llenan de votos procedentes de las zonas integradas de las ciudades, del centro y de las clases pudientes, mientras que las clases empobrecidas, que son las que más necesitan del Estado, se quedan en casa.

Según Gustavo Torres, técnico de Psicólogos Sin Fronteras (PSF), existe una «indefensión aprendida» entre las clases bajas. «En un momento dado han votado a equis partido de derecha o equis partido de izquierda y han visto que el barrio en el que viven no ha mejorado», señala Torres. Pero, ¿por qué es importante que no existan desigualdades en la participación electoral? Un estudio realizado en 14 países demuestra que allí donde participan más los pobres aumenta la redistribución de la riqueza. Sin embargo, la mayoría de democracias del mundo tiene como rasgo común que los excluidos participan menos que los ricos.

La situación actual es la siguiente; los ciudadanos que más necesitan al Estado para sacar su vida adelante ya no votan y sus preferencias dejan de entrar en el sistema. Se reducen entonces los incentivos para que los partidos políticos recojan sus intereses en sus programas y políticas.

¿Para qué votar?

Volvemos a la Fontsanta con Dolores y Matilde. Curiosamente ellas sí que asistieron a varios mítines políticos durante la pasada campaña. Eso sí, ninguno en su barrio. «No quiero culpar a ningún partido, pero aquí estamos muy marginados y abandonados», lamenta Dolores.

Tanto ella como Matilde se declaran decepcionadas con todos los partidos. «A mí me da igual que entre el PSOE, el PP o quien sea, pero quien lo haga debe mirar por los ciudadanos, que es su trabajo ¿Para qué voy a votar si no veo ninguna mejora?», sentencia Matilde. Para Gustavo Torres, la solución es tan sencilla como tener en cuenta la opinión de los ciudadanos. «El problema es que las demandas de la gente excluida no llegan a los partidos, y lo que ocurre es que la gente de fuera acaba imponiendo las necesidades del barrio, en lugar de preguntar a sus vecinas».

Ya que no lo hacen los partidos, preguntamos nosotros y vemos que las demandas son bien sencillas. «Hay una biblioteca, pero es muy pequeña, además harían falta más dotaciones para que los niños tuvieran muchas más cosas que hacer en el barrio. Un poco más de entretenimiento y enseñanza para ellos», señala Dolores.

Matilde, que viene cargada de bolsas, señala la necesidad de algo tan básico como un supermercado. «No tenemos nada más que una tienda muy pequeña para poder comprar, la mayoría de los locales del barrio están cerrados. Vengo de hacer la compra y he tenido que irme hasta el barrio de al lado porque aquí no hay nada», apunta.

Suele decirse que votar es más importante para las élites que para los desheredados, cuando debería ser todo lo contrario. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), alrededor del 20 % de los obreros considera el acto de votar como muy poco o nada importante. Los de abajo no sienten que el hecho de votar sirva para que se les tenga en cuenta. La abstención extrema se concentra en los suburbios de las ciudades, donde viven las personas excluidas, con menos ingresos, menos recursos educativos, y expulsadas tanto del mercado laboral como de la vivienda.

Participación y renta

Daniel Segovia tiene 21 años y trabaja de camarero en Utiel. Aunque votó las pasadas elecciones, han sido suficientes un par de meses para decepcionarle. Al igual que Dolores y Matilde, él tampoco se siente escuchado. «Creo que los problemas del obrero le dan igual a los políticos, ellos se suben y se bajan el sueldo cuando quieren. Al final, a ellos les da igual lo que me pueda pasar a mí en el bar o a un agricultor en la viña», declara.

Según Foessa, la correlación entre el índice de Gini (que mide el reparto de la riqueza) y la segregación electoral es muy grande, y cada vez va a más. En los barrios que se van empobreciendo también lo hace su participación electoral. Más que enfocar su comportamiento hacia un voto a ntiestablishment, los datos apuntan a que la abstención en los lugares donde las personas han sido más maltratadas por la crisis está aumentando. De hecho, la Comunitat Valenciana es la tercera autonomía de España, solo por detrás de Andalucía y Extremadura, con mayor nivel de desigualdad electoral. Mientras tanto, la participación en los barrios más ricos se mantiene y sus residentes siempre se movilizan para votar.

La diferencia es todavía mayor si tenemos en cuenta la exclusión social. Prácticamente nadie incluido en el espacio de integración reconoce no votar, mientras que en los espacios de exclusión hasta un 22 % reconoce no hacerlo nunca.

Plataformas de barrio

Si los gobernantes no escuchan a los barrios empobrecidos, la solución es que los vecinos tomen voz propia. Por ello, Gustavo Torres señala que uno de los objetivos de PSF es, precisamente, el de crear un tejido asociativo fuerte en los distritos en los que trabajan, aunque reconoce que todavía queda mucho camino por recorrer. «Crear una plataforma de barrio requiere de mucho tiempo y esfuerzo, y además hablamos de gente que está tan decepcionada con la política que ni siquiera piensa que va a ser escuchada», declara. Las presiones que vienen de la calle son, por lo general, las que expresan las demandas de los sectores más marginales y precarios, por ello es fundamental que estas vías sean tenidas en cuenta por los gobernantes.

Otra de las fórmulas que proponen desde PSF es la del trabajo a pie de calle por parte de las instituciones. «Hay que hacer un trabajo comunitario preguntándole a la gente de las zonas excluidas qué es lo que necesita. Con eso vuelves a crear la sensación de seguridad en la política, porque aquello que has pedido se ha puesto», asegura Gustavo Torres.

Es necesario remarcar que el problema de fondo es una insatisfacción general, no con el sistema, sino con su articulación. Según el CIS apenas uno de cada cuatro españoles está satisfecho con el funcionamiento de la democracia. Además, la mayoría de las personas entrevistadas por Foessa afirma que las movilizaciones son útiles y pueden cambiar la sociedad. Sin embargo, apenas uno de cada cuatro entrevistados afirma haber participado en una movilización este año.

Votos que no sirven

Daniel, desde el bar en el que trabaja, afirma que la gente está quemada de la política. «Votan y ven que no ha servido para nada, aunque su partido haya ganado las elecciones». Pese a ello, él no se resigna y en mitad del turno de barra, en un pequeño descuido, se le escapa lo siguiente: «En este país solo salimos a la calle si España gana un mundial de fútbol, por la política no vamos a salir nunca, ni por cosas que tengamos que defender».

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