La crisis de Covid-19 lo cambiará todo y la Justicia hace frente a la cuarentena con miles de procedimientos empantanados. La mayor parte de la actividad judicial está suspendida y los operadores jurídicos plantean como una opción a explorar en los próximos días la utilización de la videoconferencia para evitar desplazamientos de los detenidos a las dependencias judiciales.

Este miércoles, la Ciudad de la Justicia de València cerró de urgencia el edificio tras detectar varios positivos entre el personal que trabaja en los servicios mínimos. Este viernes, el edificio volverá a abrir pero no podrán usar sus instalaciones el juzgado Mercantil número 4, Juzgados de Familia y juzgados de Violencia de Género. La previsión es que, tras las tareas de servicio de limpieza, el personal pueda volver a sus puestos a partir del próximo lunes.

El primer juez en abrir el debate sobre el uso de nuevas tecnologías en la Justicia para evitar contagios, tanto a los detenidos en los juzgados de guardia como en los juicios que se puedan celebrar en causas con preso que sean inaplazables, ha sido Vicente Magro, magistrado del Tribunal Supremo (TS).

En un artículo publicado ayer en el diario La Ley, Magro, quien fue presidente de la Audiencia de Alicante, recuerda que el decreto de estado de alarma «establece la necesidad de extremar las medidas de cuidado para evitar los contagios, la facilidad de la comunicación y la cercanía que provocan las atenciones del juzgado de guardia evidencian una multiplicación exponencial del riesgo de contagio». Advierte de la posibilidad de que los contagios lleguen a las prisiones si envían a un detenido con el virus a la cárcel.

Mientras, la fiscal Susana Gisbert cree que este sistema debería estar ya establecido «y no empezar con experimentos».

«En algunos casos puede funcionar, dependiendo del sitio, de la buena voluntad y hasta de la suerte, pero para que fuera la regla general deberíamos estar preparados, y un sistema que aun usa fax y exige cuños para muchas cosas no lo está (...) Es una buena oportunidad para darnos cuenta del absurdo presencialismo», concluye Gisbert.