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Entrevista

"Las creencias son simular que hemos hallado la verdad"

"Somos memoria y sorpresa", reflexiona Francisco Brines desde su edén particular en Oliva. El poeta, referente de la generación de los años 50, inaugura una serie de conversaciones con personajes fundamentales de la sociedad valenciana.

El poeta valenciano recibió al periodista en su domicilio. Fernando Bustamante

Una casa blanca entre el mar y las colinas, allí donde comienza la ladera. Es Elca, un lugar casi mítico en la historia de la poesía española del siglo XX. La ventana del primer piso enmarca un sol de invierno, el azul brillante de las mejores galas del Mediterráneo y el macizo del Montgó. Más cerca, un manto verde de naranjos, pinos y palmeras roto por el fucsia de las buganvillas que señalan el inicio de una casa que ha cambiado poco con el tiempo. Un álbum de fotos sobre la mesa muestra que está como en 1936, cuando fue una de esas colonias infantiles que aliviaron la guerra a quienes aún soñaban con ser felices. Varias lupas brotan en mesas y anaqueles. La chimenea intenta caldear la mañana fría y luminosa. En un lugar visible de la mesa, el discurso de ingreso en la Real Academia de Carme Riera: Sobre un lugar parecido a la felicidad. Quizá este. Brines hace tiempo que no concede entrevistas extensas. Gracias a un amigo común ha transigido con algo que debería ser una conversación no se sabe con qué fin ni destino; un intento por comprender un tiempo convulso y empedrado. Un café denso acompaña la espera en un salón lleno de arte y recuerdos. Aparece el poeta, al lado de Víctor, inseparable y amistoso. Llega sonriente y coqueto. Elegante en cada prenda y gesto. Las palabras aparecen morosas, precisas y sin el más mínimo ánimo de pesadumbre. Candidato habitual al Premio Cervantes, Ximo Puig le entregó hace poco la Alta Distinción de la Generalitat que no pudo recibir el Nou d'Octubre. Reconocimientos, honores?

«Los premios, más que al autor, se los dan a los lectores -dice el escritor-. Si no los tuvieras, pasarías desapercibido, lo cual tampoco sería grave. Para el escritor es preferible pasar desapercibido que ser un hombre público. Este es lo contrario de un escritor, que produce desde el silencio, atendiendo a lo que no se ve. Todo griterío y toda parafernalia estorba».

Pero el escritor necesita lectores y éxito para vivir.

Igual que cualquier persona necesita a otras. El ermitaño no tiene razón de ser. No ver a nadie y encerrarse con Dios es mantenerse en la ignorancia, porque las creencias son simular que hemos hallado la verdad. ¿Qué es la verdad?

Si no lo sabe usted?

La nuestra ha variado según la edad.

¿La religión en algún momento le ha interesado? ¿La fe le ha atraído?

A los siete años, recién terminada la Guerra Civil, en Oliva no había nada y me metieron interno en los jesuitas de Valencia. Era 1939. Tiene mala prensa, pero había de todo, buenos y malos. Con siete años no me sabía peinar, metía la cabeza debajo del grifo, y allí estuve hasta el bachiller, hasta los 17. Había orden, que era el rito, que no está mal, porque la mente se adapta sin quitarle su propia personalidad. Pero queremos también disidencias. Vivimos abrazando y rechazando. Es la enseñanza de la vida.

¿Entiende este mundo de 2020 y le interesa?

Claro que me interesa, porque vivo en él. Me hubiera interesado de manera distinta si hubiera nacido en un lugar distinto. Todos en el fondo, en lo esencial, somos no iguales, pero semejantes, y nos acomodamos como podemos. Muchas veces abandonamos este mundo sin habernos enterado bien de lo que hemos vivido, a trozos y buscando la felicidad.

¿Sabe qué es la felicidad?

