El mar sacó durante días cadáveres. El naufragio de la fragata Guadalupe, que encalló en la madrugada del 16 de marzo de 1799 en la Punta del Sard, en la erizada costa de les Rotes, es el más terrible de los ocurridos en Dénia. Y no son pocos. En este litoral, hay más de cien pecios. El mar es una bendición y un drama. Dianium (la Dénia romana), la taifa de Daniya (la de Muyahid y Ali, que dominó las Baleras y conquistó Cerdeña), la potencia mundial del comercio de la pasa en el siglo XIX o la Dénia que ahora es ciudad creativa de la gastronomía de la Unesco han labrado su esplendor en el mar. Pero todas esas eras de apogeo, de gloria (la palabra de moda por el último y devastador temporal), acaban con épicos naufragios.

El de la Guadalupe estremece. La fragata trataba de dar esquinazo a dos barcos ingleses que le pisaban los talones y la superaban ampliamente en fuerza de artillería (34 la Guadalupe y 74 y 20 sus enemigos, los temibles Cenaur y Cormorant). Y el capitán, don José de la Encina, se metió en la boca del lobo. Arrimó el navío a los arrecifes de la costa de les Rotes. Los navíos ingleses pasaron de largo. La Guadalupe encalló y una furiosa tempestad de levante la partió en tres. A bordo iban 327 tripulantes. Sobrevivieron 180. Fallecieron 107 y otros 40 se dieron por desaparecidos. Las olas sacaron a tierra los cuerpos. Los vecinos de Dénia rescataron a muchos supervivientes. Un tripulante que iba cautivo fue el que salvó más vidas. Los naufragios desnudan a los cobardes y redimen a los valientes.

Pero en esta historia hay más madera (la de las cuadernas antiguas que emergen en el fondo marino). El litoral de Dénia es un inmenso yacimiento subacuático. Los hallazgos llegan muchas veces de casualidad. Una turista francesa de 16 años, Orianne Marrel, que hacía snorkel (sumergirse con las gafas de bucear y el tubo) en el verano de 2016, encontró nada menos que el esqueleto del barco corsario Zéphir o Zefarín. Una fragata la acribilló a cañonazos y la hundió en 1813, en plena Guerra de la Independencia (o del Francés). Las cuadernas se hallaban a 3,5 metros de profundidad y a unos 300 de la orilla de la playa de les Marines.

Así son los pecios de la costa de Dénia. Están al alcance de la mano. Los buceadores (Rafa Martos ha tomado excelentes fotos) tienen localizados algunos de estos derrelictos. Es apasionante bajar a ese mundo de silencio e historia que son los barcos hundidos.

Los que mejor resisten, claro está, son los vapores. Sus cascos de hierro se han fundido con los fondos marinos, forman ya parte del paisaje abisal. Los naufragios de vapores más sonados son los de la Felguera y el Parthenon. El primero, un magnífico navío asturiano construido en los astilleros de Raylton, Dixon & Company de Middlesbrough (tecnología punta en la época), llevaba apenas tres años navegando cuando el 23 de enero de 1880 colisionó con otro vapor, el carguero Glasgow Ardantienne. La Felguera, de 58,2 metros de eslora, se fue irremisiblemente a pique.

Los submarinistas han depositado en el museo hallazgos que han permitido documentar que esa osamenta férrea que reposa a 33 metros de profundidad y a 2,6 millas del puerto de Dénia es, efectivamente, la de este, en su momento, moderno vapor. Han encontrado la campana de bronce que lleva inscrito el nombre del barco y un fragmento de una vajilla de aire victoriano que igualmente tiene pintado «la Felguera». La tripulación, aunque asturiana, debió tener refinadas costumbres británicas.

Estos vapores llevaban la pasa de moscatel, la golosina que endulzó el siglo XIX, a los principales puertos de Inglaterra. De vuelta, empapaban a Dénia de una cultura de porcelana (por exquisita y por el comercio de preciosas vajillas). En otro pecio, el del navío británico Parthenon, que zozobró en noviembre de 1869 cuando iniciaba la maniobra para entrar a puerto, los buceadores han hallado piezas completas de estilo Blue Willow Pattern. Una terrible tempestad hizo naufragar a este vapor de 65,8 metros de eslora y que también estaba aparejado con tres mástiles (todavía se confiaba en el caprichoso viento). Antes de acabar sus días en Dénia había surcado el Mar del Norte y el Caribe.