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Diócesis de Valencia

Bautizar y casar sin celibato ni sacerdocio

La diócesis de València cuenta con 33 diáconos, la mayoría casados y con hijos que pueden administrar los sacramentos excepto confesar y consagrar

Bautizar y casar sin celibato ni sacerdocio

Casado con Paqui, padre de cuatro hijos y nueve nietos, José Rodilla lleva la gerencia del edificio de la Facultad de Teología. Pero también bautiza, asiste y bendice matrimonios e incluso puede administrar el viático a los fieles moribundos. Excepto consagrar o absolver los pecados, realiza tareas similares a las de un sacerdote sin serlo. Es uno de los 33 diáconos permanentes de la diócesis de Valencia. Con 74 años, asegura que lo suyo es vocación eclesiástica y que seguirá «hasta que el cuerpo aguante». Las únicas condiciones para ser ordenado, recuerda, son las de ser mayor de 35 años cuando se está casado «y contar con el consentimiento de la esposa» o veinticinco si son solteros.

Esta figura, no tan conocida como pudiera pensarse fuera de los círculos más religiosos, debe tener «una fe íntegra y estar movida por recta intención». Según Rodilla, además, solo pueden ser diáconos aquellos que «según el juicio prudente del Obispo o del superior mayor competente, poseen la ciencia debida, gozan de fama y costumbres intachables, virtudes probadas y otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que van a recibir». El candidato a diaconado permanente que no esté casado «debe asumir ante Dios y la iglesia la obligación del celibato según la ceremonia prescrita, o haber emitido votos perpetuos en un instituto religioso».

Rodilla fue de los primeros diáconos permanentes en la diócesis de Valencia. Corría el año 2005 con Agustín García-Gasco como arzobispo cuando fue ordenado. Ahora son 31 españoles, un boliviano y un venezolano. De ellos, todos están casados excepto un soltero y dos viudos. «Si fallece tu cónyuge no puedes volver a casarte», señala Rodilla, quien ejerce sus labores en San Juan de la Ribera, con otros tres compañeros como él. «Al principio había un rechazo hacia los diáconos porque la gente no lo entendía, pero ahora estamos muy bien aceptados en Valencia», enfatiza echando la vista atrás.

Respecto a la posibilidad de que las mujeres accedan al diaconado, asegura que no hay nada en contra ni que lo prohiba para, acto seguido, aseverar que es un tema que se está estudiando. «Es algo candente», apunta Rodilla, recordando el reciente sínodo sobre la Amazonía, donde se aprobó la propuesta de poder ordenar sacerdotes casados en esas regiones remotas y donde se pidió revisar el papel de la mujer en la Iglesia.

Fruto del Concilio Vaticano II

Fue en el Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, cuando se recuperó la figura del diaconado permanente. «Nosotros no suplimos a los sacerdotes, aportamos nuestro servicio a Dios, nuestro proyecto de amor», señala Rodilla, autor del libro «El Diaconado Permanente. En los albores del tercer milenio», con un subtítulo muy aclarador «lo que con tanto esmero preparó el Concilio para esta generación». La dedicatoria no puede ser más reveladora: «A Paqui, mi esposa y amiga, vivimos compartiendo las esperanzas del corazón en sencillez, humildad y alabanza». Editado en 2006 por Edilva (ALAS), realiza un extenso repaso de lo qué es ser diacono permanente.

Desde aquel grupo de «jóvenes entusiastas que pretendíamos vivir el cristianismo seriamente en juventud, hasta la consolidación profesional y la creación de una familia» que fue llevando «su acción social y evangélica a los poblados deprimidos de la periferia valenciana».

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