Es el gran pulmón verde de la Tierra. Y una pieza básica para la regulación de los climas del mundo. Que funcione bien, con su regularidad habitual, el ritmo climático de este inmenso territorio en el ámbito intertropical americano es básico para todo nuestro planeta. Por ello, la Amazonía es de America del Sur, pero es de todos. Un patrimonio natural y cultural que debemos conservar por encima de los azares y caprichos de cada momento político en los países que acogen estos paisajes naturales. Y por encima de los intereses que las potencias internacionales manifiestan desde hace décadas en estas selvas tropicales. Estos días la Asociación Española de Geografía ha hecho público en su página web un manifiesto a favor de la Amazonía, en contra de lo que se está viviendo allí en los últimos años y que este pasado verano ha alcanzado grado de emergencia mundial. Incendios dramáticos que persiguen una finalidad: la transformación de la selva en espacios dedicados a la agricultura y la ganadería de mercado. Se plantea el eterno debate. Quiénes somos nosotros para controlar el desarrollo de aquellas poblaciones, de aquellos países, imponiendo la conservación de la selva amazónica a ultranza. Y en todo caso, si necesitamos eso por el bien del planeta, tendremos que aportar recursos para favorecer allí otro tipo de desarrollo. Y tendrá que haber una coordinación internacional de Naciones Unidas para la aprobación de un tratado que obligue a considerar la Amazonia como un patrimonio natural y cultural donde no se permita o se regule de forma estricta la explotación con fines económicos. Es un tema complejo. Pero el clima de la Tierra, ya muy maltratado, no puede permitirse perder más superficie verde de esta pieza básica para su funcionamiento.