Es el instinto natural que nos empuja a ayudar a las personas que lo necesitan en situaciones difíciles. Es algo cotidiano, pero en momentos extremos como esta pandemia, la solidaridad se vuelve contagiosa y su capacidad de infección es igual o mayor a la del coronavirus que la ha desencadenado. Solo hay que echar un vistazo alrededor: Taxistas que trasladan gratis a personas vulnerables, jóvenes que hacen la compra para los mayores que están solos, profesores que cuelgan clases gratuitas, expertos en nutrición que nos dejan sus consejos o cartas de alivio para los enfermos...

«Todos ayudan como pueden. Eso es lo bonito de situaciones como esta: que esta solidaridad es total y compartida», explica Manuel Armayon, profesor de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. Pero ¿cuándo y en qué condiciones se activa la solidaridad? «Se activa cuando somos capaces de ponernos en el lugar del otro. No hace falta más», explica Guillermo Fouce, presidente de la Fundación Psicología sin Fronteras y profesor de la Complutense.

Y aunque todos somos capaces de serlo, en situaciones extremas como esta «nos quitamos esa especie de corsé psicológico que llevamos puestos y nos unimos al grupo y a sus necesidades, porque la solidaridad es horizontal». Porque ahora empatizar es más fácil. «Estamos todos juntos y remamos en el mismo sentido, la reciprocidad es clave», zanja Armayon.