La he vivido. Cuando nos enamoramos tenemos felicidad y a la vez suplicio. Son buenas las dos cosas: la felicidad sabemos que existe porque conocemos lo negativo. Si no, ¿qué seríamos? Nada.

¿Ahora sigue buscando la felicidad?

Voy a cumplir 88 años. Yo ya no tengo futuro. El futuro es el presente continuado. Lo que tengo es mucho pasado. Es lo que tenemos todos: pasado más que futuro. Proyectamos el futuro desde el pasado y buscamos ese apoyo físico.

¿Somos memoria? ¿Es la condición básica del ser humano?

Somos memoria y sorpresa. Lo que nos da a veces el presente es novedad.

¿La vida todavía le depara sorpresas?

Sí, puede darlas, pero en la vida de intimidad. Pero como ya lo conozco, no acabas de fiarte, porque sabes que te puede hacer sufrir, pero el sufrimiento hay que aceptarlo, porque la vida baraja dicha y desdicha. No aguantaríamos una vida solo de desdicha. La aceptamos, pero mezclada y cuando llega la dicha, oye, abrazamos la vida, que es maravillosa, porque existen esos momentos y puedes pensar en que los has tenido.

¿Cuál es su patria?

Es una palabra muy manejada y perturbada. ¿Cuál es la patria de la gente? Donde vive. Si viene un chico de fuera, a los cinco o seis años es valenciano. Pero eso es lo de menos, es lo adjetivo. Lo sustancial es que es un niño pequeño y para él, su patria y su matria es su madre. En ella está todo: el techo, el cobijo, el alimento y el cariño. Amará porque le han amado. Le está enseñando lo más importante: a querer. Necesita el cariño que le dan y darlo. Darlo es esencialísimo. Desgraciada es la persona que no sabe dar cariño.

¿No estamos en un tiempo de poco cariño y afectos y sí mucha confrontación?

Sí, porque todo va muy rápido. Los cambios que antes tardaban siglos en ocurrir se producen ahora rápidos. A veces pienso: ¿cuántos he sido? Tengo la sensación de que siempre he sido un yo, pero un yo múltiple. ¿Qué relación tengo con el niño que fui? Nos adaptamos bien.

Usted se adaptó a la dictadura también.

Estaba en el colegio, que tenía cosas estupendas, como el recreo, el fútbol, encontrar amigos, ver que eran distintos... La vida siempre te da motivos de agradecimiento y de rechazo.

¿Qué motivos de rechazo le ha dado?

Pueden ser interiores y exteriores. No nos gusta pensar en ellos, sino ignorarlos, pero no rechazarlos de la memoria, porque nos sirven para vivir.

¿Se reconoce en el joven que escribió «Las brasas»?

No era tan joven. Escribo desde muy joven, pero publiqué tarde, a los 28 años. Ya era una persona adulta. Lo que pasa es que siempre he sido muchas cosas.

¿Pero en aquel poeta principiante está el Francisco Brines de hoy?

Sí. Pero el Francisco Brines de entonces lo pienso de una manera más entrañable que uno de fuera. La existencia es incomparable. Y ahora mejor que nunca, porque a pesar de todas las deficiencias que veamos es más justa la vida en sociedad que lo ha sido nunca. Hay pobres y gente que sufre, pero menos. Y luego, la persona se puede hacer, se puede cambiar si se da cuenta y quiere. Eso antes era un milagro y ahora es el pan de cada día.

¿Tendemos a perder perspectiva y nos dejamos arrastrar por el presente?

Ahora podemos ir a donde queramos, podemos vivir en la ciudad o en el campo, casados o solteros. Solteros agradecidos a la capacidad de actividad del sexo o no. Es decir, podemos ser asesinos o santos. Podemos ser San Juan de la Cruz o salteadores de caminos. Lo elegimos nosotros. Creemos que la vida nos empuja y en parte es cierto, pero...

¿Nos quitamos responsabilidad para sobrevivir?

