Alba Castelví es educadora, socióloga y mediadora. Su principal actividad es el asesoramiento de padres y madres en talleres, conferencias y sesiones particulares. Además, es autora del libro "Educar sin gritar", título que también da nombre a la ponencia que ofrecerá el próximo 5 de octubre en València en el evento "Gestionando Hijos".

Ninguna madre y ningún padre quiere, a priori, gritar a sus hijos… En cambio, es algo que ocurre muy a menudo. ¿Los gritos son consecuencia de que nos faltan herramientas educativas?

Exacto, los gritos se producen cuando no disponemos de recursos alternativos para conseguir que los hijos hagan lo que les decimos en un momento dado. Normalmente es la repetición de instrucciones sin efecto lo que produce que se levante el tono de voz para desbloquear una situación estancada.

A los padres nadie nos explica cómo conseguir lo que nos proponemos. Solamente la intuición y el sentido común nos ayudan a gestionar la educación en el día a día, y a menudo con eso no hay bastante. En las circunstancias actuales, cuando educar es mucho más difícil que nunca antes, a muchos padres les es útil disponer de algún conocimiento técnico específico para educar con garantías. Para eso estamos los educadores de familia, para proporcionar a los padres ideas prácticas que les faciliten la vida cotidiana.

No veríamos nada bien que un hombre gritase a una mujer por la calle, o viceversa, o a un jefe que grita a su empleado… Sin embargo, hemos normalizado los gritos de padres a hijos. ¿Por qué?

La relación de confianza que se da en el seno de la familia, unida a la desigualdad jerárquica natural entre padres e hijos y a la tradición cultural explican que la situación esté normalizada, aunque eso no significa que sea satisfactoria. Cuando los adultos chillan a sus hijos, normalmente no se sienten bien a continuación. Hacerlo provoca un estrés que todos querrían ahorrarse.

Si hay algo que sabemos es que educa más lo que hacemos que lo que decimos. Es decir, educamos desde el ejemplo. Gritar a nuestros hijos no tiene pinta de ser un muy buen ejemplo educativo…

Tenemos el reto de educar a los futuros ciudadanos, a las mujeres y hombres que van a configurar el mundo de mañana. Tenemos el reto de educar su responsabilidad, su emocionalidad y su cordialidad, tanto para su propio bienestar como para el éxito de la convivencia en la comunidad. Debemos tener presente que es muy probable que reproduzcan el modelo que les ofrecemos. En la medida en que los padres adquirimos herramientas para relacionarnos mejor, estamos proporcionando a nuestros hijos estas mismas herramientas a través del modelo que les ofrecemos.

A una madre o un padre que estén leyendo esto, que se sientan identificados y que quieran desterrar para siempre los gritos en la educación de sus hijos, ¿qué consejos les darías?

Que leyeran mi libro «Educar sin gritar». Es un compendio de herramientas en diferentes situaciones, lleno de ejemplos de la vida cotidiana con los que todas la familias podrán identificarse. Encontrarán técnicas, estrategias e instrumentos que les permitirán educar desde la tranquilidad.

En este libro también tocas mucho la sobreprotección. ¿Es otro de los grandes retos a los que tenemos que enfrentarnos las madres y padres, a no sobreproteger a nuestros hijos?

La sobreprotección tiene dos peligros principales. El primero es que evita que los hijos desarrollen su potencial y la confianza en sus posibilidades. La autoestima se construye como resultado de conseguir algo por los propios medios, así que el resolver los problemas de los hijos no contribuye a que ellos crezcan con una autoestima bien fundamentada.

El segundo peligro es que enseñamos a los niños que pueden «usar» a sus padres para hacer aquello que no quieran hacer por sí mismos, puesto que nos comportamos de forma servicial. Sin embargo, yo he empezado a utilizar otro concepto al que creo que también deberíamos empezar a prestar atención más allá de la «sobreprotección» de la que los educadores ya llevamos tiempo hablando.

Hay que advertir también de la «sobreatención», actitud que consiste en centrar en los niños excesivos esfuerzos hasta el punto de convertirles en el centro de la galaxia familiar, alrededor del cual giran todos los demás como si se tratara de cuerpos celestes con órbitas concéntricas. Hasta ahora, dicho concepto no ha existido en educación y soy partidaria de ponerlo encima de la mesa para poder analizar sus riesgos y, así, conseguir evitarlos.