«Las plantaciones masivas de árboles no reducen el CO2. Todo lo contrario, incluso pueden incrementar el calentamiento global». Así lo certifica un estudio con casi 50 expertos internacionales, en el que ha participado el Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE) de València. «Plantar especies arbóreas en lugares no apropiados, como las sabanas o en pastizales, además de destruir ese tipo de ecosistemas, supone un derroche de agua, perjudica a la agricultura de la zona y puede aumentar la intensidad de los incendios forestales», según explica el biólogo Juli G. Pausas.
«Lo que hay que hacer es restaurar los espacios naturales que tenemos propios, plantando donde hay que plantar, parar la deforestación y rebajar las emisiones a la atmósfera», remarca. Pausas razona, además, que los arbolitos que se pudieran plantar no fijarían el carbono hasta dentro de veinte o treinta años. Demasiado tiempo con un coste ambiental muy elevado.
El informe publicado ahora en la revista «Science» sirve de contestación a uno anterior que apareció en la misma revista, allá por el mes de julio, y en el que un equipo liderado por investigadores del Instituto de Biología Integrativa del Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich (ETH-Zurich) abogaba por aumentar la superficie forestal en un 25 %, con 500.000 millones de árboles nuevos. Una cuestionable vía para mitigar los gases de efecto invernadero que rebate Pausas, investigador del CSIC y experto en ecosistemas secos donde el fuego desempeña un papel ecológico y evolutivo moldeando las comunidades y los paisajes. «Nuestro objetivo era demostrar que aquel estudio tenía errores de cálculo y conceptuales, todo. Era una auténtica barbaridad», enfatiza.