Yo ahora pienso que tengo que morir pronto, porque sin dolores, que no los tengo, me cuesta mucho levantarme. Pienso que un día no podré, pero quiero acomodar mi vida a mis posibilidades. Por lo tanto, bienvenida.

¿Qué sabe de la muerte a los casi 88 años?

¡Cómo no la vamos a aceptar si es una regla sin una sola excepción! ¿Rechazarías una tarde por ser borrascosa? No. Puede ser borrascosa y al día siguiente de sol y luz. Pero has de vivir las dos de la forma más grata. Lo que puedes hacer es conquistarla, hacer tu tarde, distinta a la de tu vecino. O sea que conviven muchas tardes en un lugar pequeño. La vida es así, pues aceptémosla y adaptémonos a ella. Para lo cual, conocernos, aún a tropezones, es esencial. Si no nos conocemos, si el azar manda de nosotros, es una carencia grande.

¿La soledad y la enfermedad son los peores enemigos?

La soledad no es enemiga. Y la enfermedad si la salvas tampoco. Y si te mueres, ya no hay nada. Las personas han creado las religiones, han intentado que esto que he dicho no sea verdad, que haya algo. No sé quién tendrá razón. Ojalá ellos, pero creo que no. Un futuro de infierno me parece una creación de gente mala.

¿Nadie es tan malo para merecer el infierno?

Nadie, ni el mayor asesino. Si no me gustaría matar a un animalito, matar a otro sería como matarme a mí.

Oliva, historias y leyendas de la comarca se cuelan en la conversación. La casa que habita, el sitio de la inocencia, la construyeron los administradores del ducado de Gandia. «Les gustó la vista, compraron el terreno e hicieron la casa. Lo bueno es que la hicieron a su gusto. Hacer una casa no es comprarla». El pueblo de los juegos es hoy un lugar plurilingüe por el arte y el negocio del turismo y el poeta entiende antes que juzga: «Hay alemanes, ingleses, franceses, italianos... Esto ya es una manera de vivir del siglo XXI y no va a cambiar. Está muy bien que seamos todos, que tengamos la posibilidad de ser más cercanos de lo que en realidad somos».

Amigos perdidos, como Antonio Cabrera, aparecen durante la charla y Brines cuenta la historia de aquel conde de Oliva que intentó matar a su mujer, una descendiente del ducado de Gandia y de la familia Borja.

San Vicente Ferrer, que también obró hazañas milagrosas en el condado, eso dicen los escritos, emerge en los recuerdos de algo más que un lugar. Brines, el niño, el estudiante de Derecho, el profesor pasajero en Cambridge y Oxford, el autor de versos claros que saben a otoño, el Premio Nacional de las Letras, el padre espiritual de una generación de poetas, nació precisamente un día de San Vicente, pero el otro, el del martirio de la roca, un 22 de enero. «Y el pecho se consuela, porque sabe / que el mundo pudo ser una bella verdad». Y poco más.

¿Ha visto algún milagro?

¿Yo? Que todavía esté vivo.

El humor no lo pierde. Dice que lee en la terraza de su habitación. ¿Qué le interesa ahora?

Me ha interesado siempre la poesía y el ensayo, la novela me puede resultar pesada, incluso la buena. Es consecuencia de la poesía, porque es más intensa. Tener inspiración continuada en la novela es raro. Por eso es tan importante Cervantes, pero el del Quijote.

¿No ha sido superado hasta ahora el Quijote?

Es mejor si no calibramos si es mejor esto o lo otro. Basta que tenga valores.

Veo que le gusta la pintura abstracta, que sería comparable a la literatura más oscura, que a usted no le ha interesado.

Pero hay que admitir nuestra parte irracional. ¿Qué es lo irracional que tenemos? El sexo, que es importantísimo. Cuando lo ejercitas bien te da plenitud y esperas el nuevo advenimiento en que el deseo pueda cumplirse.

