Nunca nos acordamos de ellos. Ni siquiera cuando viene una crisis sanitaria y están entre los grupos más vulnerables.Cuando los vemos agachamos la cabeza, fingimos mirar el móvil, aceleramos el paso o simplemente hacemos como si no les escucháramos. Como si no existieran. El que escribe incluido. Son las personas sin hogar, esos que no pueden pasar la cuarentena del coronavirus en casa porque sencillamente no tienen. O lavarse las manos ocho veces al día, o darse una ducha, porque para ellos es una odisea. Está mal decir que son pobres y son invisibles. Debería decirse que están empobrecidos e invisibilizados. Porque existen y tienen voz, pero nos empeñamos en apartar la mirada. Se llama aporofobia, miedo al pobre.

Han pasado varias semanas desde que el SARS-CoV-2 llegara a la Comunitat, con 148 casos positivos a 13 de marzo. Desde entonces se han aplicado algunas medidas para paliar posibles contagios en el colectivo de personas sin hogar, un grupo de población aquejado de falta de información y con grandes dificultades para seguir las recomendaciones sanitarias establecidas por el Ministerio. Según el censo de personas sin hogar realizado el pasado mes de octubre por 14 entidades sociales, sólo en la ciudad de València existen un total de 788 personas sin techo, 568 de ellas durmiendo en las calles de la capital del Turia.

Para Jaime González, fundador y director de la asociación Amigos de la Calle, la primera dificultad que se están encontrando en el trabajo con personas sin hogar es comunicativa. «Muchos no están informados, sobre todo los que son extranjeros. Notamos que ellos no están viviendo la emergencia con la misma atención que una persona que está totalmente atenta a la noticia, y eso es algo que juega totalmente contra ellos» apunta. Por otro lado, las dificultades con el idioma son un escollo para que esta asociación pueda trasladar correctamente las recomendaciones de Sanidad a las personas sin hogar. «En la calle nos encontramos gente de todo tipo, también muchos migrantes, sobre todo de Europa del Este; rumanos, rusos, polacos... y tenemos una gran dificultad con el idioma. Afortunadamente en las recomendaciones también hay dibujos, que es una forma de explicárselo mucho más efectiva».

Problemas de base

La vida sin vivienda se reduce en subsistir, en sortear obstáculos a corto plazo y vivir al día. Por eso, a la población sin techo se le añaden un puñado de vulnerabilidades que les hacen mucho más difícil sobrellevar la pandemia. La primera es la falta de tarjeta sanitaria. Según los datos del censo de personas sin hogar realizado el pasado octubre, sólo el 57 % disponen de ella. Para González el acceso al padrón es la principal dificultad que lleva a estas personas a vivir sin una identificación que facilite su acceso a la salud pública. Desde el censo también se transmitió que el 81 % de las personas en situación de calle habían sufrido violencia y el 25 % de las mujeres había sido víctima de violencia sexual.

El siguiente paso es la higiene, lavarse las manos recurrentemente y seguir las medidas que recomendó sanidad, algo que se hace tremendamente difícil para las personas en situación de calle. «Hay que pensar que su día a día de es muy duro. La primera preocupación de estas personas es pensar qué cenan esta noche, no el coronavirus» apunta Jaime González. Pese a todo, aseguran que desde la asociación Amigos de la Calle siguen prestando servicio con normalidad y empleando trabajadores y voluntarios en las tareas de información. Sobre las recomendación de quedarse en casa emitida desde el Ministerio de Sanidad, González declaró que «en lugar de aconsejarles que se aislaran, yo les proporcionaría una casa para vivir tranquilos, que será muchísimo mejor para su salud».

Violencia cotidiana

La realidad es que, con coronavirus o sin él, las personas sin techo van a seguir invisibilizadas y olvidadas. Cuando la epidemia pase, seguirán sufriendo situaciones de aporofobia cotidiana. Una de las más típicas, según cuenta Jaime González, es cuando una persona entra en un cajero donde duerme una persona sin hogar. «La reacción de la persona es de miedo o desconfianza a sacar dinero delante del indigente. Pero lo que no sabe es que la persona que está durmiendo en el cajero probablemente tiene muchísimo más temor que la persona que ha ido a hacer la operación. Porque la persona que está tumbada y no tiene techo ha sido rechazada, agredida o violentada, y eso es más doloroso y atemoriza mucho más que entrar en un cajero con alguien dentro. Esta situación es la deshumanización llevada al máximo, tenemos que volver a empatizar, a ponernos en el pellejo de la persona que está durmiendo en el cajero».

Según señala González, el paisaje urbano ha cambiado enormemente tras el estallido de la crisis económica. «Yo me sorprendí mucho, llegue a ver treinta personas aparcando coches en un parking de la Malvarrosa que no tendría más de 150 metros». Además, según señala, el perfil de persona sin techo es muy variado. «Nos hemos encontrado con personas que tenían una vida completamente normal pero el infortunio la truncó y les dejó sin un techo. La realidad es que la gran mayoría de la sociedad está más cerca de la calle que de un yate».

Para González, es necesario hablar y reconocer estas situaciones de aporofobia. «Es bueno concienciar a la gente para que abra los ojos, muchísimas veces los ciudadanos apartan la mirada de situaciones de pobreza extrema que tenemos en plena ciudad, como si no pasara nada».