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Feminismos invisibles

No hay un patrón, ni un perfil, ni un manual, ni un carné de la mujer feminista. Sin embargo, mujeres de cuatro colectivos (musulmanas, gitanas, católicas y migrantes) se sienten cuestionadas a diario por declararse feministas mientras suman discriminaciones. Quieren ganar espacio y detestan los estereotipos y prejuicios. Esta es su voz y estos son sus retos.

Feminismos invisibles M.A. montesinos

El feminismo es la lucha para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. ¿Puede el feminismo hablar en nombre de todas las mujeres? Difícil respuesta si se tienen en cuenta las distintas realidades. No hay un patrón, ni un perfil, de la mujer feminista. O no debería haberlo. Ser mujer no implica vivir lo mismo. Sentir lo mismo. Luchar por lo mismo. El feminismo es un movimiento que persigue la igualdad y rechaza la discriminación de las mujeres por ser, precisamente, mujeres. Punto. Ese es el nexo común. Sin embargo, se cuestiona el feminismo de quien es diferente, de quien no cumple con los cánones establecidos y de quien vive otras realidades. Hoy, 8M, Día Internacional de la Mujer, Levante-EMV refleja el feminismo que tiene voz propia pero la mayoría no escucha; el feminismo que no participa en los espacios comunes, pero sí en los alternativos; el feminismo que hay quien dice que no lo es; el feminismo que no es «de manual» ni pretende serlo. Este reportaje muestra mujeres que se reconocen feministas, que se saben feministas y que, cada día, ven cuestionadas sus decisiones personales, su cultura, su vida, sus elecciones o sus reivindicaciones. Mujeres que cada día suman, a su discriminación por ser mujer, la de ser musulmana, cristiana, gitana o migrante. Ellas luchan por la igualdad de hombres y mujeres desde sus colectivos, desde sus realidades. Mujeres que quieren explicar (a quien quiera saber) que echan de menos la sororidad de otras mujeres, porque sienten la unión entre ellas (entre su colectivo) pero reconocen rechazo y se sienten violentas ante quien defiende un «único» feminismo y las manda callar, o las critica o las cuestiona sin siquiera preguntar.

Las mujeres que protagonizan este reportaje no son el prototipo de la feminista «blanca europea» (si es que lo hay) que ha conquistado el mercado de trabajo y lucha por romper el techo de cristal y eliminar la brecha salarial entre otras reivindicaciones clave para que la sociedad avance en igualdad. De hecho, las mujeres que protagonizan este reportaje se niegan a alzar su voz como representantes «absolutas» de los colectivos que representan, temerosas de incumplir lo que ellas tanto critican: que otras hablen por ellas.

Así, representantes de las mujeres musulmanas, cristianas, gitanas y migrantes relatan su lucha feminista desde su experiencia personal. No se sienten en igualdad. Ni entre hombres y mujeres ni entre las propias mujeres ajenas a sus respectivos colectivos. Son «las otras» feministas,que suman discriminaciones y persiguen que el movimiento feminista «clásico» les ceda espacio.

Musulmanas

Feminismos, mujeres e Islam

Maysoun Sari (25 años, enfermera) e Ikram Lelaalhe (20 años, estudiante) acuden a la cita con reservas. Se confiesan desconfiadas del enfoque de este reportaje por cómo reflejan los medios de comunicación a la comunidad musulmana y piden supervisar el texto a publicar.

