Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La matanza del hospital de Alicante que no fue

En 2005, un preso ingresado robó el arma a un policía y encañonó a varias personas - No llegó a disparar por no saber usarla

La matanza del hospital de Alicante que no fue jose navarro

Rafael Vidal vio la muerte de cerca una madrugada de 2005 en la que un preso ingresado decidió huir del Hospital General de Alicante. El recluso le arrebató el arma al policía que vigilaba el espacio, golpeó al agente y salió de su habitación. Vidal, enfermero, se encontraba justo ahí, en el pasillo al que daba la estancia. Y mientras sujetaba un puñado de medicamentos, pudo ver cómo el preso levantaba el arma, le apuntaba y apretaba el gatillo.

E. J. B. son las iniciales de aquel joven de 27 años que había dejado las rejas para recuperarse. Era grande, fuerte y cargaba con una doble pena: vivir encerrado y estar a punto de morirse. Sufría una metástasis, cuenta Vidal. «Tenía los días contados», señala.

Una noche de enero de hace ahora casi 15 años, E. J. B. escuchó a uno de los dos policías que vigilan este espacio decirle al otro que se ausentaría unos minutos. «Las paredes son de papel en el módulo de seguridad», cuenta el enfermero. Con la ayuda de un pincho, amenazó al agente que quedaba, le arrebató el arma y le golpeó con la culata.

Al salir de la habitación, el interno no dudó al ver al enfermero: se frenó, le encañonó a unos diez metros de distancia y apretó el gatillo en varias ocasiones.

La huida

El desconocimiento salvó la vida de Vidal, pues el arma tenía 17 balas, pero el preso no supo utilizarla. «Yo me quedé quieto, no sabía qué hacer. Al ver que la pistola no iba, se fue», explica el funcionario. A pocos metros, el delincuente se chocó con su compañera Carmen, auxiliar de enfermería, El interno la encañonó estando al lado, pero a ella también la amparó el desconocimiento. La apartó y salió. «Yo me asusté mucho, pero Carmen pasó aquella noche fatal, tanto que el adjunto de Medicina decidió hacerle unas pruebas y, aunque no tenía ninguna sintomatología, le detectaron un cáncer de estómago con metástasis. Aquél susto le activó los síntomas de lo que ya tenía. Unas semanas después, se murió», cuenta el enfermero.

El joven echó a correr por todo el hospital en busca de la salida, mientras la Policía Nacional desplegaba a 20 agentes para tratar de truncar la fuga. E. J., desorientado, recorrió varios departamentos del centro hospitalario guardándose el secreto de que no sabía disparar; amenazante, apuntaba a todo aquél con el que se cruzaba.

Dos policías de paisano lo localizaron en urgencias pediátricas y uno de ellos se abalanzó sobre él. Durante el forcejeo, el recluso trató de disparar. «Un agente en prácticas vio a su compañero en peligro y, al comprobar que no estaba puesto el seguro de la pistola empuñada por el preso, le disparó en la pierna y lograron reducirlo», explicó este diario en la edición del día siguiente.

El recluso se recuperó en urgencias de una herida limpia. «Lo curaron y lo volvieron a subir al módulo de seguridad», relata Vidal. Así, apenas dos horas después, este enfermero estaba atendiendo a E. J. de nuevo.

Por suerte, no acabó con la vida de Rafael, quien lejos de negarle la asistencia le curó las heridas. «Qué le vamos a hacer. Casi me mata, pero la vida es así». El sanitario no denunció al preso, porque «tenía los días contados».

Compartir el artículo

stats