Deseo es una palabra clave para entender la vida.

Deseamos lo que pensamos que nos va a dar felicidad.

¿Las posesiones económicas también?

La economía y el dinero son importantes siempre que te den la posibilidad de cumplir el deseo, no más pero no menos.

¿Qué sensación le deja la experiencia de académico de la lengua?

Es una convivencia muy agradable, como si la gente dejara fuera sus cosas negativas. La educación es eso, preparar a la gente a que se abrace sin abrazarse. Se aprenden cosas allí. Hay gente ingeniosa e inteligente, otros no, pero nadie te obliga a tratarlos.

¿Es necesaria la academia en el siglo XXI?

Yo creo que sí. Los diccionarios son necesarios.

¿Por qué ha publicado poco? Dice que no ha tenido lujuria de la escritura.

No escribo mucho, pero no he dejado de escribir. Y he roto poco. La creación es saber elegir bien las palabras, acertar con los matices. Normalmente me hago caso a mí como lector, pero a veces otro te da la respuesta justa.

¿Que poesía le parece la imprescindible?

Para algunos, la amorosa; para otros, no. Mis poemas amorosos a veces se ve claramente que son homosexuales. Hay gente que los rechaza y otra que lo prefiere. El hombre no es uniforme. Antes la homosexualidad era rechazada absurdamente y ahora se acepta. Algunos la ocultan porque a nadie gusta que le den una bofetada delante de otro, pero interiormente se debe aceptar uno y para ello debe haber una sociedad tolerante, que acepte lo diferente como normal. Así de sencillo.

¿Somos más tolerantes ahora?

Mucho más.

Pero tenemos 52 diputados de extrema derecha en el Congreso de los Diputados.

Habrá de todo. Me importa que los que piensen y sientan de manera distinta, respeten lo que yo soy, como yo tengo la obligación de respetar lo que ellos son.

¿Qué recuerda de Vicente Aleixandre?

Era una persona magnífica, muy generoso, acogedor y respetuoso con el otro. También había necesitado que fueran generosos con él. Uno se tiene que aceptar para que te acepten los demás, pero no con vanagloria, sino como un hecho natural, sin darle importancia. Los hombres son millones, pero los amigos se pueden contar. No necesitamos para la convivencia íntima gran cantidad de gente.

¿Siempre pensó en escribir en castellano?

Sí, porque el valenciano era el de las Fallas, tuve que llegar a los buenos poetas valencianos a través de los buenos poetas catalanes, como Carles Riba. Luego uno se da cuenta de que también había poetas respetables.

¿Vicent Andrés Estellés?

Fui buen amigo. Hicimos buena amistad.

Entonces a Ausiàs March lo descubrió tarde.

Lo conocí por una publicación catalana de principios del siglo XX y me encontré con un poetazo maravilloso. No hay en castellano ningún poeta que esté a su altura.

¿En su época?

Incluso ahora. Eso es lo maravilloso: hay poetas que escriben de su época y de las que vendrán después y desconocen por completo.

Si Ausiàs March hubiera escrito en español o en inglés quizá sería hoy una personalidad mundial de las letras.

Pero uno no escribe para ser más conocido, escribe en el idioma que da mayor plenitud a su poesía. Vicent Andrés Estellés bajaba cuando escribía en castellano; en valenciano se elevaba.

¿Hay centralismo también en la cultura? ¿Se ha sentido alguna vez tratado como un autor de la periferia?

Eso puede ocurrir, pero en los tontos. A mí, qué más me da que un poeta sea de un pueblecito o una gran ciudad. Es lo mismo cuando miramos atrás. Ausiàs March está a tu lado cuando lo lees, pese a los cinco siglos de distancia. Y cuando lees a Platón, es de tu tradición, desaparece la nación y aparece el espíritu, que es de todos.

Mejor entonces nación de espíritus que nación de naciones.

Mandan los sentimientos.

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