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Experiencia erasmus

Tres estudiantes valencianos cuentan cómo es la vida universitaria lejos de casa

Experiencia erasmus

Salir del pueblo y del barrio o del entorno más que conocido, saltar a un campus con miles de estudiantes y, de ahí, a otro país. El programa europeo Erasmus ya ha cumplido 32 años y, quizás, ahora algunos de los estudiantes que se debaten por ver qué destino eligen son hijos de los primeros atrevidos que decidieron lanzarse a probar qué era eso de la movilidad europea, allá por 1987. La Comunitat Valenciana es tierra de Erasmus -tan solo este curso, las universidades acogerán a unos 5.ooo estudiantes-; pero además de ser destino de acogida, también es emisora: los valencianos son los cuartos de toda España que más apuestan por irse al extranjero, a pasar un curso completo o medio en otra universidad, solo por detrás de los de Andalucía, Madrid y Cataluña.

Este es el caso de Arantxa Saborit, Juan Canós y Laura Consuegra, que en 2019-20 estudian lejos de casa (en Eslovenia, Polonia y Portugal) gracias al programa de intercambio, que ha sido el mayor éxito de la Unión Europea para que los jóvenes sientan el «espíritu europeo», y que funciona a pesar de la reciente pérdida de un miembro y del actual debate sobre la «refundación».

Laura Consuegra, vecina de Benetússer y de 21 años, estudia Ingeniería de Diseño Industrial en la Universitat Politècnica de València, y este curso lo pasa en el país vecino, Portugal. Dice que toda la vida ha tenido curiosidad por estar en territorio luso y el Erasmus ha sido una oportunidad para ello. «Siempre, desde que entré en la universidad, la movilidad ha sido un objetivo, porque quería vivirlo, y me alegro de haberlo hecho», asegura.

Como apunta la joven, «te llevas una experiencia personal, la de haber salido de casa, estar sin los padres... y tener que asumir más responsabilidades», reconoce entre los cambios que conlleva. La falta de contar con un entorno conocido provoca, según explica, «unirse más con la gente que acabas de conocer en tu nueva ciudad, porque estás sola y debes crearte otra familia», afirma.

Laura estudia cuarto de carrera, de hecho, este mes vuelve para poder acabar el grado en València en este curso. Guarda, en el centro e interior de Portugal, es la ciudad que la ha acogido estos últimos meses, en una universidad pequeñita donde las clases son con una quincena de estudiantes. «Si no saben castellano, hacen por entenderte. A mí al principio me costaba un poco entender el portugués, pero en ningún momento ha sido un impedimento», dice. Sin embargo, la estudiante de Benetússer reconoce que lo que sí que ha llevado «mal» son los horarios, que difieren de los españoles: «comen a las 13:00 horas y vuelven a clase a las 14:00, a las 19:00 ya está todo cerrado, y cenan a las 20:00», relata aún asombrada, a pesar de que ha sido su rutina durante un cuatrimestre.

«No podía quedarme sin irme»

Otro rostro que pone nombre propio a las cifras sobre la movilidad europea es el de Juan Canós, de Borriana, estudiante de Derecho en la Universitat Jaume I de Castelló y que este curso experimenta en primera persona cómo es vivir en Varsovia (Polonia). Con Laura comparte cursar 4º de carrera también pero, en su caso, él sí estará el año académico completo en su destino Erasmus.

Juan (22 años) conocía la experiencia de muchos conocidos: «no podía quedarme sin irme de Erasmus», dice. Además, añade que estaba «cansado de la misma rutina, necesitaba cambiar».

Describe la suya como una universidad «muy pequeña», en la que no ha tenido «ninguna complicación» -de hecho, algunas asignaturas le han parecido más fáciles, reconoce sin ocultar su alegría. Las clases se imparten en inglés y las comparte con otros erasmus y estudiantes de países como India.

La principal diferencia con Castelló que destaca es que «el frío es muy intenso» y el sol se oculta sobre las 15:00 horas. «Si alguien le tiene mucho cariño al sol, que no venga», resume. Eso sí, a cambio de las bajas temperaturas, la ciudad compensa al visitante con un coqueto casco histórico que en Navidad se ilumina y es cubierto en parte con una pista de hielo, además de paisajes verdes y frondosos cercanos.

En su caso, ha hecho amistad con un grupo españoles que conoció en el avión, «lleno de Erasmus», asegura. «Hay muchos españoles -mucha gente de Medicina- y mucha fiesta y locales con música latina», explica el joven.

Otra ventaja es que la ubicación de Polonia le ha permitido «viajar a muchos sitios, porque está en el centro de Europa» y también destaca que vivir en este país es barato, en comparación con otros destinos erasmus.

Un poco más cerca de València está Arantxa Saborit, que en Liubliana, Eslovenia, se prepara para ser diseñadora de moda, una carrera que cursa en la Escola d'Art i Superior de Disseny (EASD). Ella, también de 22 años, ya sabe lo que es mudarse a otra ciudad diferente -es de Borriana y ha vivido en València los últimos cursos. «No es mi ciudad y ya había hecho un cambio, pero quería otro tipo de experiencia, la de estar en otro país, conocer nuevas culturas... salir más aún de casa», relata.

Liubliana es la ciudad más grande de Eslovenia, conocida precisamente por su espíritu universitario, aunque a Arantxa le parece «pequeña y cómoda». A pesar del cielo gris «desde que te despiertas» y de que las personas son «en general, más distantes, apagadas y serias», dice que se animó a viajar porque leyó que era una ciudad «bonita, muy tranquila, muy segura, con poca gente... con muchos bosques y paisajes increíbles, sin el jaleo de las grandes ciudades». De hecho, eso es lo que más le llama la atención: la naturaleza y «que son muy limpios, cuidan mucho el medio ambiente y todo el mundo recicla; si no, te multan».

La joven es sincera reconoce que pensaba que le costaría menos adaptarse. «Recomiendo la experiencia, pero no todo es maravilloso, porque es un gran paso que das y maduras mucho». Para ella, lo más difícil es «rehacer la vida sin tu familia ni amigos» y no tener la gastronomía de la terreta: «¡me he dado cuenta que en València tenemos mil cosas para elegir!» En esto también coincide Juan, desde Polonia, que añora «sobretodo la comida»

Laura es la primera que va a sentir cómo es recuperar la vida posterasmus: vuelve de Portugal este mes, pero asegura que lo afronta «con ganas»: «tengo el Trabajo Final de Grado (TFG) y tres asignaturas, y quiero pensar cómo será mi futuro laboral, además de recuperar cierta rutina... y mis obligaciones», y reconoce que no le importaría «volver para trabajar, si surge la oportunidad».

Sus padres, su hermana y sus amigos es lo que más ha echado de menos, explica: «tener con quien salir a tomar un café o una cerveza». Además, de Portugal se va «marcada», ya que se ha tatuado con otras chicas erasmus «saudade», precisamente esa especie de morriña que dicen que no tiene traducción exacta. Quizás, lo que sienta a su vuelta a València.

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