El ser humano nunca dejará de fascinarse ante la fuerza de los océanos. En algunos lugares, como Hawái? y California, gran parte de la cultura gira en torno al gran azul. Son muchas las personas que, cada año, se acercan a contemplar el espectáculo natural que general las olas en las costas de estos destinos. Y muchos los valientes que retan a las mismas queriendo domarlas con sus tablas.

Pero hay dos rincones del planeta que superan con creces la imagen preconcebida sobre grandes olas que existe en la mentalidad colectiva. En nuestro país vecino, Portugal, existe una pequeña población de la costa atlántica llamada Nazaré. Este pueblo se halla cerca de un gran valle submarino con casi 5.000 metros de profundidad y más de 230 kilómetros de longitud. Su forma de embudo hace que desde las playas que bañan esta población se hayan visto olas de más de 30 metros de altura.

Y aún más allá, a un centenar de kilómetros al sur de California, encontramos el banco de Cortés. Una región en pleno océano Pacífico que, debido a las características geológicas que hay bajo sus aguas, crea en ocasiones oleajes superiores a los 20 metros. Un destino perfecto para contemplar el vertiginoso poder que tiene el mar. Y una meca casi desconocida para los amantes de los deportes de agua. Acceder hasta el banco de Cortés es una compleja aventura, debido a lo remoto y alejado que se encuentra de la costa, pero Nazaré es mucho más accesible y dispone de un mirador desde el que contemplar este espectáculo natural. A partir de septiembre, y durante el resto del otoño, tenemos la época idónea para, con suerte, observar (y escuchar) los rugidos del Atlántico.