La terapia de grupo es la herramienta principal de los programas de Proyecto Hombre, la asociación por excelencia en el tratamiento de las adicciones. La sede de València, como el resto, se ha quedado vacía. El coronavirus ha mandado a sus casas a las personas que tratan de romper sus vínculos con las drogas y otras adicciones.

La situación parece propicia, pensarán algunos, para quebrar ese lazo venenoso, tramposo, siempre mortal a largo plazo. Error. Los camellos, y sus clientes, son expertos en buscarse la vida. «El mercado de la droga tiene unas vías infinitas. Cuando uno quiere consumir, consume. La droga ha estado ahí, va a estar ahora y estará», explica Vicent Andrés, director del centro Proyecto Hombre Valencia, que estos días afronta un reto sin precedentes en sus tres décadas de historia.

PH, y otras asociaciones que en su día siguieron su camino, se adaptan a velocidad de vértigo a una situación jamás imaginada. El grupo de internos, aquellos que no tienen ningún apoyo familiar para acompañarlos en su desintoxicación, se ha reducido a 22. Una burbuja. Todos los demás, casi un centenar, siguen su terapia en su domicilio, un problema menor, quizá, para los más avanzados en el programa.

Peor, mucho peor, para los recién entrados, para quiénes la ansiedad es un gigante que se agranda en el confinamiento en casa y cualquier imagen de una línea en la pared puede recordar a una gran raya de coca. «Un aspecto fundamental de la terapia es ocupar el tiempo libre y ahora es dentro de casa. Así que los terapeutas están aplicando propuestas para dirigir cómo ocupar ese tiempo en casa que ya existía, pero que ahora ocupa las 24 horas, y cómo aplacar la ansiedad con seguimiento telefónico. Que uno pueda llamar al terapeuta en cualquier momento», explica Vicent, que valora más que nunca el servicio de intranet en el que interactúan los profesionales del centro.

Seguimiento telefónico

El trabajo en grupo, ese rondo de preguntas y respuestas tan "agresivo" como beneficioso en el que los usuarios se confrontan (palabra sagrada en el vocabulario de PH), se ha sustituído por el seguimiento telefónico del terapeuta. Una estrategia improvisada para seguir batallando. No queda otra.

José, cocainómano de 32 años, atiende encantado a la llamada del periodista, loco por charlar un rato. «Tengo un horario pegado en la pared de tamaño sábana, sé lo que tengo que hacer exactamente cada hora del día. Forma parte del programa, pero ahora es más importante que nunca. Me ducho a las 09:00 horas, desayuno y leo la prensa a las 09:30, me arreglo la habitación a las 10, bajo al perro a las 11, estudio a las 11:30, veo una serie a las 12:30 y así hasta que me acuesto», asevera.

Puede hacer algún cambio, por supuesto. Como con esta llamada improvisada. Hace cinco meses que lucha para dejar el 'perico', con el que debutó a los 16. «He mejorado mucho. Dicen que antes parecía un zombie», sonríe. «¿Qué como llevo el confinamiento? Bien, porque tengo motivaciones y unas bases aprendidas en PH. Controlo mi tiempo, mis rutinas y tengo herramientas para gestionar los malos momentos, que van y vienen, como una montaña rusa. La gente que no se droga también tiene malos momentos, se trata de saber llevarlo», afirma.

Aunque algunas sustancias como el cannabis sintético y las ludopatías tecnológicas (las apuestas deportivas, principalmente) han trepado hacia la cima de las adicciones, la cocaína continúa siendo la droga más adictiva y con más recaídas. Si alguien considera que la drogadicción es un tema frívolo en el contexto social que vivimos, que se haga varias preguntas. ¿Cuántos fumadores han dejado el tabaco estos días? El porcentaje estaría rondando el cero, viendo las largas colas en los estancos.

661, 655, 649... Cuando le entraban ganas de meterse una raya, Alberto (nombre ficticio) contaba hacia atrás de seis en seis. O imaginaba el sonido del agua de la acequia en la caseta de sus abuelos. Con casi 11 meses en PH, ahora tiene otras herramientas mucho más sólidas. Da la cara ante todo, no aparca ningún problema sin afrontarlo o identifica cada uno de sus sentimientos para, después, dejarlos pasar.

Hasta la semana pasada expresaba su alegría, rabia, impotencia o euforia con su grupo, presencialmente. El confinamiento le obliga ahora a hablarlo con su terapeuta por teléfono o por WhatsApp. Y con la familia. «Ahora te das cuenta de la importancia de trabajar una base familiar potente en PH. Mi familia es fundamental estos días, porque ellos también 'hacen' el programa», explica Alberto, que ha dejado de lado su soberbia, debilidad enmascarada de tipo duro de rey de la noche. «He aprendido a pedir ayuda», dice orgulloso.

No está en la filosofía de PH el aislamiento para derrotar la adicción. Todo lo contrario: hay que tejer redes sociales, salir a la calle a buscar trabajo, resolver problemas pendientes. Dar la cara siempre. «Yo llevo bien el confinamiento porque llevo mucho avanzado. Sé que no puedo bajar la guardia y por eso hablo con mi terapeuta cada 2 días. Echo de menos el grupo, pero es lo que hay. Lo que está claro es que uno no se puede confiar. El cocainómano es muy tramposo, incluso consigo mismo, y hay que estar alerta», añade Alberto en valenciano apitxat. Alberto quemaba su sueldo de 1.500 euros en coca en una semana. En pleno bajón de farlopa, un día agredió a su padre. Paradoja: su padre es hoy su principal bastón familiar durante el programa. «Hasta juego a la Play con él. Es un fenómeno. Le debo la vida mil veces», dice emocionado.

Desde PH quieren ver esta cuarentena en positivo. «Hay que verlo así: te vas a quedar en casa y puedes ocupar tu tiempo en casi todo lo que quieras. Es una oportunidad para reflexionar, sacar jugo a esa convivencia que el coronavirus nos obliga a todos», apostilla el director del centro. «Pero también sabemos que esto puede traer recaídas por el mayor acceso al alcohol, una adicción y un vínculo directo cono tras», añade. Es tiempo, sin duda, de estrechar más los lazos con la familia. De estar bien ocupado. De confrontarse a sí mismo mirándose al espejo, si hace falta.

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