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Aislamiento total en la Punta

Los vecinos de la pedanía, con una media de edad de más de 80 años, no tienen cerca ningún local abierto: «No tenemos donde comprar mascarillas ni guantes para protegernos», exponen

Aislamiento total en la Punta

La Punta es uno de los lugares de València donde más se escucha el silencio estos días. La vida está suspendida por el incesante virus y los vecinos, encerrados en sus hogares, hablan entre ellos desde la puerta de su casa sin protección alguna porque «no tenemos donde comprar mascarillas ni guantes para protegernos», expone el presidente de la Asociación de Vecinos la Unió de la Punta, Vicente Romeu. El cantar de los pájaros y el movimiento de las hojas de los árboles intentan colorear un primer sábado de primavera que está apagado y que solo disfrutan gatas como «Mía», de la familia García Aleixandre, y perros como «Ron», de Manolo, o «Dylan», de los dueños del bar Cristóbal.

El cielo, gris sin un repunte de sol, es un reflejo de la vida en esta pedanía desde que llegó la pandemia: sus habitantes no pueden salir a comparar alimentos de primera necesidad porque no tienen donde hacerlo. Esta realidad se acentúa cuando la media de edad de sus habitantes «supera los 80 años» -apunta Romeu- y muy pocos pueden coger el coche para salir a hacer la compra a un gran supermercado.

Paquita Alixandre, con esa familiaridad auténtica de los entornos pequeños, abre su casa para contar cómo sobrevive al confinamiento sin poder salir de casa: «No puedo ir a comprar porque tengo miedo a salir; cada vez hay más contagiados. Por suerte, aquí en la Punta no hay ninguno. La única forma que tengo de comprar es coger el autobús que pasa cada una hora y media y, como no quiero estar tanto tiempo fuera, me la hace mi hijo o mi hija». Por su parte, su marido, José García, conocido en el pueblo como «Pepín el de la Tenda», es diabético y ya no puede hacer los paseos diarios con los que controlaba su salud e iba a comprar el pan al bar Cristóbal, ahora cerrado. En ese sentido, la familia García Aleixandre regentó durante muchos años un ultramarino que abastecía de alimentos y productos básicos a la Punta y, tras jubilarse con más de 70 años «obligados por nuestros hijos», la población se quedó huérfana de un espacio que, para superar un aislamiento como el actual, hubiera sido fundamental: «Esta situación que estamos viviendo la comparo a la del día de la muerte de Franco porque nosotros no paramos de vender en todo el día; la gente compró muchísimo porque tenía miedo y pensaba que las tiendas iban a cerrar», concluyó José. Uno de sus hijos, Raúl, que trabaja en el puerto de València, comenta que él es el encargado de hacer la compra a su madre y a su suegra: «Compro de más, alimentos básicos como huevos, carne, pescado y fruta, para tener servicio más días a la semana». Asimismo, también explica que los que peor llevan el confinamiento son sus hijos: «El más pequeño ha terminado de tirar sus petardos desde el balcón y, dentro de tres días, es su cumpleaños y le cuesta entender que no pueda celebrarlo con sus amigos».

El único bar de la pedanía

A pocos metros de estas casas, se encuentra el bar Cristóbal con la persiana bajada desde el viernes a mediodía. Su dueña manifiesta que «esta crisis sanitaria nos va afectar a la economía y, por eso, hemos decidido hacer un ERTE en nuestra empresa», adelanta. En ese sentido, también aclara que «no hemos salido ni a comprar. En el bar tenemos previsiones que no son perecederas como botes de fideos, alubias, pan congelado, lentejas o dos cajas de patatas con los que pasaremos más de una semana». Asimismo, también expone que cree que a las pocas familias que viven en la Punta, este Estado de Alarma les habrá cogido con previsiones «porque aquí hay que salir a comprar fuera y eso indica que siempre compras a gran escala, más de la cuenta». En este bar, el jueves pasado tuvieron una comida con jueces de la Ciutat de la Justícia, desalojada para su desinfección y limpieza ante sospechosos casos de coronavirus, y la propietaria decidió lavar todo su local, incluso la cubertería, con agua y lejía para «desinfectarlo correctamente».

95 años y «sin miedo»

Por otro lado, en la alquería del Sabater vive Ángela Caplliure, la persona más mayor de la Punta. Tiene 95 años y todas las mañana no duda en salir a la calle «sin miedo» con su bastón para barrer el patio y, si hace sol, lavarlo para «quitarle el polvo».

A Angelita, como la conocen sus vecinos, se le adivina su bondad porque en su mirada se observa su alma. No duda en ofrecer su casa, agua o comida, pese la sicosis que provoca el virus, a los periodistas que la interrogan. «Soy consciente de la gravedad de la situación porque en la televisión veo ambulancias», es lo único que dice sobre el coronavirus. Su hija, Ángela Sabater, la cuida junto a su hermana y comenta que tiene que ir a comprar a Natzaret o al Centro Comercial El Saler, pero «ya estoy acostumbrada».

Finalmente, el presidente de la Asociación de Vecinos la Unió de la Punta, Vicente Romeu, aclara que «nos sentimos más aislados que nunca» porque «no tenemos donde comprar en la Punta ni han venido a desinfectar nuestras calles». «Estamos desprotegidos y aquí viven muchas personas mayores», finaliza. La radiografía de la Punta en este confinamiento retrata más que nunca su débil pulsación vital.

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