La Unió Democràtica del País Valencià (UDPV) nació bajo las sombras de la clandestinidad franquista y maduró a partir de un anómalo cóctel que fusionaba democracia cristiana y valencianismo.

Su trayectoria como partido político fue efímera (13 años) y apenas ha recibido atención dentro de la historiografía autóctona de la Transición, pero su papel en la conformación del autogobierno valenciano y su condición de única opción nacionalista de centroderecha de la época la convierten en una experiencia política singular que aglutinó a sensibilidades muy dispares.

Precisamente esta circunstancia condujo al historiador Lluís Bernat Prats (Quatretonda, 1980) a dedicar dos años al estudio de una plataforma cuya historia destripa en un libro editado por la Institució Alfons el Magnànim que se presentó ayer en la librería Ramón Llull de València.

Para Prats, la UDPV fue el exponente de un «nuevo nacionalismo» de raíz fusteriana, pero alejado del marxismo. A partir de 1965, el proyecto impuso un «corte generacional» e hizo «tabula rasa» con las opciones valencianistas previas a la Guerra Civil.

La Unió Democràtica de Cataluña (UDC) no solo fue una clara inspiración para los fundadores de la UDPV -ligados a ámbitos académicos-, sino que existieron vínculos entre ambos partidos dentro de una idea compartida de comunidad nacional que incluía a las Islas Baleares, tal como demuestra el ensayo. Aunque la formación valencianista defendía el encaje en el estado español, presentaba un marcado componente antifranquista y bebió de la influencia democristiana europeísta y de los movimientos de liberación nacional.

La experiencia electoral frustrada

La UDPV fue muy residual hasta 1974, cuando la entrada de dos familias democristianas marcó un punto de inflexión en su trayectoria: la estructura interna se fortaleció y la militancia se vio engrosada, pero comenzó a apreciarse una moderación del discurso en la cuestión clave del nacionalismo.

Una corriente estaba encabezada por Vicent Ruiz Monrabal, que procedía de Acció Católica, y la otra giraba en torno a la figura de Gil Robles y su cabeza visible era Joaquín Maldonado, presidente del Ateneo Mercantil.

Según el autor, Vicent Miquel Diego, uno de los fundadores más activos de UDPV, tuvo que «sacrificar» su concepto inicial de partido, más radical, a cambio de garantizar la «supervivencia». Una evolución en la que Prats ve paralelismos con la actualidad.

«El nacionalismo más de izquierdas también se ha ido moderando a partir de los años 90: se ha abandonado el catalanismo y la nación política que se defiende es el País Valencià».

La UDPV puso toda la carne en el asador en las elecciones de 1977, pero las altas expectativas depositadas en las urnas se vieron defraudadas: el partido se quedó por debajo del listón del 3 % y no logró representación parlamentaria.

El historiador no cree que el resultado fuera un fracaso ni una consecuencia de la relajación del tono nacionalista, viendo la evolución del valencianismo en el Congreso. «Lo que más daño hizo a UDPV fue la UCD, que capitalizó todo el éxito del centroderecha pese a no tener una base de militancia. Adolfo Suárez salía cada día en la tele y estaba impulsando la democracia», incide Prats. Había, además, una gran competencia por la eclosión de opciones electorales tras la dictadura.

La elevada deuda contraída en la campaña contribuyó a precipitar el final de la aventura política de la UDPV, algunos de cuyos militantes acabaron en UCD, comenzando por el secretario general. Aún así, el historiador reivindica el «importantísimo» y poco reconocido papel que tuvo el partido en la transición, poniendo el foco en los problemas valencianos, involucrándose en la Taula Democrática y en el Consell Democràtic. «Fue un éxito, pero también una frustración para el valencianismo», concluye Prats. He ahí la paradoja.