Como si vivieran instalados en una pesadilla cíclica, o en un eterno retorno, los vecinos del humilde barrio de Cantereria de Ontinyent volvieron ayer a experimentar en sus carnes el drama y la tensión de hace tres años, cuando el desbordamiento del río Clariano obligó a evacuar la zona. En esta ocasión, la crecida del cauce fue todavía más intensa, como devastadores fueron sus consecuencias: alrededor de una veintena de viviendas resultaron anegadas y 44 personas fueron evacuadas, algunas a través de un empinado ribazo situado en la parte trasera de las casas. Muchos no pudieron salvar nada. Otros se quedaron atrapados en la parte superior de sus inmuebles, donde rezaron para que el río les concediera una tregua.

Una mañana de infarto que Ernesto García vivió en primera persona. «Nadie nos avisó y tuvimos que salir corriendo. Al volver no hemos encontrado nada», resume, mientras comprueba los estragos ocasionados por el agua en el interior de su vivienda. Todo está patas arriba. «Es un desastre. No encontramos las fotos de mi tío fallecido, la nevera estaba boca abajo y todas las cosas han aparecido tiradas. Me voy a casa de mi hermana porque no puedo estar aquí», lamentaba García.

En la mayoría de los casos, las inundaciones han destrozado las plantas bajas de inmuebles de dos alturas, aunque hay excepciones. Otra vecina, propietaria de una de las casas de menos altura de la calle, asegura que la vivienda «ya no existe», puesto que el agua alcanzó el tejado. Por suerte, al intensificarse las lluvias anoche, decidió resguardarse en el domicilio de su hija. Mª José Garrote, también residente en Cantereria, señala que huyó a la planta de arriba de su domicilio porque el agua ocupó toda la parte de abajo muy rápidamente y «se quedó a tres escalones del primer piso». «Ahora ya no queda nada. Las puertas de la entrada y las de la cochera reventaron», indica. «Estábamos pendientes del agua, que parecía ir bien anoche, pero en apenas un cuarto de hora empezó a caer con fuerza y enseguida entró a la vivienda», relata Garrote. «Cuando nos hemos dado cuenta y hemos ido a salir de casa ya nos venía el agua por la cintura y no podíamos», agrega.

Otra afectada, Pilar Bodí, pasó la noche en vela y, desde que empezó a entrar agua en su vivienda hasta que llegaron los servicios de emergencias a rescatarla, sufrió «mucho miedo». Como el resto de vecinos, coincide en que nunca se había vivido una riada tan intensa. La opinión de que se tardó demasiado en evacuar la zona también es compartida, aunque los testimonios insisten en que la crecida del río fue muy acelerada.