El «tema del velo» las tiene agotadas porque, además, «no hay debate que abordar». De entrada plantean cómo ve la sociedad española a la mujer musulmana. «Cuando existe un prejuicio se alimentan las ideas racistas y xenófobas que nos encajan en una sola realidad de la mujer musulmana, cuando la mujer musulmana es diversa. Nosotras llevamos velo porque hemos tomado la decisión en algún momento de nuestra vida... pero eso no cuestiona nuestra vida política, nuestro movimiento social. A mí realmente lo que me racializa es llevar el velo. Las que no llevan velo, las mujeres negras musulmanas... ¿No son mujeres musulmanas? ¿Desde qué lectura estamos diciendo qué es musulmán y qué no lo es? Desde la supremacía blanca, desde luego. Esta es una de las partes que queremos reivindicar. Nosotras trabajamos de manera colectiva y llevamos muchos años organizadas. Tenemos una unión de los pueblos, ante dios, con el pueblo gitano, con el pueblo negro, con el pueblo indígena... Tenemos esas conexiones y son reales. Tenemos una visión del feminismo comunitario, antirracista, que lucha contra la islamofobia. Ese es nuestro feminismo y ese es por el que luchamos día a día», explica Ikram. Maysoun zanja el tema: «El velo no entra en el debate público porque es una decisión personal. Punto. Es la expresión de mi espiritualidad y es una parte tan íntima que ninguna persona debe interferir en ello. El significado del velo no se puede comparar con decidir o no ponerte tacones. Es una relación entre tú y tu creador. No se puede tratar como una imposición cultural. Que exista en otros países y que en algunas zonas ocurra no se puede negar, pero el significado original del velo no viene de ahí».

Las dos jóvenes defienden que las mujeres musulmanas tienen «realidades que no son homogéneas, ni universales, sino que cada una está en un contexto cultural completamente diferente» y explican cómo el Islam «ha concedido libertades y derechos que muchas de las mujeres hemos estado luchando para tener en esta sociedad occidental» como son «el derecho al divorcio; a la propiedad; a estar en la vida política; a tener un trabajo y que ese dinero sea para la mujer... Esos derechos se han concedido aquí, en España y en Europa muchos años después pero yo, como musulmana, ya los tenía asignados, pero como las sociedades son patriarcales, desgraciadamente, y han ido contra la voz de la mujer... pues todo eso no se refleja».

Para argumentar el porqué se percibe el Islam como una religión machista, la respuesta es rápida y va acompañada de medias sonrisas: «Porque, al final, las mujeres son las olvidadas de la historia, no tienen voz en ‘esas’ sociedades... pero en ‘estas’ sociedades, tampoco. Desgraciadamente los medios de comunciaicnm tiene un poder sobre esto y no luchan contra la islamofobia, la verdad. El concepto de feminismo islámico no nos gusta. Preferimos definirlo en tres conceptos distintos que tienen una relación entre sí: feminismos, mujeres e Islam. Una mujer, de otro sitio, o con otro contexto cultural tiene una lucha que es posible que tú no tengas. Nosotras apoyamos otras luchas feministas... pero no opinamos. Es su lucha, su voz y su camino».

Predican con el ejemplo y piden lo mismo: «No queremos que hablen por nosotras. Queremos estar en los espacios y hablar. En los movimientos sociales tenemos presencia y para abordar la islamofobia sí nos llaman pero... ¿de feminismo? Ahí nos excluyen, no quieren oir nuestro mensaje, ni entender nuestra lucha. La empleabilidad, por ejemplo, es uno de nuestros principales problemas. Llevar el velo no nos hace menos aptas, menos válidas, menos preparadas... pero somos rechazadas y cuestionadas sólo por llevarlo. Eso es patriarcado».

Es peligroso generalizar y sí reconocen a mujeres feministas blancas aliadas, «sobre todo en el movimiento antirracista feminista de València y sí, caminamos juntas», afirman. Por eso, su mensaje es claro: «Hay que conocer distintos feminismos para construir, de manera comunitaria, y para romper unidas las barreras del patriarcado, del machismo, del racismo, de la islamofobia.. Hay que derribar todo eso, pero cada una con su identidad, cada una con su lucha. Porque todas las mujeres no somos iguales, ni nacemos con las mismas condiciones, ni vivimos las mismas circunstancias. El feminismo es la lucha de la mujer y todas perseguimos construir una sociedad mejor».

Mujeres e Iglesia

Dones Creients: Alcem la veu

Las mujeres son la base de la Iglesia. Realizan tareas de voluntariado, en celebracioens religiosas, como catequistas, en los consejos parroquiales o en movimientos y asociaciones. Dones Creients es una de estas entidades que, cansadas de ser «invisibles y silenciadas», hartas de ser tratadas con condescendencia, han decidido alzar la voz y salir a la calle con el lema «Hasta que la igualdad se haga costumbre» para reivindicar su feminismo, igual de válido que cualquier otro, y unidas en su lucha común, con o sin permiso de una jerarquía eclesial de la que no forman parte y que se esfuerza por invisibilizar su poder.

