1985. Elena Cánovas es funcionaria en la cárcel de mujeres de Madrid. Se llama Yeserías. El régimen diario es duro, frío, gris. Elena, trabajadora social de formación y creyente empedernida en la reinserción, acababa de licenciarse en Dirección Escénica e Interpretación por la Real Escuela Superior de Arte Dramático. La canalización de toda esa voluntad llegó de manera natural con la creación del primer taller de teatro en prisión. Todo mujeres. Y nació 'Yeses'.

2018. Miguel Forneiro, director, guionista y director de producción, plasma en 72 minutos de metraje y formato documental el recorrido de aquel proyecto escénico de Elena, que pasó del salón de actos de la cárcel a los escenarios profesionales, con representaciones en media España y hasta en Berlín y colaboraciones de actores y actrices profesionales. Es un canto al 'sí se puede' con el teatro como catarsis de las emociones para recuperar la senda de la libertad.

La compañía que creó Elena Cánovas recibió un Max en 2017, entregado precisamente en el Palau de les Arts de València. El documental, estrenado en marzo del año pasado, le llovieron 7 nominaciones en la última edición de los Goya.

2020. Ayer, cien internas e internos de la cárcel de Picassent fueron los invitados de honor en una proyección dentro de las paredes del recinto de Preventivos de la prisión Valencia Antonio Asunción, la cárcel de Picassent.

Y gustó. La mayoría llegó como llegan a muchas otras actividades. Con el paso lento. Una pequeña charla y comienza la proyección. Se hace el silencio. Y reina, roto solo por unos pocos, durante casi los 70 minutos. Sin contar las carcajadas que despiertan algunos comentarios y anécdotas que les llegan desde la pantalla por boca de algunas de las más de mil mujeres -y más de 60 montajes, algunos propios- que han formado parte de 'Yeses' desde aquel lejano 1985.

Hablan su mismo lenguaje. Relatan sus mismas frustraciones. Reflejan miedos calcados. Pero les aportan un plus: «Me enganché al teatro como quien se engancha a la heroína. Fue mi tabla de salvación». Habla una de las históricas del grupo, que desgrana cómo fueron aquellos primeros momentos.

«Veía a mujeres perdérseles la vida en una condena de un par de años o tres. Entraban sin fumar ni tabaco y salían enganchadas . Eran los años de la heroína. Veías a chicas que se caían a trozos. Entrar en el grupo era apartarse de la tristeza, el aburrimiento, las peleas. Nos ayudó bastante», remata.

Su testimonio se entrelaza con las que hoy forman la compañía. Casi cuatro décadas después, el relato, el recorrido vital, la visión del teatro como terapia y vehículo hacia la libertad, como medicina para reconstruir las fracturas que provocan el delito y la cárcel, es el mismo. Y todas coinciden en que interpretar otros personajes, educar la voz, memorizar textos que al principio ni siquiera tienen significado -«¡Bastante sabíamos lo que era el teatro del absurdo! Absurdo nos parecía, desde luego», reflexiona- les ayuda a «identificar emociones, a saber gestionarlas». A remendarse por dentro.

Y llegó el momento de salir a la calle. De subirse a escenarios de verdad. El temor flotaba entre los responsables de Prisiones: ¿Y si se fugan? «Lo más fuerte es que ni se nos pasó por la cabeza. Porque queríamos volver, contarlo, compartirlo y que no faltase ni una. Gozarlo». Fue la primera de muchas representaciones, hasta convertirse en una compañía admirada y laureada, cuya estela ha permitido crear otros muchos talleres de teatro -uno por cárcel- y de otras disciplinas artísticas. En Picassent, de hecho, hay grupo de teatro, taller de periodismo y hasta banda de rock -'Rock&Freedom' es su nombre-.

Llega el fundido en negro. La proyección ha finalizado. Y llegará el coloquio. Pero, antes, un aplauso sincero de los cien espectadores se prolonga. Les ha gustado. «Yo quiero hacer algo así, quiero participar en cosas como esta. Creo q que es maravilloso». Lo dice una reclusa justo antes de que una funcionaria le recuerde que la actividad ha terminado. Y todos regresan a sus celdas.