La sucesión de escapadas de reses en Castelló y otras localidades valencianas como Algemesí ha hecho reaccionar a la administración. Y también a los ganaderos. Si la Agencia Valenciana de Emergencias anunciaba el martes la creación de una comisión especial de inspección en actos taurinos -a tenor de los casos de las vacas escapadas en Almenara y Viver- ahora son los gerentes de hierros quienes piden las mismas exigencias para todos en cuanto a los cerramientos de los corrales, en referencia a la huida de dos astados de lidia de una explotación en Tales.

Según explican los propietarios consultados, existe una «importante diferencia» entre el tipo de vallados que se utilizan para cercar los animales. Los más rudimentarios, hechos con palets y cementos (a veces incluso sin mortero) hasta los más modernos, como los quitamiedos de las carreteras, con dos metros de altura. Claro está que la disparidad económica entre uno u otro es notable, circunstancia que frena la inversión en infraestructuras.

A este respecto, el ganadero Iván Meseguer, de Cervera del Maestre, lamenta que «todavía quedan elementos rudimentarios, casi tercermundistas, mientras otros nos gastamos el dinero por tener unas instalaciones más nuevas y seguras».

Meseguer ostenta el negocio desde hace seis años y colocó quitamiedos «para evitar estos problemas», comenta. No obstante, asegura que todavía hay criadores de ejemplares bravos que «con dos chavos y cuatro palets hacen su cercado».

Heredio Bellés, de la finca La Carrasca, en Culla, también afirma que «se ve de todo». Además, el encargado del cebadero explica que «las vallas con palets tienen una fecha de caducidad más corta, de unos diez años». En sus parcelas cuenta con un sistema de quitamiedos de varias alturas, de entre 1,50 y 1,70 metros.

«Fallo humano»

Germán Vidal, del reconocido hierro de Cabanes, señala que la mayoría de los contextos en los que las reses se fugan suele ser por un «fallo humano» y no tanto por el tipo de valla. Otra causa, según Vidal, pueden ser las riñas entre los toros que, «al tener tanta fuerza», pueden romper el cerramiento. Con todo, apunta que el dueño es quien tiene que velar para que su finca esté en buen estado. Desde Hermanos Guillamón, en Sant Joan de Moró, dicen desconocer el estado de las ganaderías en la provincia. «Yo me preocupo de mis instalaciones. Si a alguien se les escapa algún animal, supongo que tendrán que revisar sus encerrados», añade.

Castelló acoge más de una decena de explotaciones de reses bravas. Las hay -como el caso de La Carrasca- que son cebaderos, donde compran los toros a hierros para luego venderlos, sin entrar en ninguna clase de cría.

Luego están las ganaderías, propiamente dichas, en las que sí se crían a los animales. No obstante, cabe señalar que se trate de ganadería o de cebadero, en lo que al vallado se refiere, tiene que presentar las mismas características que garanticen la seguridad de los animales.