La pandemia del Covid-19 ha puesto en cuarentena todos los rituales colectivos que rigen la vida cotidiana, desde el primer aliento hasta las última exhalación. De un plumazo, el estado de alarma ha hecho saltar en mil pedazos el proceso de duelo tradicional cuando muere un ser querido, sea cual sea la causa del fallecimiento.

El aislamiento social obligatorio y la prohibición de las aglomeraciones han conducido a las funerarias a restringir los velatorios en la medida de lo posible. En el mejor de los casos, se establecen cupos de como mucho cinco o diez familiares en las salas para evitar focos de contagio como el que se registró en un funeral de Vitoria, que terminó con 60 infectados. El tiempo dedicado a la vigilia de los fallecidos también se ha reducido drásticamente: solo se permite velar al finado durante las cuatro horas anteriores a la salida del cadáver hasta su destino final en el cementerio o el crematorio.

Con estas premisas como telón de fondo, no extraña que las empresas valencianas de servicios fúnebres estén constatando un ritmo vertiginoso de cancelaciones de velatorios, así como un auge de las incineraciones. Varios tanatorios tratan de poner barreras circunscribiendo la presencia de familiares durante el duelo únicamente a los de primer y segundo grado de parentesco (padres, hijos, abuelos, hermanos y nietos), una medida que excluye a muchas personas cercanas al finado y las sume en un doble dolor.

Un ejemplo es María José, una joven de 33 años cuya tía falleció de muerte natural hace escasos días en un municipio de la Costera. «No he podido despedirme. Entiendo, la precaución, tenemos que ser responsables y dar ejemplo, pero la sensación es de una impotencia tremenda. Tampoco pude verla en sus últimos momentos por rabajo y es algo que te pesa en el alma, porque estábamos unidas», lamenta. «No podemos visitar a nuestros mayores y eso asusta; les puede ocurrir algo y ni siquiera tienes la oportunidad de despedirte», cuenta a este diario.

Las recomendaciones de evitar el contacto desembocan en un pésame a distancia, sin besos, abrazos ni apretones de mano, en los momentos en los que más se necesita el calor humano. La situación se agrava hasta el extremo cuando el difunto fallece con coronavirus: en ese caso, ni siquiera la familia más cercana puede rendirle duelo. Un auténtico drama.

Las misas funerales han sido postergadas de forma indefinida y, en el caso del ritual católico, las exequias se reducen a un sencillo responso. En algunos pueblos, cuando se produce un fallecimiento, el bando municipal hace un llamamiento a los vecinos para que se abstengan de asistir tanto al velatorio como al cementerio durante el entierro «por el bien de la familia y la ciudadanía». El whatssapp»o la llamada son ya los únicos medios para expresar afecto.

La funeraria San José de València no permite entrar a más de cinco personas en los velatorios, con mascarilla y siempre y cuando el velado no haya caído víctima de coronavirus. «El problema no es el fallecido, sino la gente que provoca la enfermedad. Todos estamos luchando, pero muchos ciudadanos no son conscientes de lo que ocurre. Quieren ver a su fallecido y no comprenden que no puede ser, les estamos diciendo que no», remarca Javier, gerente de la entidad, que ha suspendido el servicio de capilla y no ofrecerá misas hasta que pase la situación de emergencia.

Desabastecimiento de equipos

Otras funerarias elevan a diez personas el aforo en los velatorios -un familiar por cada tres asientos-, pero no permiten a nadie aguardar en la antesala o en otros espacios de las instalaciones. «Si no es estrictamente necesario no acudas a tanatorios y sepelios. Sabemos que es duro, pero estamos en una situación de alerta y no podemos permitir aglomeraciones. El sector funerario está muy expuesto las 24 horas», advierten desde el tanatorio crematorio Font de Mussa de Benifaió en un mensaje público difundido hace escasos días.

La escasez de equipos de protección frente a la pandemia preocupa en el sector y representa una queja compartida. «Necesitamos trajes y mascarillas, pero es un desastre, está todo agotado y vamos desbordados. Los funerarios recogemos los cadáveres y no hay suficientes. Si se agotan, el personal va a acabar negándose a tocar ningún cuerpo», lamenta Ramón, gestor de un tanatorio en València.

Las crisis son momentos para reinventarse. La compañía Mémora ofrece a sus clientes alternativas, como la posibilidad de grabar y emitir las ceremonias en directo por Internet, vía streaming. Hasta la muerte se vuelve digital.