«El suicidio es un grave problema de salud pública silenciado, pero para empezar a prevenirlo es necesario visibilizarlo». Quien se manifiesta con tal rotundidad es Carmen Montón, exministra y exconsellera de Sanidad, que ayer pronunció en Madrid una conferencia sobre esta auténtica epidemia que ya es la primera causa externa de muerte en España.

En 2017 se suicidaron en España 3.679 personas -2.718 hombres y 961 mujeres- más del 10 al día, lo que supuso un 3,1 % más sobre el año anterior y prácticamente el doble que el número de muertos en accidentes de tráfico. En la Comunitat Valenciana se registraron 407 muertes, la tercera cifra más alta de España, solo superada por Andalucía y Cataluña.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo y cada 3 otra lo intenta. Los expertos advierten que un suicidio esconde un «inmenso sufrimiento», no solo «el de la persona que decide tomar esta dramática decisión», sino «también el de todo su entorno». Por ello, los especialistas lo consideran «uno de los mayores problemas de salud pública» en Europa.

Hoy, 10 de septiembre, se conmemora del Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Intentar ocultar esta realidad es, a juicio de los expertos, como tratar de tapar el Sol con el dedo y, sin embargo, se mantiene la tradición de no mencionar el suicidio como causa de la muerte en las noticias de los medios de comunicación. Solo a veces, cuando el fallecido es muy famoso y el suceso ocurre en otro país, se rompe la ley del silencio. Otras veces se sugiere de forma velada, aludiendo a una muerte «no accidental» o «voluntaria».

Pero cada vez más profesionales de la salud mental consideran que silenciar esta realidad es un error y hablan incluso del llamado efecto Papageno, que se refiere al cambio de opinión de un potencial suicida. Papageno es un personaje de La flauta mágica, de Mozart. Tras haber sido disuadido de suicidarse por tres niños, se reencuentra con su amada Papagena, con la que tendrá muchos hijos. A este efecto apela el periodista Gabriel González Ortiz, autor del libro Hablemos del suicidio. González asegura que «los familiares de quienes se suicidan imploran que hablemos de esta realidad».

El presidente de Salud Mental España, Nel González, insiste también en que los suicidios representan una realidad silenciada que debe dejar de serlo y anima a derribar mitos como que hablar de él aumenta el riesgo de conductas suicidas o que la persona que quiere acabar con su vida no avisa. El Colegio Oficial de Psicología de la Comunitat Valenciana aconseja dar mayor visibilidad al suicidio, desde una perspectiva profesional y científica, así como aumentar el número de psicólogos en atención primaria para facilitar la prevención.

Miguel Perelló y Consuelo Martínez, especialistas en psicología clínica, destacan la necesidad de hablar del suicidio «de una manera responsable», ofreciendo recursos y mensajes positivos. Así, reclaman dar más visibilidad al suicidio desde perspectivas profesionales y científicas, lo que podría ayudar tanto a familiares como a la propia persona con ideas de suicidio a entender mejor lo que le pasa y a saber que existen alternativas terapéuticas que le pueden ayudar a aliviar su dolor y sufrimiento. E inciden en que «es falso el mito de que las personas que realmente quieren suicidarse no lo dicen», ya que de cada diez personas que se suicidan, nueve verbalizan claramente sus propósitos, y la otra deja entrever sus intenciones de acabar con su vida.

La proporción de suicidios por sexos en los países occidentales es de 4 hombres por cada mujer, aunque éstas tienen más tentativas. Aunque el método empleado es también distinto, el más habitual en ambos sexos es el ahorcamiento. «Las mujeres suelen recurrir a métodos más ocultos, como las pastillas, mientras que los hombres tiene tendencias más violentas, como las armas de fuego», explica Delia Guitián, psicóloga clínica y una de las autoras de la Guía de práctica clínica de prevención y tratamiento de la conducta suicida, del Servicio Nacional de Salud.

Dos grupos

Hay dos grupos especialmente vulnerables. Uno es el de los adolescentes. «La adolescencia es una etapa de gran cambio, donde todo lo emocional se vive con una intensidad inmensa, por lo que es más fácil el paso al acto», expone Guitián.

El otro son los mayores, entre quienes la franja se ha deslizado a una edad más temprana. «Si antes hablábamos de personas por encima de los 70 ó 80 años, hoy cobra una especial relevancia la franja de edad de 55-70 años, y especialmente varones», detalla. La situación económica parece estar detrás de este cambio: «Es una parte de la población que está sufriendo de lleno la crisis, parados de larga duración con pocas expectativas de futuro y que además eran los cabeza de familia, los que velaban por la familia y que, de repente, no pueden seguir haciéndolo».