Rosa Martínez y Margaret Mayans forman parte de Dones Creients, una de las asociaciones de mujeres católicas más reivindicativas de València. Este año están muy satisfechas con las actividades programas para visibilizar su lucha ya que «la sociedad no nos percibe y la jerarquía de la Iglesia se esfuerza para que no nos conozcan». Llevan 21 años de lucha.

«No queremos salir de la Iglesia porque somos mujeres creyentes, pero vemos machismo en la Iglesia. En un momento determinado nos pusimos las gafas moradas y empezamos a releer las escrituras... escritas por el patriarcado. Jesús trasgredió las normas de una sociedad y apostó por la Igualdad. Jesús de Nazaret no era misógino. Misógina es la Iglesia. La sociedad avanza, pero la Iglesia se ha quedado estancada. Hay muchas mujeres teólogas que han escrito cosas muy interesantes, tanto extranjeras como españolas. Pero siempre con represalias. ¿Cuántas mujeres vemos representando a la institución? ¿Cuántas están en la toma de decisiones? ¿Cuántas teólogas trabajan en las facultades, acompañan espiritualmente o son formadoras en los seminarios?», explican. Sobre si las mujeres deben o no ordenarse, las dos responden al unisono: «Nosotros nunca hemos querido, pero la que quiera, pues que al menos tenga la opción».

Ríen al recordar los inicios de la entidad y el recorrido realizado, y defienden un cambio en la Iglesia para «que sea una comunidad de iguales, donde la mujer sea reconocida como sujeto de pleno derecho y valorada por sus talentos, carismas y aportaciones. Con un liderazgo compartido entre mujeres y hombres. Con derecho a tener voz y voto, que esto último se olvida y es la clave. Queremos participar de forma activa, no que seamos nosotras las que hagamos el trabajo de la Iglesia, el voluntariado en la base, y no podamos ni decidir cómo, cuándo y dónde hacerlo». Las dos mujeres se niegan a representar a un movimiento tan amplio como son las mujeres en la Iglesia, pero sí aseguran que el término «feminismo» asusta en la Iglesia. «Las mujeres tenemos el poder de cambiar las cosas y ya no esperamos por más tiempo. El papa Francisco es innovador, pero no apoya el feminismo. Eso lo hemos echado en falta, así que decimos basta a muchas cosas y empezamos a construir la nueva Iglesia, por la que llevamos años trabajando».

Gitanas

Rompiendo estereotipos

Son gitanas y son feministas. Son cuatro mujeres -Aurora Santiago, Diana Berja, Josefa Muñoz y Sefa Moreno- que trabajan en la Fundación Secretariado Gitano (FSG) en diversos programas y proyectos para que las futuras generaciones de jóvenes tengan unas relaciones más igualitarias. Se reconocen empoderadas pero, como el resto de colectivos, recalcan la diversidad de las mujeres gitanas porque «no somos todas iguales». «Nosotras podemos luchar por ganar espacios, pero son muchas las gitanas que no luchan por el techo de cristal sino por el suelo pegajoso. Nuestra realidad es muy diferente a la de otras mujeres gitanas y hay que tenerlo en cuenta y contemplar todas las realidades que vivimos las mujeres», aclaran.

«El feminismo es la lucha de la mujer pero si no contamos con los hombres no triunfaremos. Debemos sumarlos a nuestra lucha. Nosotras vivimos nuestra realidad, y las mujeres gitanas necesitamos un feminismo adecuado a nuestra cultura, a nuestra forma de ser, a nuesta identidad como persona y como mujer. Y necesitamos el apoyo de los hombres gitanos», explica Aurora, técnica de igualdad del programa Calí.

Diana, coordinadora del programa Kumpania, afirma que este año, repiten retos porque «no los llegamos a conseguir». «Luchamos por una educación inclusiva -porque hay segregación y no hay igualdad de oportunidades a día de hoy-, por eliminar los estereotipos y prejuicios de la mujer gitana y porque nos permitan el acceso al mundo laboral, porque es la forma más rápida de inclusión social». Y Sefa, coordinadora de FSG de València, añade: «La discriminación laboral es tal que tenemos que demostrar que, antes que ser buen profesional, eres buena persona», afirma la joven.

