Son rara avis. Hombres que se esfuerzan en dar la espalda al machismo y que han hecho de la causa feminista un modo de vida, una forma de entender sus relaciones personales y también una dedicación profesional. Proceden de diferentes ámbitos, académicos, políticos, sindicales, pero a todos les une su activismo; el pertenecer o haber pertenecido a movimientos de hombres por la igualdad, un colectivo todavía muy reducido, pero que tiene vocación de crecer y permanecer. Grupos de hombres que quieren vivir en igualdad y ayudar a otros a transitar un camino en el que se desechen los valores de la masculinidad hegemónica para construir un hombre igualitario, que pierde privilegios, pero que será menos oprimido y más feliz.

Levante-EMV ha reunido a cuatro de ellos para conversar sobre feminismo y el papel que los hombres tienen en una causa que interpela a la sociedad en su conjunto y que necesita sumar a los varones. A la cita acude Carlos Fons (Homes valencians per la Igualtat), Joan Sanfélix (sociólogo experto en género), Jordi Cascales (educador social) y Carles Esteve (activista, actual diputado de Compromís).

El encuentro se celebra por la tarde, en un local en la calle Palleter de València, a las seis, una hora poco conciliadora, que no solo siente la periodista. Varios de ellos tienen criaturas y están pendientes del reloj. Y así arranca la reflexión: ser hombre igualitario implica trasladar el compromiso teórico al práctico. Ser coherente. Ejercer la paternidad y ser corresponsables. Y en ello están.

Un espacio propio: el encaje dentro del feminismo

La conversación arranca con un dilema: ¿cómo contribuir al feminismo desde la identidad masculina? Fons, experto en formación, admite que lo difícil es encontrar un perfil propio dentro del feminismo sin acaparar protagonismo. «Apuesto por un espacio propio para interactuar con otros hombres», añade. Cascales admite la complejidad del debate ya que el feminismo, recuerda, surgió como un movimiento de mujeres porque en el resto de movimientos ellos ocupaban el espacio y ellas eran silenciadas. En la lucha por la igualdad el «sujeto político» son las mujeres. ¿Cómo entramos en esta lucha?, se pregunta. Sanfélix habla de coherencia y apunta que el gran problema de los hombres implicados en la lucha por la igualdad es que apelan a quien está en una situación de privilegio: «Es más difícil motivar un cambio para quienes va a tener ventajas, que para quienes en principio van a perderlas».

Asumir la igualdad: las ventajas de ser otro hombre

Cascales cree que hay tres vías por las que los hombre se acercan al feminismo. La primera es porque es bueno para ellos al permitirles disfrutar de la paternidad y una sexualidad sana, entre otras razones. La segunda es porque los hombres comparten la vida con las mujeres (madres, parejas, hermanas, amigas) y es lógico querer lo mejor para ellas. Y la tercera es como consecuencia de la crisis: «Las mujeres avanzan y obliga a los hombres a repensarse».

Carlos Esteve admite que él mismo se fue dando cuenta «a trompicones» de que su condición de hombre lo convertía en privilegiado. «Tiendes a justificarte en la sociedad, en la educación, pero si como persona y agente social te das cuenta de la injusticia, tienes el deber moral de hacer algo». «Hay que hacer camino, asumiendo que harás cosas mal, pero con las orejas abiertas y sin escuchar a las compañera de forma defensiva», apunta.

Las dificultades: ser un hombre no machista

La respuesta a esta pregunta es unánime entre nuestros entrevistados. «No, se puede ser un hombre menos machista», se apresura a responder Jordi Cascales. Para Carles Fons, de lo que se trata es de «transitar desde una posición de masculinidad hegemónica a una igualitaria». «Partiendo de la base de que vivimos en una sociedad patriarcal que nos penetra no podemos afirmar que exista el hombre no machista», afirma.

El día a día: la relación con el grupo de iguales

Pero si no es fácil ser un hombre desprovisto de machismo, tampoco lo es convivir con los iguales desde un posición vital feminista. Y es el que el día a día está lleno de situaciones en las que el 'macho ibérico' campa a sus aires: encuentros con amigos, grupos de whatsapp en los que circulan chistes y comentarios sexistas. «Cuando te toca ser el raro tengo tendencia a gastar la empatía». «Creo que hay que ponerse en el lugar de la otra persona, de la gente a la que más quieres, hacer ver que son tus amigas, hermanas», dice Esteve.

«En el grupo de whatsapp eres la nota discordante, señalado permanentemente y marcado como diferente, incluso confrontas a riesgo de perder la amistad», añade Fons, quien no obstante tiene claro que «no es lo mismo confrontar un actitud machista de igual a igual que que sea una mujer desde el feminismo». «Tenemos mucho trabajo que hacer y lo hemos de hacer los hombres», asegura. Jordi Cascales admite que no tiene una varita mágica. «A veces el silencio funciona, no puedes ser la mosca cojonera permanentemente. Irte de un grupo de whatsapp puede ser una opción», apunta. Otra estrategia es el humor.

Sanfélix, no obstante, hace notar que el grupo Hombres Valencianos por la Igualdad, nunca ha sufrido la agresividad del machismo. Quizás porque «cabemos en un autobús», bromea. «Llegará, hay caldo de cultivo», precisa, en alusión a los grupos de extrema derecha.

La educación: la escuela y la familia

El papel de la escuela es otro de los temas que se abordan. Sanfélix, que ha impartido multitud de talleres, relata que los cursos de nuevas masculinidades tienen mucha aceptación, pero «cuatro horas en un taller no son suficientes». «Hace falta un enfoque integral», indica. Cascales, añade que, a veces, todo depende de la formación y voluntad del profesorado para trabajar algunos temas. Eso sí, apostilla que aunque hay que trabajar en las escuelas, es clave lo que se ve en las casas.

Esteve aprovecha para deslizar las posiciones retrogradas de la ultraderecha y avisa de los riesgos de involución, mientras que Fons echa en falta programas educativos para trabajar la nueva masculinidad. Es, apunta, una crítica constructiva a la coeducación centrada en las niñas, pero que no se acerca a ellos para cuestionar su masculinidad.