Para Sefa, la sororidad de otras mujeres brilla por su ausencia. «Las mujeres del feminismo ‘normalizado’ nos miran como si fuéramos la antítesis del feminismo. Es el espejo donde ellas se miran para decir ‘yo no quiero ser como ellas. Yo soy feminista y no quiero ser como ellas’. Y creo que el feminismo debería ser inclusivo y contemplar todas las realidades de mujeres diferentes y diversas que hay. No tenemos que demostrar nada, necesitamos que nos incluyan porque ya formamos parte de la sociedad».

Respecto a los estereotipos que quieren eliminar coinciden y señalan que son muchas las mujeres «que piensan que estamos y seguimos sometidas, que la cultura gitana es muy machista. Pero es que realmente vivimos en una sociedad machista, esa es la realidad. Y hay que poner en valor que hemos avanzado muchísimo. Durante estos últimos 25 años las mujeres gitanas han avanzado muchísimo, y quizá mucho mas rápido que el resto.

Migrantes

La base social reclama su espacio

Las mujeres migrantes son la base social, pero en lugar de reconocimiento y sororidad, encuentran discriminación. Ellas son las que se encargan de cuidar a los padres y a los hijos de las feministas y de las no feministas, de limpiar sus casas y de trabajar donde nadie quiere hacerlo.

Las migrantes refuerzan ahora su empoderamiento. Prefieren dar su testimonio de forma colectiva y no individual. Por ello, conversamos con el grupo de trabajo del área mujer migrante del Servicio Jesuita a Migrantes que lleva el lema «Reconstruyendo historias». Algunas integrantes forman parte también del grupo Mujeres en acción (que trabaja con integrantes del sector hogar-cuidados), pero otras no. Una de ellas, empresaria, rompe el hielo. «Solo por poner un ejemplo hablo de mi caso. Somos cuatro mujeres que presentamos un proyecto. Ni imaginas el recibimiento porque se ve que pensaban que íbamos a hacer empanadillas o yo que sé. Y lo que esperan es muy bajo. En nuestros países éramos profesionales de carrera pero aquí nuestros títulos no sirven y no nos permiten acceder a otro trabajo que no sea limpiar y cuidar. Ese es nuestro techo de cristal. Tenemos uno sobre otro», afirma.

Respecto a la sororidad, aseguran que «sería fundamental encontrarla en las mujeres españolas. La presión de la raza pesa mucho. No es lo mismo una chica negra que otra con rasgos indígenas. Nos discriminan por la piel o por el acento», resaltan.

Carecen de red familiar, se encargan de sus familias y trabajan con las familias de los demás. ¿Cómo desarrollar un proyecto de vida? «Nosotras no tenemos vida. En este grupo hemos tejido una red, pero fuera no hay red posible. Yo tengo 20 años aquí y no tengo una amiga en España. Es difícil que te quieran integrar, que te acepten. Te aceptan entre paréntesis y nosotras necesitamos un espacio donde intimar, donde desahogarnos, pero si lo hacemos es con quien tiene la misma mochila que nosotras y eso pasa mucha factura a nivel mental», relatan.

La palabra favorita del grupo es «empoderamiento», un término que casi acaban de descubrir. «Yo creía que estaba empoderada cuando llegué porque iniciaba una nueva vida. Pero vives para los demás. Trabajas fuera de casa, dentro de casa, te ocupas de todo... ¿y que queda para ti? Ni un minuto para nosotras tenemos».

Las responsables del grupo, Angélica Zuluaga y Cruzana Gómez, plantean lo que el grupo ha abordado en otras sesiones: «No hay solidaridad, ni sororidad con las mujeres migrantes. Sería un acto de cuidado entre nosotras que la que siempre ha salido a la calle le ofrezca el relevo. El grito de ‘No estamos todas, faltan las internas’, duele de tanto escucharlo. Las mujeres migrantes sujetan la sociedad y llevan el peso del hogar y de las estructuras sociales. Hay que incluirlas y actuar al respecto. Nosotras estamos luchando por ese espacio».

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